Si
es verdad que el presidente Santos llamó al presidente impostor de Venezuela,
Nicolás Maduro, para informarle que iba a recibir al jefe de la oposición,
Henrique Capriles, estamos ante una clara abdicación de soberanía.
Mucho se ha
especulado acerca de si la movida de Santos obedecía a un cálculo, algo así
como una apuesta para ver qué tipo de reacción tomaba Maduro o más bien una
cosa ideada con el fin de demostrar independencia y zafarse de la tutela del
vecino en las negociaciones de La Habana con las Farc, y ganar puntos en la
contienda presidencial ya en marcha en el país.
Sea lo que fuere, es
inaceptable que en las relaciones internacionales se proceda como jugando al
póker. La política exterior debe llevarse con más seriedad y obedeciendo a
criterios muy pensados y de largo aliento.
Si
hubo la llamada, eso da para pensar que el acuerdo Chávez-Santos de Santa Marta
tuvo un significado mucho mayor que el que sirvió a Santos para declarar a
Chávez su nuevo mejor amigo.
Haciendo memoria fue exagerado lo que cedió
nuestro primer mandatario en aquella histórica cita. Primero, echó en saco roto
los justos reclamos por la presencia de bases y líderes farianos en territorio
venezolano con aquiescencia del gobierno y sus fuerzas militares. Segundo,
Colombia deshizo el trato que tenía con los Estados Unidos para el
reforzamiento y modernización de bases militares colombianas, proyecto que
había levantado ampollas del gobierno chavista.
¿Todo a cambio de qué? De
convertirlo en facilitador de un proceso de paz incierto y sin compromisos
serios de parte de la guerrilla para abandonar la lucha armada. De manera que
no solo cedimos en materias sensibles de
seguridad y de equilibrio estratégico, sino que se abrió el espacio para que
Chávez se convirtiera, nuevamente, en factor clave en la resolución de la
violencia colombiana, se entrometiera en
nuestros asuntos y chantajeara con el retiro de su apoyo ante el más mínimo
incidente.
Y,
en efecto, Santos proporcionó ese pretexto a un gobierno urgido de un enemigo
externo a quien achacarle, al mejor estilo de la dictadura castrista, todos los
males y hasta los más fabulosos planes de asesinato y de complots con el
imperialismo yanqui para derrotar su revolución. La “jugada” del presidente
Santos, tan ingenuamente aplaudida y calificada de gesto autónomo por sus
áulicos, produjo un efecto inesperado para los asesores de Palacio. Lo más
probable es que en sus inflados cálculos no cabía que Diosdado primero y Maduro
y Jaua después, dieran por finalizado el romance y prácticamente declararan
traidor y violador de compromisos a Santos.
La teatralidad montada por el
chavismo no ha generado la más mínima reacción de protesta de las débiles
democracias latinoamericanas que han agachado sus cabezas ante el temor de
perder las dádivas del gobierno bolivariano. El intervencionismo funciona y es
válido y legitimo si está en cabeza del chavismo.
La
última declaración de las Farc desde La Habana (ElEspectador.com 8/06/2013) en
la que se solidarizan con el gobierno ilegítimo de Venezuela en su protesta por
la recepción a Capriles y por el fallido anuncio del propósito de ingresar a la
OTAN, es una buena prueba de cuan estrechos son los lazos entre el chavismo y
las guerillas colombianas y de cómo ambas hacen parte de un proyecto
estratégico de unir a toda Latinoamérica en el sendero del “socialismo del
siglo XXI”. Para las Farc es más importante la seguridad de Venezuela que la
colombiana, eso explica su condena al gobierno Santos por sus pretensiones de
ingresar a la OTAN.
La conclusión para ellos es tan grave como la de los mismos chavistas, según las Farc “La actitud de Santos desinfló el optimismo, la atmósfera favorable a la paz que se había logrado construir con tanto esfuerzo en La Habana. La cuestión se resume en el hecho de que si no fuera por Venezuela no tendría lugar el diálogo de paz de la capital cubana”.
Como
auténticos apéndices de las directrices y de las políticas de Maduro y
Diosdado, las Farc calificaron de “justa” la reacción de Caracas y llegaron más
lejos al declarar que las negociaciones quedaban en un “limbo”. Incluyeron en
su crítica la visita del Vicepresidente norteamericano Joe Biden y en el colmo
de la paranoia afirmaron que la “Alianza del Pacífico” de Colombia con Chile,
Perú y Méjico, hacía parte de un complot para “descarrilar” a los gobiernos
“populares” de la región.
Queda
pues latente, a ojos vistas, la estrecha comunidad de intereses entre el
chavismo y las Farc y el excesivo juego dado al gobierno de Venezuela en el
proceso de paz, ya que por lo visto, es este el que decide, al final de
cuentas, si este avanza o se detiene. Son ellos los que tienen la llave de la
paz. Razón muy poderosa para aumentar la desconfianza en esas conversaciones.
Más
descorazonador aún es constatar el hecho de estar viviendo las consecuencias de
una actitud entreguista de nuestra soberanía a cambio de una paz incierta y de
manejar las relaciones exteriores como si se estuviera jugando cartas en un
casino. Colombia ingresó a UNASUR y a la CELAC organismos creados por el
chavo-castrismo para inutilizar a la OEA, haciéndole el juego a Hugo Chávez.
Los compromisos explícitos e implícitos con el chavismo le impiden a la
cancillería colombiana reaccionar con el debido decoro y honor so pretexto de
guardar las formas y evitar las provocaciones.
Darío
Acevedo Carmona, Medellín 9 de junio de 2013
rdaceved@unal.edu.co
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