Río Negro - 16-May-13 - Opinión
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Editorial
Brasil: imagen y realidad
Aunque muchos europeos y norteamericanos
siguen hablando del progreso supuestamente imparable de la economía brasileña,
como si no quedara duda alguna de que el gigante sudamericano pronto ocuparía
un lugar de privilegio en un nuevo sistema internacional que se vería dominado
por los cuatro países "emergentes" del grupo conocido como el BRIC
–Brasil, Rusia, India y China–, parecería que tales previsiones ya se han desactualizado.
Según datos que acaban de ser difundidos por la consultora EIU (Economist
Intelligence Unit), el año pasado el desempeño de la industria brasileña fue el
peor de los 25 países considerados "emergentes" al achicarse el 2,6%,
más aún que el 1,9% registrado por Egipto. Los dirigentes brasileños no
cuestionan las cifras incluidas en el informe de la EIU: saben muy bien que
reflejan la dura realidad. Por cierto, son conscientes de que hay una
diferencia muy grande entre la impresión generalizada de que Brasil es tan
dinámico que no tardará en erigirse en una potencia no sólo regional sino
también mundial y lo arduo que le está resultando crecer a un ritmo equiparable
con el de China y otros países de Asia Oriental, a pesar de contar con
abundantes recursos naturales e inversiones extranjeras cuantiosas. Asimismo,
el que Brasil se haya ubicado como "la séptima potencia económica"
del mundo se debe exclusivamente a sus dimensiones demográficas; puesto que
tiene casi 200 millones de habitantes, no sorprende que su producto bruto sea
un poco mayor que el de Italia, que tiene 60 millones, o Canadá, con apenas 35
millones.
Los empresarios brasileños atribuyen el
letargo a las deficiencias notorias de la infraestructura de su país, señalando
que para aprovechar mejor las oportunidades planteadas por la globalización
tendrían que invertir mucho en los puertos, ferrocarriles y carreteras.
Parecería que la presidenta Dilma Rousseff comparte dicho diagnóstico, ya que
ha pedido a la ciudadanía presionar a los legisladores para que aprueben la
privatización de los puertos que son notoriamente ineficaces y dejen de
obstaculizar los proyectos ambiciosos de infraestructura que se han anunciado
pero que todavía no se han puesto en marcha, lo que ha frustrado los intentos del
gobierno por reducir los costos del transporte de productos como la soja, que
son muy superiores a los habituales en Estados Unidos.
Con todo, aun cuando Dilma consiguiera
eliminar todas las trabas burocráticas y políticas que tanto molestan a los empresarios,
impulsar el desarrollo, porque es de eso que se trata, no sería tan sencillo
como muchos suponen. Para que Brasil y, desde luego, otros países
latinoamericanos como el nuestro, se hicieran más competitivos, tendrían que
experimentar una profunda revolución cultural que cambiara las actitudes de no
sólo los políticos y funcionarios sino también los empresarios que están
acostumbrados a operar detrás de barreras proteccionistas muy elevadas.
En todos los países de la región, a la larga,
los más beneficiados por el proteccionismo siempre han sido aquellos
empresarios, en especial los vinculados con el célebre lobby paulista, que
saben que, desde su punto de vista, es mucho más rentable lograr la ayuda del
gobierno so pretexto de que lo único que les interesa es la defensa de los
puestos de trabajo de lo que sería concentrarse en desarrollar productos para
vender en los mercados internacionales más abiertos. En cuanto a los obreros,
han tenido que conformarse con salarios que son una mera fracción de los que
ganan sus homólogos en países más competitivos como Alemania mientras esperan
que, andando el tiempo, las industrias protegidas locales puedan pagarles más.
Otro déficit, claro está, es el educativo. Aunque a juzgar por los resultados
de las pruebas internacionales más recientes parecería que el sistema brasileño
funciona mucho mejor que el nuestro, sigue siendo llamativamente inferior a los
de China, Corea del Sur, el Japón, Estados Unidos y los integrantes de la Unión
Europea, lo que, en vista de la importancia creciente de la tecnología y la
necesidad consiguiente de contar con una fuerza laboral óptimamente preparada,
constituye otro obstáculo que los brasileños tendrán que superar para que la
realidad de su país se acerque más a la imagen internacional impresionante, la
de una gran potencia emergente, que otros les han creado.
Este es un reenvío de un mensaje de
"Tábano Informa"
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