Ante tal avalancha de maldad maquillada con
mentiras rebuscadas que en la nariz de Pinocho llegarían ya al otro extremo de
la Tierra, muchos nos sentimos como sorprendidos por un Tsunami del cual
creíamos conocer más que suficiente con los 14 años anteriores. Demasiado
ingenuos para quienes se sientan a maquinar el mal y no poseen ni la ética, ni
la moral para contener sus ansias de poder. Tampoco profesan ninguna religión
más que la idolatría a dos perversos cachuchas verdes cuya revolución convirtió
a una isla una vez próspera en un contenedor de pobreza, de mentes subyugadas y
vencidas por el miedo.
Sin embargo, los venezolanos no bajaremos
nuestras cabezas ante la ignominia. Si el mal se ha sentado a la mesa para
planificar sus estrategias, nosotros con la verdad venceremos a la mentira, con
la luz de Dios iluminaremos las tinieblas que nos rodean, con la bondad
conquistaremos a aquellos que han sido atrapados por las garras de una
revolución de pies de barro, sostenida solo por el oro negro que pare las
entrañas de nuestra tierra, apetecido por todos los vecinos, vividores
hipócritas, oportunistas de oficio que como parásitos han entrado
subrepticiamente en nuestra nación pretendiendo dejarla en el hueso.
La dignidad del ser humano tiene su
fundamento en los "derechos inalienables"; es decir, aquellos
derechos que no pueden ser enajenados, que no se negocian, que son absolutamente
de nuestro dominio y, nada ni nadie puede arrebatárnoslos. Estos derechos son
los que le dan un valor inestimable a la vida, sin ningún tipo de distinción.
Como el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la libertad,
el derecho a la seguridad, el derecho a la propiedad privada, y el derecho a la
igualdad de oportunidades, entre otros de igual importancia. Estos derechos
actúan como limitaciones al ejercicio del poder del Estado, o en su defecto, al
poder ejercido por gobiernos ilegítimos que usurpan su magnanimidad.
Aunque es tarea del Estado garantizar los
derechos inalienables del ser humano, es el deber de todos hacerlos cumplir
ante aquellos que pretenden socavarlos. Pues la dignidad no solo se trata de
nuestros derechos como seres humanos sino de nuestras responsabilidades como
ciudadanos para preservar tales derechos.
Como lo describió brillantemente
Mahatma Ghandi: "Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el
silencio de la gente buena".
Por tal razón, debemos elevar nuestras voces
para ser escuchados hasta el último rincón de la Tierra, y aún más allá,
debemos unirnos en un mismo pensamiento elevando nuestras oraciones para ser
escuchados por el Dios de los cielos.
La dignidad se trata pues del valor inherente
a cada ser humano, se trata de ser respetados en todos nuestros derechos.
Significa ser suficientemente humildes para reconocer nuestras limitaciones y,
al mismo tiempo, valorarnos a nosotros mismos de tal manera de no bajar
nuestras cabezas ante nadie. La piedra angular de la dignidad reposa sobre el
fundamento cristiano de que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios con un
propósito de vida para cada uno. El ideal de la creación y el sacrificio de
Jesús en la cruz ofreciéndonos una vida libre de opresión deben impulsarnos en
la búsqueda y preservación de la dignidad de todos los que son víctimas de la
violencia por parte de individuos, grupos, instituciones y gobiernos.
"Mas Tú, oh Señor, eres escudo alrededor
de mí, mi gloria, y el que levanta mi cabeza. Con mi voz clamé al Señor, y Él
me respondió desde Su santo monte". Salmo 3:3
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