La
idea de convocar una asamblea constituyente vuelve al primer plano porque los
delegados de las Farc en La Habana insistieron de nuevo en plantear que ese es
el mecanismo ideal para convalidar los acuerdos entre gobierno y guerrilla.
Me
supongo que hay algo más que ese angelical interés. Sin abandonar sus viejos
ideales de una sociedad comunista (aunque no lo reconozcan así) están
notificados por sus camaradas del vecindario y por el polvo de la derrota
estratégica que sufrieron en el inmediato pasado, a buscar otros medios
distintos a las armas para alcanzar el poder y construir el modelo.
La
constituyente sería el mecanismo ideal para iniciar una experiencia de tipo
electoral que les permite lavar la imagen de terroristas. Deben ser conscientes
de que por sí solos no obtendrían resultados alentadores, por eso han llamado a
la conformación de un amplio movimiento de masas conformado por grupos sociales
y fuerzas políticas de izquierda en torno a unas banderas que ya no serán de
corte revolucionario sino reformista. El ELN también se ha pronunciado en el
mismo sentido en su boletín de mayo.
Desde
el costado de la legalidad, donde se mueven con habilidad sus defensores y
aliados se escuchan voces en favor de esa gran alianza. Conversan los del Polo
con los de la Marcha y los Progresistas, Ongs, Colectivos de litigantes de derechos
humanos y hasta liberales. ¿Cuál es la línea esencial que los aglutinaría? No
es otra que la idea de sentar las bases del modelo bolivariano chavista en
Colombia.
Para
todos ellos, una constituyente significa el comienzo de una nueva Colombia. De
modo pues que hay algo más ancho que ratificar acuerdos de paz. El gobierno
nacional se ha negado hasta ahora a aceptar la demanda de las Farc. Considera
que está fuera de lugar, que basta con una consulta popular. Ahí se visualiza
uno de los nudos gordianos en una negociación llena de equívocos, candidez,
mañas y marañas.
Entre
los escribanos del santismo en la prensa nacional cunde el pánico ante la
posibilidad de un fracaso en La Habana. Unos dicen que el fracaso de las
conversaciones en La Habana sería un desastre no porque se frustre un anhelo
nacional sino por una razón mezquina hasta los tuétanos, “es que eso es el
triunfo del uribismo en las próximas elecciones”. Otros piensan que convocar
una constituyente es muy peligroso porque el estado de la opinión pública
favorece ampliamente a lo que ellos, con absoluto simplismo, sectarismo y hasta
ignorancia, llaman la “extrema derecha”.
Sorprende
que personas que han recibido los dones de la alta educación caigan en
consideraciones tan ruines y antidemocráticas, pues no otra cosa puede uno
decir de quienes creen que la democracia es buena cuando ganan y mala si
pierden. Es lo que se observa por ejemplo en la actitud antirevocatoria del
alcalde bogotano, Gustavo Petro, quien luchó en el pasado por la instauración
de mecanismos de democracia directa como el referendo, el plebiscito, la
revocatoria de mandato, las veedurías ciudadanas, las consultas y hasta la
constituyente, y ahora que la opinión no le favorece, considera turbio el
procedimiento.
Cualquier
estudiante de ciencias políticas entiende que una constituyente debe ser
justificada o rechazada no por el cálculo mezquino sino por razones de mayor
peso. Por ejemplo, un cambio revolucionario en el poder, un golpe de estado,
una turbación social de grandes magnitudes, una guerra civil, que no es nuestro
caso, en la que dos bandos de igual a igual luchan por el triunfo sin poder
alcanzarlo, o, en fin porque las leyes son insuficientes o no dan cabida a
algún sector importante de la sociedad o no reflejan el interés general.
Y,
Colombia, por fortuna, no se encuentra en una situación de crisis. Así que los
miedosos de la democracia se pueden liberar de sus fantasmas, ya estamos
notificados de que su espíritu democrático no les llega ni a los tobillos.
Una
constituyente en Colombia no se justifica porque la constitución vigente cuenta
con amplio margen de legitimidad y respaldo. Los problemas del país parecen
ubicarse en el terreno de la aplicación de políticas públicas que apunten a
remediar las carencias materiales y educativas que nos avergüenzan, y eso debe
resolverse en el campo de la lucha ideológica y política entre partidos y
movimientos en las elecciones y en la confrontación de propuestas y proyectos
puestos a consideración de la ciudadanía.
Mucho
menos se justifica una constituyente para darle gusto y juego político a un
grupo que fracasó en su esfuerzo de representar algo o alguien que constituyera
un sector respetable de este país. Si lo que quieren es participar en el juego
democrático, lo primero que deben hacer es abandonar la violencia y las armas y
buscar garantías para ingresar a movimientos y marchas que los esperan con los
brazos abiertos.
Ruben
Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
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