domingo, 23 de junio de 2013

ALBERTO RODRÍGUEZ BARRERA, EN LA HORA DE LA RESISTENCIA CLANDESTINA, RAÍCES DEMOCRÁTICAS DE VENEZUELA

     En ese momento crítico, con el neofascismo castrense instalado en el gobierno, con la dirigencia adeca en la cárcel, en el exilio o asilados en Embajadas extranjeras, el Partido habló nuevamente desde la catacumba de la clandestinidad. Su primer manifiesto a la nación fue fechado el 8 de diciembre de 1948:

     “Nuestro Partido declara, ante la nación, que desde esta misma fecha inicia su labor política de carácter clandestino, encaminada a organizar la vanguardia combativa del pueblo para recuperar las libertades públicas y el régimen de soberanía política hoy usurpado. El Partido entra en una etapa de sacrificios y organizada resistencia, empresa para la cual nuestro movimiento cuenta con inagotables fuentes de fervor, mística, capacidad y entereza. Sabemos que la batalla será cruenta y brutal, porque nuestros adversarios usarán el recurso cerril de la violencia para pretender acallar al pueblo, someter la opinión, estabilizarse y sobrevivir como régimen policial.  Nada nos hará detenernos y nada nos hará vacilar en la hora de cumplirle a Venezuela los sagrados compromisos que con ella hemos contraído. La hora es de rudo y persistente trabajo, de abnegada labor, de sacrificio permanente. No ocultamos la magnitud del esfuerzo a realizar, ni pretendemos ocultar las perspectivas de combate que se nos ofrecen. Con plena responsabilidad del significado de esa empresa, con clara conciencia del inmenso deber, con fe segura en el triunfo final, Acción Democrática inicia hoy su terca lucha de resistencia clandestina, hasta obtener para Venezuela un régimen de libertades, dignidad política, honradez administrativa y decencia pública.”

     Tal clarividencia y lucidez precedió a la marea represiva desatada por los usurpadores y la emocionante capacidad del pueblo venezolano para enfrentársele y resistirla. Como diría la revista Time (28 de febrero, 1955): “Después de dominar algunas revueltas inspiradas por el ilegalizado Partido Acción Democrática, el ‘hombre fuerte’ resolvió eliminar su liderato clandestino. 

Para ese trabajo escogió a Pedro Estrada, un experto policía, verboso y sin nada que perder. Como jefe de la Seguridad Nacional, Estrada construyó un eficaz aparato de espionaje con ojos y oídos en cada restorán, hotel, oficina y campo petrolero. Los subordinados de Estrada encarcelaron a millares de personas; y arrancaron secretos algunas veces de los sospechosos capturados sentándolos desnudos, durante horas, sobre bloques de hielo; mediante otras indignidades, o por el viejo sistema de las palizas. Cuantas veces fue localizado un jefe de AD o un militante exaltado de ese Partido que manipulaba bombas, se le encarceló o se le mató a tiros en las calles”.

     No bastaron las cárceles para inspirar terror, se emplearon métodos más brutales: envío de hombres a campos de concentración; uso de todas las formas imaginables de tortura y violencias físicas, y el asesinato puro y simple.

     Para 1949, Ultimas Noticias informaba de presos con nombres y oficios –la gran mayoría adecos- tratados como hampones, enviados a las Colonias Móviles de El Dorado, al margen de la civilización. La prensa (aun no sometida a la censura rigurosa) y los demás partidos políticos comenzaron a despertar. La opinión venezolana se encrespó. La protesta comenzó a desbordar las fronteras nacionales, con la activa participación de los adecos exilados. La respuesta de la dictadura fue la típica insolencia, inventando mentiras de toda índole y creyéndoselas.

    
En el “nido de víboras” de los tres cochinitos, la confianza mutua se resquebrajaba. Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez querían un gobierno unipersonal, no cabían en la misma silla, uno de los dos debía desaparecer. Delgado no profesaba principios éticos exigentes, pero era hábil, inteligente y con capacidad de maniobra, aunque tímido y hasta con alergia a la multitud, cosa que lo hacía objeto de una rechazo colectivo inocultable. Pérez Jiménez tenía una ausencia de escrúpulos, de moral política y una misma irritada mala voluntad hacia el pueblo. Delgado Chalbaud fue asesinado el 13 de noviembre de 1950, en extrañas circunstancias. El asesino, Rafael Simón Urbina (ignorante hasta el analfabetismo), fue rematado en un calabozo. Tenía conexión con Pérez Jiménez, quien dirigió las investigaciones desde su despacho. Tan obvia era la cosa, que el dúo beneficiado (Pérez Jiménez y Llovera Páez) pretendió obviar la culpabilidad con una inesperada fórmula: crear una junta militar presidida por un civil. 

