sábado, 1 de junio de 2013

ADRIANA RIVERA, EL TABLERO DE DIOSDADO

El presidente de la Asamblea Nacional ha sorteado señalamientos de corrupción y se ha consolidado como el segundo hombre más poderoso del país, con relaciones en el estamento militar, la burocracia estatal, colectivos y movimientos sociales
Diosdado Cabello tenía una sonrisa inquieta el lunes por la noche cuando apareció en los pasillos del Palacio de Miraflores. Iba unos pasos detrás del presidente Nicolás Maduro, quien se volteó para darle unas palmadas en la espalda ante las cámaras de Venezolana de Televisión. Al mediodía, la oposición había expuesto una grabación en la que presuntamente el presentador del programa La Hojilla, Mario Silva, describió redes de financiamiento ilícito de Cabello y sus movimientos en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana para debilitar a Maduro. “A él lo que le interesan son los reales y el poder”, resumió la voz atribuida a Silva en un informe que rendía a un oficial de inteligencia cubano. “No habrá forma de dividir al chavismo”, fue su respuesta cuando una periodista de Telesur le preguntó, no sin timidez, sobre la noticia del día.
Cabello, personaje central de la trama de corrupción y traiciones que existe tras los bastidores del chavismo según el audio, se convirtió en el segundo hombre más poderoso del país con la venia del fallecido presidente Hugo Chávez, que lo incluyó en su entorno desde que era un joven militar conspirador involucrado en el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 hasta que instaló su revolución desde el Ejecutivo. “He navegado bajo tormentas más de 14 años y tuve al mejor maestro para vencer”, escribió el martes en Twitter. Desde muy temprano ha sabido moverse con pericia tanto en las aguas civiles como en las militares. Pero una cualidad lo ha distinguido: un sentido privilegiado de la orientación en el terreno burocrático que lo ha llevado a las primeras posiciones de las instituciones de Gobierno con grandes partidas presupuestarias, con alcance nacional y con músculo para la contratación y ejecución de obras millonarias.
El despegue de Cabello en la administración pública puede ser visto con mayor nitidez si se recuerdan sus orígenes. Hace 18 años apenas manejaba una compañía de servicios de informática que trabajaba para el Ministerio de Educación durante el segundo gobierno de Rafael Caldera. “Creamos la empresa y nos contrataron como outsourcing”, confirma su antiguo socio, Luis Valderrama, un capitán retirado del Ejército que también participó en el alzamiento contra Carlos Andrés Pérez. Para entonces ambos habían cerrado una experiencia como funcionarios del Programa de Alimentación Materno Infantil que estuvo al mando de otro de los líderes de la asonada de 1992: Francisco Arias Cárdenas. El teniente coronel había decidido lanzarse a la Gobernación del Zulia y el destino de los alzados que trabajaban con él no lucía tan promisorio como después lo fue para Cabello, quien logró convertirse en director de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones, ministro de la Secretaría, vicepresidente ejecutivo de la República, presidente encargado, ministro del Interior y Justicia, dos veces ministro de Infraestructura y gobernador de Miranda antes de llegar a la presidencia del Poder Legislativo.
Las posiciones clave. Ninguno de sus cargos fueron tan ventajosos en el manejo de fondos estatales como los que ocupó en el período comprendido entre 2003 y 2010. Su paso por el despacho de obras públicas y por el gobierno mirandino dejaron una estela de denuncias sobre manejos irregulares como la ejecución incompleta de proyectos, el cobro de sobreprecios o la constitución de redes de empresas beneficiadas por contratos estatales. Cabello ha insistido en la falta de pruebas por parte de sus detractores y hasta la fecha no ha prosperado ningún expediente en su contra en la Contraloría General de la República, la Asamblea Nacional o el Ministerio Público.
 “Espero adaptarme a este cargo... Quisiera estar más de seis meses aquí”, dijo Cabello minutos después de su juramentación como ministro de Infraestructura en enero de 2003. Desde 1999 había ocupado cuatro posiciones en el alto gobierno gracias a los constantes enroques que hizo Chávez en su gabinete entonces. El ministerio era una de las carteras clave del Ejecutivo: tenía presencia en todo el país a través de 20 organismos adscritos que abarcaban desde la vialidad rural hasta la operación de los aeropuertos. Además, le confirieron músculo financiero: su asignación en el presupuesto nacional creció cerca de 60% y sobrepasó el billón de bolívares de los de antes. El 26 de febrero de 2004, en la entrega de la Memoria y Cuenta ante la Asamblea Nacional, Cabello destacó que su despacho adelantaba cinco de los proyectos más importantes de América Latina, entre los que se contaban el segundo puente sobre el río Orinoco; el sistema Metro en Caracas, Valencia, Los Teques y Maracaibo, y el ferrocarril de los Valles del Tuy.
Cuando Chávez lo designó como candidato a la Gobernación de Miranda para las elecciones regionales de 2004, Cabello se aseguró de dejar a hombres de su confianza en el área de infraestructura. Su influencia se hizo patente en 2005, cuando se creó el Ministerio de Hábitat y Vivienda y Luis Figueroa, amigo de Cabello de la juventud y líder estudiantil de la UCV, fue designado en la cartera.
Hijo de un dirigente de Acción Democrática, Cabello había optado desde la adolescencia por otro camino: sumarse al grupo de izquierda Bandera Roja –en el que también militó Figueroa– en su liceo de El Furrial, pueblo de Monagas donde nació en 1963. Su experiencia en esa organización, de hecho, lo convirtió en un enlace con los civiles que se involucraron en el golpe del 4-F. “Tenía a cargo las comunicaciones. Desde niño había mostrado gran capacidad organizativa”, dice una fuente que trabajó junto con él en la conspiración.
