En estos ya catorce largos
años de gobierno chavista, nunca términos del lenguaje como “infiltrado”, “desestabilizador”, “saboteador” o
“conspirador”, con sus equivalentes en criollo,“guarimba”, “guarimbero”, o “candelita”, se habían usado
tanto y tan seguido, dentro del discurso político de quienes tienen la
responsabilidad de conducir el destino del país.
Expresiones como “infiltrados de la CIA con planes
desestabilizadores”, la “oposición conspira contra Chávez o contra Maduro”
o “candelita que se prende, candelita
que se apaga”, forman parte del léxico diario de ministros, diputados, gobernadores,
dirigentes del PSUV, embajadores ante organismos internaciones, el propio
Presidente de la República y lo más, en mi opinión llamativo, generales y demás
oficiales de las Fuerzas Armadas Bolivarianas. Hasta los estudiantes, en boca por supuesto, de la Federación
Bolivariana de Estudiantes de Venezuela, ha denunciado en varias ocasiones el
inicio de un plan desestabilizador en liceos y universidades, a nivel nacional,
orquestado por sectores “guarimberos” de la oposición.
Si a este vocabulario le incluimos
palabras como “magnicidio”, “golpista” o “fascista”, todas muy de moda
últimamente, tenemos que el espectro político-comunicacional de Venezuela, en
la última década, ha sido el de una población atiborrada de mensajes
agiotistas, belicistas, alteradores de la paz familiar, resquebrajadores de la
armonía social e invasores del orden civil que debe tener una sociedad abierta,
dentro de un Estado republicano y democrático.
Basta con revisar los medios
de comunicación impresos o audiovisuales, del año 1999 para acá, para
darnos cuenta de cómo la verborrea sobre
conspiraciones, planes de sabotaje en la empresas del Estado (PDVSA, Red
Eléctrica Nacional, etc), guarimbas y golpes de estado de la oposición contra
el gobierno, intentos de magnicidio y desestabilización del orden económico o
político, es una constante y un mecanismo permanente de agitación de la
ciudadanía. Hasta los empresarios, que yo pensaba invertían su dinero en el
país para obtener lo que todo capitalista persigue como es hacer más dinero,
pareciera que en estos catorce años se han dedicado a conspirar contra la
revolución dejando de producir bienes y servicios en contra de los intereses de
su propio bolsillo.
Ni siquiera en un país como Colombia, donde la guerrilla, los paramilitares
y las FARC ocupan un lugar protagónico
en la violencia política contra el Estado, el discurso de los dirigentes políticos está tan surcado de
planes desestabilizadores, infiltraciones, sabotajes o
conspiraciones, como en Venezuela, donde no hay ni organizaciones
guerrilleras, ni clandestinas de ningún tipo, actuando contra el gobierno.
Donde tan solo existe una oposición
política, fragmentada en
pequeños partidos, y sin un verdadero líder capaz de aglutinarlas
a todas, hasta no hace mucho, más allá del escenario electoral. Conceptos o
términos aquellos, que si nos damos
cuenta, son más de uso militar que
civil, más propios de una propaganda de guerra, que de un discurso político
civilista.
De acuerdo al diccionario de
la Real Academia de la Lengua, la palabra desestabilizar significa “comprometer la estabilidad de una situación política o económica”, lo cual quiere decir que el hecho de que haya oposición, más allá
de que se haga o no, alguna o ninguna oposición, puede ser, de por sí,
comprometedor.
Si tan solo una pequeña parte
de los planes desestabilizadores, de las conspiraciones, golpes, o de los
sabotajes que afirma el régimen ha habido en su contra en estos catorce años y
medio, fuesen ciertos, la sociedad venezolana debería estar comprometida o
involucrada en su totalidad o en una muy buena parte, pues hasta los organismo
del estado y el propio PSUV parece que también están infiltrados por genta de la oposición, tal como lo ha
reconocido recientemente el propio Presidente Nicolás Maduro. Es decir, que la
nuestra es una sociedad llena de saboteadores de oficio, de golpistas y de
conspiradores, que los cuerpos de seguridad del Estado no han sido capaces de
limpiar en estos catorce años y medio. Por lo que habrá que esperar otros
cuantos más para que se depure. La contrarrevolución es permanente en nuestro
país, inagotable; todo conspira contra
el gobierno. Tal como dijéramos en un artículo anterior, la realidad en si
misma es subversiva.
Pero como para explicar la historia,
se debe echar mano de la historia, para poder entender a este gobierno y su parloteo desmedido sobre
magnicidios, golpistas, infiltrados y demás, debemos remontarnos a los años 90
del siglo pasado y recordar al Teniente Coronel Hugo Chávez, a la intentona de
Golpe de Estado contra Carlos A. Pérez y al surgimiento del chavismo como
fuerza política unos años después. Pero ésta claro está, es otra historia.
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