En Vida y destino, monumental novela, escrita
desde la entrañas del estalinismo, Vasili Grossman va construyendo
soterradamente el recorrido anímico de personajes, y de todo un pueblo, que
transita el tenebroso camino del miedo a la sumisión. Es un retrato cruel de la
infinita capacidad de violencia que tiene el poder, de la infinita capacidad de
degradación y de sometimiento que tienen sus víctimas. Así nace la narración de
una historia privada de los silencios.
También nosotros, llenando de comillas la distancia
entre ambos casos, podríamos contar el proceso de estos años a través de los
secretos. Desde 1999 hasta hoy existe un relato amplio y profundo de aquello
que no podemos saber. Lo que no se dice, lo que no está en la etiqueta, lo que
no aparece en el reporte, lo que está fuera del presupuesto, lo que no declara
ninguna fuente, lo que está cerrado, lo que forma parte de la seguridad
nacional… es cada vez mayor, cada vez más grande. Esa es otra de las grandes
paradojas que hemos cultivado. A mayor ruido mediático, a mayor cantidad de
satélites, señales y emisoras; mayor también es la falta de transparencia, el
misterio. Vivimos en una constante opacidad sonora. Hay tantas noticias que ya
no hay ninguna noticia.
Desde muy temprano, Hugo Chávez entendió la
importancia de la comunicación, del control de la información.
Entre otras cosas porque ahí estaba su
verdadero campo de batalla. Él sabía que ése era su mejor talento, que ahí se
fraguaba su fuerza. Lo dijo con claridad José Vicente Rangel el 20 de marzo,
pocos días después de su muerte: “Chávez fue esencialmente la palabra, el
verbo. El arma más poderosa de Chávez no fueron los tanques, ni los 120.000
soldados de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, ni la milicia… sino su
palabra”. Se trata de un hechizo personal irrepetible.
Y no es fácil ahora pensar que la
autodenominada “revolución” quizás sólo era la rutina individual de un
excelente showman. Por eso Maduro anda patinando por el país, ofreciendo
canales de televisión a los militares, a los estudiantes, a los militantes del
Gran Polo Patriótico. Se busca una estrella.
Por más de 14 años, los distintos gobiernos
oficialistas han recurrido a la tesis de la “conspiración mediática” para
justificar sus errores y sus desmanes. Esto ha ido rediseñando también una idea
de “pueblo”, una noción de los “consumidores de la información” como una manada
de tarados, incapaces de discernir ni media sílaba, dispuestos siempre a que se
les inocule de manera mecánica cualquier mentira. Es curioso que el Estado que pregona
los saltos de conciencia crítica, que enaltece al pueblo aguerrido y luchador,
que nos convoca a defender la nueva independencia conquistada… sea también el
mismo Estado que piensa que somos unos idiotas infantiles, una masa tan
fácilmente manipulable, una parranda de ciudadanos ingenuos, a los que no hay
que decirles todo, a los que hay que “proteger” de la verdad.
¿Cuántas cosas no podemos o no debemos saber?
Toma papel y lápiz y haz una primera lista, a mano alzada, provisional. Dale un
empujón a la memoria. Muévela. Anota lo primero que te venga a la cabeza. No
podemos saber qué pasa dentro de la Asamblea Nacional, por ejemplo. Tampoco
podemos saber qué pasa dentro de la morgue. No hay periodistas que puedan estar
ahí, de manera independiente, haciendo su trabajo. Otro ejemplo: no podemos
saber el precio del dólar. No nos conviene. Ni es saludable que sepamos cuántos
funcionarios cubanos están realmente en el país. Ni dónde están o qué hacen.
Saber eso no te hará bien.
¿Para que necesitas saber cuántos barriles de
petróleo estamos produciendo? ¿Para qué necesitas saber qué convenios tiene
Pdvsa? No te hace falta. Como nunca te hizo falta saber claramente sobre la
enfermedad del presidente Chávez. Más ejemplos: los resultados electorales, las
denuncias de corrupción, las relaciones con Irán, el número de fallecidos por
la gripe AH1N1… A cuenta de las supuestas guerras mediáticas, ejercen el poder
de una manera muy particular. Decidieron expulsar el verbo socializar del campo
del control de la información. Sólo les interesa privatizar la verdad, excluir
a la mayoría de la posibilidad de saber.
Es una conducta que se reproduce, que se
transforma en procedimiento común, que también quiere ser parte de una nueva
normalidad. Lo primero que eliminaron de la pantalla los nuevos propietarios de
Globovisión fue unos segmentos breves pero implacables: “Aunque usted no lo
crea” y “Usted lo vio”. Dos espacios que sólo transmitían un simple registro de
la memoria. Pero dejaban desnudas las contradicciones del poder.
Eso fue lo que les pareció más peligroso.
Unas imágenes de archivo. Unos segundos de historia. Una mínima verdad
irrefutable.
Es sutil pero siniestro el paso del miedo a
la sumisión. Forma parte de esta larga historia. En el fondo esperan que, algún
día, comencemos a sentirnos satisfechos. Eso desean.
Que nos quedemos contentos con lo que nos
dan. Con lo que nos dicen. Con lo que podemos saber.
abarrera60@gmail.com
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