“...si la política es un arte, el cambio debe ser necesario en éste como en cualquier arte. Que ese mejoramiento ha ocurrido lo demuestra el hecho de que las viejas costumbres son excesivamente simples y bárbaras.” Aristóteles
EN
BUSCA DE LA CRÍTICA LEGÍTIMA
Enumerar
los remedios para “los males actuales” es formular el programa de cambios que
se exige. Para alcanzar tal objetivo la prioridad es eliminar toda posibilidad
de dictaduras internas, así como igualdad económica y educativa, libertad
ideológica, cultural y moral completas, con el fin de asegurar el bienestar
individual dentro de la independencia y el pluralismo en las opciones,
cuestiones imprescindibles para que rinda servicios la totalidad de los
recursos creadores de la inteligencia humana.
Este
programa utópico podría tener todo contra sí, salvo el hecho de que es
necesario para nuestra supervivencia; implica un cambio de civilización
política. Sin prosperidad económica y tasa de crecimiento continuo, cualquier
proyecto de cambio es puro humo, como bien lo ha demostrado el castrocomunismo,
con el desconche y escasez que ya vemos en Vene zuela. Competencia e
investigación están por encima del pasatismo cultural, y eso quiere decir
afirmación de la libertad, repudio de los controles autoritarios,
multiplicación de las iniciativas creadoras en todos los dominios,
especialmente en los dominios gratuitos: modos de vida y diversidad en la
coexistencia de numerosas subculturas complementarias alternativas. La ausencia
de este segundo elemento es lo que hace decrecer la capacidad de cambio; la
inserción de relaciones autoritarias feudales suprime las transformaciones
necesarias.
Cambio
político, cambio social, cambio tecnológico, cambio institucional... son
necesarios simultáneamente; de lo contrario, nada ocurre, o se repiten las
intenciones veleidosas. Y hoy la libertad de información es la cabeza de puente
de toda libertad política; la subinformación estupidiza a los propios
“revolucionarios” y hace que los equipos de reemplazo sean tan reaccionarios e
incompetentes como sus predecesores; porque cuanto más elevado el umbral de
absorción de cambios por parte de la legalidad reclamada, más grandes son las
posibilidades de cambio.
Inversamente,
el castrofascismo autoritario interviene con violencia y ruptura a favor de
avances mínimos, clichés e imaginería romántica, reduciéndose a quemar la casa
para espantar las polillas, con debilidad, sin fuerza. Se requieren los cambios
que perduran, más nobles, utilizando al máximo la legalidad sobreviviente,
obligándola a evolucionar. Los cambios,
en definitiva, no son hechos que fabricamos, sino hechos que interrumpimos o
que dejamos que se produzcan. La crítica debe ser legítima. Toda crítica de
cambio se sitúa en el nivel alto en que está la “civilización” con la que
disiente.
La
decencia requerida está en ser más civilizado y más democrático, más
revolucionarios e innovadores que el castrofascismo grotesco, siempre en busca
de chivos expiatorios para sus fracasos. En los movimientos de cambio se
desarrolla un punto por encima de las “revoluciones” que convirtieron su
derrota en totalitarismo. En Venezuela necesitamos un cambio que aporte algo
nuevo, no el mismo desmantelamiento anárquico que juega al terrorismo
militarizante sin que en la calle le compren la idea de escuálido valor
sociológico. Las violaciones del derecho constitucional -aquí o donde fuese- no
sirven de consuelo; sirven para señalar culpabilidades en los Poderes Públicos,
para exaltar y rechazar ilegalidades, ilegitimidades e injusticias, rescatar
principios y valores de cambio.
En
el dominio electoral el activismo ciudadano puede ser tan eficaz como el
dominio jurídico; es un objetivo preciso, como paliar inconveniencias de las
cuales se queja todo el mundo, y no va en detrimento de las aspiraciones del
elector, quien manifiesta su voluntad sin verse prisionero de las alternativas
autócratas. Los derechos del ciudadano
están constantemente amenazados por el castrofascismo, desmesuradamente. Hay
que defenderlos mejor, de forma más atenta y más poderosa; demostrando que no
hay necesidad de sacrificarlos.
Hay
que tomar en cuenta que para cualquier cambio futuro vale más confrontar un
conjunto de leyes –incluyendo las represivas- que la represión de una dictadura
totalitaria. Cuando más elementos se integren para llevar al cambio, más
elevado es el nivel, y ello significa que los males a que aporta soluciones son
más complejos y más ricos que aquello que reemplaza.
Hacer
un cambio no es destruirlo “todo”, sino destruir lo necesario, que no es lo
mismo en dos sitios ni en dos momentos. La tesis opuesta es la de Hitler:
“Somos bárbaros, y queremos ser bárbaros. Es un timbre de honor. Nosotros
rejuveneceremos al mundo. El mundo actual está cerca de su fin. Nuestra única
tarea es asaltarlo”. El cambio no es ese tipo de castrofascismo.
Ninguna
de las corrientes de la evolución –grupos o temas- hubiesen adquirido fuerza si
no hubiesen estado –por uno o más lazos- fundamentados en la unión. Y los
deseos de cambio están conectados a una serie de rechazos, prioritarios y
diversificados. Porque un problema político que se hace miserable ahoga en su
estrechez toda liberación.
chinorodriguez1710@yahoo.com
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