miércoles, 12 de junio de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, NUBES TORMENTOSAS, FORMATO DEL FUTURO…

Es realmente inquietante el diario acontecer en Venezuela. Muchos venezolanos creen que cada habitante ha aprendido a vivir como si soñara sobrecargado de pesadillas, y desarrollado la propiedad existencial de poder despertar a voluntad, cuando se percata que está ante una situación de gran peligro o de un momento simplemente desagradable.
Ya es normal que cada mañana comience con la lectura de diarios, la sintonía de noticieros radiales o televisivos, en los que la información impactante sea el de la muerte de 10, 20  o más ciudadanos de diferentes edades, sexo o condición social, provocada por una minoría que vive del delito, entendido éste como hurtos, robos, secuestros, violaciones, y ahora también invasiones.
Y esto se da en época de verano o de lluvias, por igual, con el agravante de que cuando es el agua la que aparece, al dolor anterior se suma el efecto de las inundaciones, de los derrumbes, es decir,  los damnificados, los nuevos refugiados, los peores hacinados. Mientras que desde las instancias gubernamentales, con gran despliegue propagandístico, se insiste en exaltar la entrega de nuevas viviendas, aunque sin que tales entregas, curiosamente, terminen por asomar la mínima posibilidad de que los damnificados históricos dejarán de serlo alguna vez. ¿Alguien conoce la cifra exacta de verdaderos damnificados que existen actualmente en Venezuela?.
Más de la mitad de la población venezolana vive en barrios. Y más del 75% de las cifras de fallecidos a diario, tristemente, los “aportan” los barrios; esos mismos lugares en donde la mayoría también está representada por gente trabajadora, luchadora de sol a sol, pero cuya condición para los efectos de la acción social del país, representada por la erogación de fondos públicos y el aporte incondicional de la empresa privada, no termina de superarse a la velocidad que sus habitantes esperan.

Los compatriotas que viven en los barrios venezolanos, definitivamente, tienen que dejar de ser sólo componentes de estadísticas nacionales e internacionales, para determinar si se están alimentando debidamente. Cuando lo peor por lo que pasan, es que sus ingresos, como mucho de sus miembros que les son arrancados a la vida por la acción del hamponato espontáneo u organizado que se mueve en ese medio ambiente, están a merced de la inflación, de la escasez y del desabastecimiento.  Y es por eso por lo que, sin que tal consideración implique justificación alguna o una irresponsable solidaridad populachera con dicho proceder, razones abundan para comprender que ellos insistan en protestar cuando su mañana sigue apareciendo aliada a las inminencias de ser mucho más que los desplazados de hoy: eternos damnificados.
Pero ¿y es que acaso esa posibilidad de damnificados cerro arriba, no guarda relación con los damnificados valle adentro, desprotegidos también ante el reinado de la delincuencia organizada, la misma que ha creado su propia metodología para asaltar, secuestrar y asesinar a quienes viven en urbanizaciones de clase media, o en modestas viviendas de jubilados y profesionales que han tenido que convertir sus moradas en oficinas?. Tanto se parecen en las situaciones y condiciones, que, además, ya son neovecinos de ocasión, cuando tienen que compartir tiempo y espacios para hacer su respectivo turismo de mercado en procura de medicinas, alimentos, papel y toallas sanitarias, pasta dental, jabón para el aseo personal y familiar.
Mientras tanto, permanece invariable el debate profesionalizado y academizado con relación a si lo que le sucede a los habitantes de los cerros, de las urbanizaciones del Norte y del Sur de Caracas, y a los de las urbanizaciones del Este y del 0este, por ejemplo, es producto de una acción fríamente concebida, audazmente planificada y criminalmente conducida. Porque “las cosas siguen pasando” y en el ambiente no se percibe una sola evidencia de que se quiere “que las cosas cambien”. Además de que tan verdadero es que el imperio de la libertad particular está a merced de los delincuentes, como que nada se hace para evitar que la moneda siga reduciendo cada minuto su capacidad de compra, la inflación a la venezolana siga exhibiéndose cual Miss universal poderosa, la producción primaria y manufacturera no encuentren cómo salir del atolladero en el que los metieron los controles de precios y de cambio, que las relaciones laborales se hayan convertido en un torneo de anarquía y de creciente improductividad, y que los “países amigos” sean hoy los verdaderos amos de la cacareada soberanía alimentaria venezolana.
Si en las zonas populares la delincuencia y el costo de la vida se han hermanado, hasta que llegan las lluvias y ellas se ocupan del resto de lo que queda, abajo, en la planicie urbana, tal hermandad es identificada de manera más amplia por la heterogeneidad de sus impactos, acompañada ahora por la obligación particular, además, de hacerle frente al avance del virus AH1N1.
Y mientras que los responsables de la formación profesional en el país tienen que declararse en paro permanente para que les reconozcan su trabajo digna y respetuosamente, dentro de los recintos universitarios y fuera de ellos, la controversia, el debate y la inquietud gira alrededor de lo que envuelve todo este complejo cuadro: se acentúa  la inflación, hoy convertida en la más alta del Continente, y el río suena anunciando una nueva devaluación. Más inflación, sueldos y salarios más destruidos, reservas internacionales que ya no alcanzan para alimentar la economía de puertos que se tejió al destruirse y expropiar el entramado nacional privado de producción, conforman hoy una seria inquietud por las inminentes implicaciones sociales.
Ante dicha dura y compleja realidad, no es válida la tesis acusatoria de canto al pesimismo y al agorerismo, cuando la conclusión del análisis arroja que se vive un momento de graves dificultades. Sí la de que, definitivamente, esto marcha mal, y que a los venezolanos les llegó el momento de engavetar fundamentalismos ideológicos, deponer radicalismos grupales, y planificar y trabajar unidos en la reconstrucción del país; dicho de otra manera, convertir en hecho tangible el mensaje que dio el pueblo en las pasadas elecciones presidenciales.
Luego de quince años de ejercicio gubernamental con base en lo que está contemplado en la Constitución, carece de seriedad que se insista en ver hacia atrás, para identificar al culpable de lo que acontece hoy. Mucho menos, apelar permanentemente a distracciones colectivas, a partir del uso de ruidos que, como en el caso de lo último que acaba de suceder con Colombia, sólo se traduce en efectos contrarios a la necesidad de dinamizar las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambas naciones.
A lo que sí hay que dedicarle tiempo y voluntad política, es al diálogo, al entendimiento y a la construcción de un ambiente de paz y justicia, para que, de una vez por todas, se reinicie el retorno a lo que siempre distinguió al pueblo venezolano: la fraternidad, la solidaridad, la hermandad como estandarte de un país realmente civilizado, ganado para convertirse en el prototipo de una nación verdaderamente democrática dentro y fuera de Latinoamérica.
Sí es posible hacer del actual momento, el período del rescate y la prosperidad. Sólo basta con echar mano de la experiencia, de los recursos humanos, y llegar a hacer de la explotación de los recursos naturales el epicentro de un ejemplo de administración transparente, capaz de convertirse en la superación definitiva del estigma de que Venezuela es un centro geográfico de la corrupción en esta parte del mundo.
Hay que liberar al ambiente nacional de las nubes tormentosas que hoy impiden percibir y apreciar lo obvio: Venezuela es un país de oportunidades. Y del entendimiento sincero, maduro y responsable entre sus habitantes, depende que el futuro sea de abundancia de éxitos y de prosperidad.
egildolujan@gmail.com
Enviado a nuestros correos por
Edecio Brito Escobar
edecio.brito.escobar@hotmail.com

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1 comentario:

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