Decir que la situación que vive la Asamblea
Nacional, antiguo Congreso de la República, es atípica, es decir lo menos. Los
calificativos para definir o describir lo que está sucediendo allí aunque
podrían ser muchos y variados, no serían nunca suficientes. Además, aquel viejo
refrán popular, fue Campoamor quien lo puso de moda, conforme al cual “en este
mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con
que se mira”, apunta muy al objetivo aquel de que la subjetividad, los intereses
creados, la subordinación ideológica o como se le quiera llamar a la causa de
ese relativismo que afecta a la Venezuela actual, hace difícil “descolorarnos”
para que todos podamos ver las cosas como realmente son.
La crisis de nuestro Parlamento, resulta
hasta burlón llamarlo así, pude ser vista en muchas dimensiones. La más
sencilla y que es la que generalmente llega a la óptica popular, a la del
hombre de la calle, es la de reducir todo el asunto a un acto de violencia entre diputados, es decir, a una vulgar
trifulca entre partidarios de dos corrientes políticas adversas, de esas que es
hasta lógico que se den en países del tercer mundo. Lo cual aunque refiere un
hecho pasado, no del todo exacto, pues no hubo violencia reciproca sino
proveniente de un solo lado, busca simplificar todo el asunto en una causal
mundana, de comprensión popular. El, “si me atacan me tengo que defender”,
pareciera pues, suficiente argumento. No importa que no haya habido violencia
previa del otro.
En este caso, una sola palabra o un gesto
pueden considerarse actos de agresión, por que hieren sentimientos personales e
íntimos, que producen un “intenso dolor” emocional, ¿qué hubiera pensado Gaitán
de esta extensión de su famosa tesis?, en quien
sufre esos gestos o escucha esas palabras, como por ejemplo, tocar una
trompetilla dentro del recinto de la Cámara de Diputados o hacer un comentario
sobre la muerte del presidente Chávez, que no es del agrado de un asambleísta
chavista. Y ¿por qué no?, el no
reconocimiento del señor Maduro como Presidente de Venezuela, por parte de los
opositores del régimen, también. Es de suponer que entre los seguidores del
gobierno habrá quienes incluso lo consideren una falta de respeto y causa
suficiente como para ir a la cárcel.
Total, que en esta vorágine emocional, en la
cual los asambleístas opositores tienen la culpa de todo, por ofender con sus
actuaciones a la bancada oficialista, llegar a la conclusión de que cuando no
asisten a las sesiones de la Asamblea Nacional, en una actitud caprichosa y de
mera oposición irracional, es porque sencillamente no quieren, es un paso fácil
de dar. Justificar luego, que el
presidente de la Asamblea no les pague el sueldo por no asistir de manera”
injustificada”, es aún más fácil. Por lo demás, que en un país presidencialista
como el nuestro, el Presidente de la Asamblea Nacional haga su voluntad,
desconociendo incluso, la representación popular de los diputados que no son de
su tolda política y tratándolos como si fuesen soldados en el patio de un cuartel,
tampoco es de extrañar.
Formalmente no se convoca a sesiones de la
Asamblea Nacional desde finales de abril pasado, pero el Presidente de la
misma, asegura que si las ha habido; un argumento más, para confundir al público. El actual escenario
de sesionar supuestamente sin los representantes de la oposición, pudiera
derivar en decisiones anárquicas, de arrebato total del Poder Legislativo. Un juego peligroso éste, que
equivaldría a cerrarlo.
La violencia contra los diputados de la
oposición y su defenestración del Palacio Legislativo no son una novedad en nuestro acontecer
político. Recordemos, en tal sentido, lo que pasó con los diputados electos en
el 98 junto con Chávez, en el mismo proceso electoral, que fueron, desde el
mismo comienzo de su mandato popular, desconocidos por el nuevo gobierno,
perseguidos y apedreados en las adyacencias del Congreso y expulsados de sus
curules por la ola constituyente, que pocos meses después los anuló por
completo con la elección, lo cual no dejará nunca de ser contradictorio, del
Poder Originario o Asamblea Constituyente. Han pasado catorce años, pero
pareciera que la historia quieren repetirla de otra manera; aunque los tiempos,
los personajes y el pueblo ya no sean
los mismos.
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