Normalmente –en la terminología política- se
suele designar autoritarismo a una forma de gobierno, cuya característica
distintiva es la manera en que se ejerce el poder que detenta. Pero, a veces,
es interesante detenerse a indagar cuáles son las causas profundas que subyacen
en los modos autoritarios de ejercer el poder, raíces que arraigan y hasta
trascienden lo meramente político, que es el lado habitual desde el cual se
suele abordar el tema por la mayor parte de los autores. En materia de
autoritarismo, lo político es una mera derivación de lo filosófico, como nos da
a entender K. R. Popper con las siguientes palabras:
"El hombre puede conocer; por lo tanto, puede ser libre. Tal es la fórmula que explica el vínculo entre el optimismo epistemológico y las ideas del liberalismo"
K. R. Popper |
Al vínculo mencionado se contrapone el
vínculo opuesto. El escepticismo hacia el poder de la razón humana, hacia el
poder del hombre para discernir la verdad, está casi invariablemente ligado con
la desconfianza hacia el hombre. Así, el pesimismo epistemológico se vincula,
históricamente, con una doctrina que proclama la depravación humana y tiende a
exigir el establecimiento de tradiciones poderosas y a la consolidación de una
autoridad fuerte que salve al hombre de su locura y su perversidad. (Puede
encontrarse un notable esbozo de esta teoría del autoritarismo y una
descripción de la carga que sobrellevan quienes poseen autoridad en la historia
del Gran Inquisidor de Los Hermanos Karamazov, de Dostoievsky.)" [1]
Es por
esta razón que el autoritarismo ha de negar forzosamente la libertad, pero con
la advertencia que esa negación no es consistente, por cuanto lo que el
autoritario niega es todas las libertades ajenas, menos la suya propia. Pero no
se detiene ahí, porque la negación de la libertad de los demás implica
necesariamente en quien lo hace el paso siguiente de imponer su autoridad por
sobre todos esos demás, de quienes se niega que sean o puedan ser libres. Quien
dice que el hombre no es libre se contradice a sí mismo, (por cuanto para ser
coherente debería negar su propia libertad) en la medida que pretenda dirigir a
otros. Si, por el contrario, afirma de todos (inclusive de sí mismo) la
inexistencia de libertad, se trata simplemente de una mentalidad esclavista (el
reconocerse no-libre involucra necesariamente admitirse esclavo).
Sigue K. R. Popper así:
"Pero la teoría de que la verdad es
manifiesta no sólo engendra fanáticos —hombres poseídos por la convicción de
que todos aquellos que no ven la verdad manifiesta deben de estar poseídos por
el demonio—, sino que también conduce, aunque quizás menos directamente que una
epistemología pesimista, al autoritarismo. Esto se debe, simplemente, a que la
verdad no es manifiesta, por lo general. La verdad presuntamente manifiesta,
por lo tanto, necesita de manera constante, no sólo interpretación y
afirmación, sino también re-interpretación y re-afirmación. Se requiere una
autoridad que proclame y establezca, casi día a día, cuál va a ser la verdad
manifiesta, y puede llegar a hacerlo arbitraria y cínicamente. Así muchos
epistemólogos desengañados abandonarán su propio optimismo anterior y
construirán una resplandeciente teoría autoritaria sobre la base de una
epistemología pesimista. Creo que el más grande de los epistemólogos, Platón,
ejemplifica esta trágica evolución."[2]
Precisamente esto se observa en el campo de
la política por doquier. Los políticos que aspiran al poder, proclaman en discursos
y entrevistas, ser más o menos poseedores y detentadores de esa "verdad
manifiesta". Mientras hablan de "consensuar", en los hechos y
una vez posesos ya del poder, sólo se los observa imponer a troche y moche. Su
límite estará dado exclusivamente por aquellos a quienes tales políticos (ya en
función de gobierno), intentan someter a cualquier costa. Ejemplo vivo de esta
última actitud la encontramos en los populismos latinoamericanos de los
Kirchner en la Argentina, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y el comunismo
chavista venezolano, movimientos todos estos que guardan -en lo esencial- una
indisimulable similar vocación autoritaria.
A pesar de que estos autócratas –como muchos
otros antes que ellos en la historia, tales como sus inspiradores, Hitler,
Mussolini y Stalin- invocarán la "autoridad" que les confiere
"el pueblo", no obstante ello, sus actos demuestran día a día que esa
"autoridad" que presuntamente declaman haberles sido
"delegada", en rigor se la están auto-atribuyendo ellos mismos. Y
aunque esa "delegación" fuere cierta en un primer momento, sus largas
permanencias -a cualquier precio- en la cima del poder, indican a las claras,
tanto su falta de legitimidad como su ausencia de autoridad, porque ningún
ciudadano confiere autoridad para ser atropellado en sus derechos ni para que
se restinga su libertad, salvo, claro está, que nos encontremos frente al caso
de un pueblo exclusivamente compuesto por serviles esclavos.
Por otra parte, resulta muy ilustrativo
recordar la etimología del término, aspecto sobre el cual nos instruye el Dr.
Alberto Benegas Lynch (h) de esta manera al referirse a los
"derechistas":
"Por último, tienen una idea autoritaria
de lo que significa la autoridad, palabra esta última que según el diccionario
etimológico deriva de autor, de creador, con la consiguiente connotación de
peso moral, es decir, en este contexto, la autoridad no puede escindirse de la
conducta no importa la investidura ni la profesión de quien la detente. En este
sentido, el autoritarismo es una degeneración de autoridad. El uso de la fuerza
de carácter ofensivo siempre mina la supuesta autoridad de quien la ejerce. En
este sentido, como queda dicho, es deber del ciudadano libre el renegar de
“autoridades” que se conducen como sátrapas, sea cual sea la posición que
ocupen en la sociedad"[3]
Según este enfoque –que compartimos- el
autoritarismo sería simplemente el término que sirve para definir el uso de la
fuerza de carácter ofensivo, y quien recurre al empleo de esta fuerza ofensiva
carece -desde ese mismo momento- de cualquier clase de autoridad.
[1]
Karl R. Popper. Conjeturas y refutaciones El desarrollo del conocimiento
científico. Edición revisada y ampliada - ediciones PAIDOS Barcelona-Buenos
Aires-México. pág. 26
[2] K.
R. Popper, ob. Cit, pág. 30
[3]
Alberto Benegas Lynch (h) "La caja, las normas y la autoridad". Este
artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 29 de
diciembre 2011.
gabriel.boragina@gmail.com
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