Cabello regresó al Ministerio de Infraestructura cuando fracasó en su intento de reelegirse en Miranda ante Henrique Capriles Radonski, cuyo equipo presentó después 17 denuncias ante la Fiscalía relacionadas con la gestión de su predecesor. El actual vicepresidente del PSUV recibió en esa época como ministro los puertos, aeropuertos y vías nacionales, cuya administración fue revertida de las gobernaciones al Ejecutivo nacional en 2009. Un proyecto –la construcción de una carretera en Lara– motivó una reprimenda pública de Chávez en noviembre de ese año, porque el presupuesto ministerial era de casi el doble con respecto al que manejaba el gobernador Henri Falcón: “O te están cayendo a coba a ti, Diosdado, o le están cayendo a coba al gobernador, pero no puede ser que la diferencia sea de tal magnitud”.
Maduro, heredero del fallecido mandatario, tampoco ha sido ajeno al ajedrez burocrático: en los meses que estuvo como presidente encargado reemplazó a 30 funcionarios con responsabilidades en puertos, aeropuertos, ferrocarriles y empresas públicas de construcción, lo que se interpretó como un movimiento para consolidar su base de poder.
La derecha endógena. Cabello ha debido sortear las aguas turbulentas surgidas en el propio chavismo. En enero de 2008 el diputado Luis Tascón lo señaló como “jefe de la derecha endógena”, término con el cual describía los grupos de poder que usaban la revolución para lucrarse económicamente. Lo denunció en la Asamblea Nacional por irregularidades en la adquisición de vehículos en Minfra. El impasse terminó con la expulsión de Tascón del PSUV después de que Cabello lo tildó de infiltrado. Con la muerte del parlamentario, cesaron los señalamientos. “Eso fue una posición personal de Tascón. Apoyamos a Diosdado porque ha dado pasos importantes para la alianza con los partidos de la revolución”, dice Erick Ramírez, de la directiva actual de Nuevo Camino Revolucionario, organización fundada por Tascón.
Cabello encontró otras voces en contra: los Tupamaros. Lo acusaban de no representar el proyecto socialista y lo responsabilizaban de utilizar su amistad con la dirigente oficialista Lina Ron para provocar ataques armados en contra de ellos por parte del colectivo La Piedrita del 23 de Enero. Luego de una conversación de tres horas con José Pinto, secretario general del Movimiento Revolucionario Tupamaros, Cabello logró incluso que el partido apoyara su candidatura al Parlamento por Monagas. “Como vimos que él tenía relación con esa gente, creímos que tenía algo que ver con los atentados. Pero nos aclaró que no tenía ninguna responsabilidad y gracias a su intervención se dieron conversaciones entre los colectivos. Fue muy sincero”, afirma Pinto.
Ascenso y enroque. La Comisión Nacional de Telecomunicaciones fue la primera parada de Cabello en la administración pública. “Presidente, yo quiero me que mande para una fundación orientada a la protección de las personas o a Conatel”, le dijo Cabello a Chávez en una reunión en La Viñeta, en Fuerte Tiuna, horas después del triunfo electoral de 1998. La escena la describe Luis Pineda Castellanos, compañero de promoción del jefe del Estado y participante del golpe, en su libro Así paga el diablo.
Cabello –quien como militar había sido becado para estudiar Ingeniería de Sistemas en el Instituto Universitario Politécnico de las Fuerzas Armadas– se estrenó en el gobierno de Chávez como director del organismo en un momento en el que el país se preparaba para abrir sus mercados en esta área y cesar el monopolio de la estatal Cantv. Una inversión de más de 2 millardos de dólares y un crecimiento de casi 70% dejó la apertura del sector que condujo Cabello. En dos años, delineó en Plan Nacional de Telecomunicaciones y echó a andar el proyecto de Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión. Fueron también los años de las primeras sanciones contra los canales de televisión RCTV y Globovisión.
Su gestión le dio una imagen de buen gerente, con capacidad de articular a distintos sectores del país. La apreciación de él hoy cambia según el cristal con el que se evalúa. “Su actitud es abusiva y prepotente. Es vengativo. Se presentaba con guardias armados a las reuniones del partido”, dice José Domínguez, diputado a la Asamblea Nacional por Monagas, ex directivo del PSUV en ese estado y aliado del ex gobernador José Gregorio Briceño, uno de los mayores adversarios políticos de Cabello. Julio Chávez, diputado del PSUV, considera en cambio que el presidente del Parlamento se ha granjeado afectos porque es percibido como leal al presidente Chávez. Gerson Pérez, de Podemos, rescata su papel como un hombre de trabajo: “No está pendiente de figurar en las cámaras, sino que es pragmático y combina lo ideológico con lo efectivo, el ir casa por casa y hacer labor social”. Aún hoy lo recuerdan por el trabajo de organización que desarrolló apenas salió de la cárcel con colectivos en zonas populares para la primera campaña de Chávez, con la Juventud del MBR–200 y después con los Círculos Bolivarianos una vez en el Gobierno. Hoy muchos no saben si calificar de nacionalista, bolivariano o simplemente chavista al hombre que desde la presidencia del Parlamento niega el derecho de palabra y hasta el sueldo a los diputados opositores. Mientras, se abraza con el presidente Maduro, sonríe a la cámara y le resta importancia a un audio que sacudió al chavismo.
@adrivera84

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