    
El prestigioso médico sanitario Arnoldo Gabaldón fue escogido y aceptó, pero fue descartado en la hora undécima, y se escogió a Germán Suárez Flamerich como el nuevo cochinito del triunvirato. Pero el cambio fue hacia lo peor: más encarcelamientos, censura de prensa, desmán policial sin freno alguno, y en lo administrativo la misma venalidad, ineptitud y desarticulación.

     Crecía el repudio al régimen por parte de una población que vivía en permanente estado de sitio. Y se anunciaron elecciones para 1952, como maniobra de diversión del régimen ante el acoso oposicionista. Gangsters pagados atentaron contra la vida de Betancourt en La Habana. 

Leonardo Ruiz Pineda escapó con vida en la noche del 23 de septiembre de 1951 cuando la policía política acribilló a balazos la carrocería del auto donde viajaba. Una bomba estalló y apresaron a seis mil personas en todo el país. Los millares de encarcelamientos se hacían sin fórmula de juicio ni intervención de tribunales ni jueces. Las bandas policiales asaltaban los hogares de día y de noche, sin respiro. No se discriminaba entre militantes de AD y personas no miembros del Partido. La prensa peronista aplaudía en Argentina. Autócratas de extrema izquierda y de extrema derecha se besaban las mejillas, intercambiando fluidos neofascistas.

    Los ingenuos alabadores del peresjimenismo, comodines de sillones distantes, exaltadores de escasas obras públicas que palidecen ante lo construido por la democracia, ignoran aún las formas inusitadas que asumió la represión, con saldos de primitivismo y barbarie, y ejecutores sádicos y enfermos mentales, como si los hechos fueran pamplinas: violencias físicas en cámaras de tormento para centenares de prisioneros políticos: colgadas por los pies y los órganos pudendos, golpizas a machete-peinilla limpio, descargas de electricidad sobre cabezas y sexos, el mismo aparato de tortura inquisitorial perfeccionado por Perón como “picana eléctrica”… 

Un historial de torturas que llenaría libros enteros. El compañero Salom Meza salió de la cárcel al hospital en “estado preagónico”.

     Rebasando todos los límites, la dictadura hizo befa y tortura de numerosas mujeres: Josefina Guerrero de Troconis y su hija Alicia –madre e hija respectivamente de Luis Troconis Guerrero-, Celia Jiménez, Débora Gabaldón, Renée Hartman, Josefina Salazar, Doris de Orellana, María de Daza, Isabel Carmona, Clarisa Sanoja, Verónica Coello, Mercedes Cornivell, Cecilia Olavarría Celis, Rosario de Cedeño y docenas más de madres de familia, de profesionales, de obreras, estudiantes y maestras de escuela. Se superaron todos los límites de las más bárbaras autocracias.

     Hizo su aparición Guasina, el Dachau o Isla del Diablo dictatorial, cayo fangoso e insalubre abarrotado con cuatro mil presos políticos, donde hombres cuyo delito era procurar las libertades públicas y decencia administrativa eran sometidos a los peores atropellos y sobre lo cual existe amplia y copiosa documentación, vivas y patéticas relaciones hechas por las propias víctimas de esas experiencias hitlerianas, las cuales omitiremos aquí.
     
        Y Pérez Jiménez le respondía a una madre que clamaba por su hijo: “No se queje. Su hijo está en Guasina, con los otros, disfrutando de su amor a la libertad”. Cuando Copei también levantó su voz contra el horror, su Directiva –encabezada por Rafael Caldera- fue sometida a 48 horas de interrogatorio continuado en la Seguridad Nacional.

     Estos hombres y mujeres privados de su libertad y víctimas de salvaje trato, por meses y por años, no fueron oídos por ningún juez ni sentenciados por tribunal alguno. 

    Por lo menos 30 mil casos de venezolanos encalabozados fueron obviados, “escuchándose” apenas un centenar. Y en el caso de los juicios ante tribunales militares, de líderes y militantes de AD en el Estado Zulia, un documento señalaba datos precisos de lugar, fechas y ejecutores de las violencias físicas o torturas contra ellos, y el tribunal realizaba parodias de juicios, para arrancarles declaraciones que los comprometiesen; encabezaron el viril alegato Luis Vera Gómez, Jesús Angel Paz Galarraga, Ismael Ordaz, Juan José Delpino, Eloy Párraga Villamarín, Adelso González Urdaneta. Se paralizó el juicio cuando los abogados también fueron encarcelados.

     La bárbara represión de los individuos se dio la mano, como siempre sucede en los regímenes de fisonomía totalitaria, con la acometida contra instituciones y organizaciones sin filiación política determinada, pero defensoras de la cultura y de la dignidad del país (algunas de las cuales fueron –para luego arrepentirse- beligerantemente antiadecas). Ya veremos lo sucedido a la prensa, a las Universidades y a los organismos gremiales de los obreros y del magisterio cuando los cochinitos llegaron al poder, cumpliéndose una vez más aquello de que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

chinorodriguez1710@yahoo.com

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