Se entiende que la democracia es un sistema
que permite organizar un conjunto de individuos, en el cual el poder no radica
en una sola persona sino que se distribuye entre todos los ciudadanos. Por lo
tanto, las decisiones se toman según la opinión de la mayoría.
También se
entiende como democracia al conjunto de reglas que determinan la conducta para
una convivencia ordenada política y socialmente. Se podría decir que se trata
de un estilo de vida cuyas bases se encuentran en el respeto a la dignidad
humana, a la libertad y a los derechos de todos y cada uno de los ciudadanos.
La democracia tiene un significado útil sólo
si se le define en términos institucionales. La institución clave en una
democracia es la elección de los líderes por medio de elecciones competitivas.
Joseph Schumpeter en 1942, señaló que: "El método democrático es aquel
mecanismo institucional cuyo fin es llegar a decisiones políticas, en la cual
los individuos adquieren la facultad de decidir mediante una lucha competitiva
por el voto del pueblo".
En democracia se puede ganar por un voto de
diferencia y el triunfo será legítimo en la medida en que el proceso electoral,
incluyendo el conteo, sea transparente, para lo cual se requiere que el
organismo rector electoral actúe con independencia y al margen de cualquier presión
política. Cuando eso no ocurre y la institución electoral se muestra
dependiente y servil, las sospechas acerca de un eventual fraude no deben ser
descartadas.
Queda también claro que la experiencia de
procesos políticos como el de nuestro país tiene marcada la huella del
caudillismo, cuya fuerza vital surge de la poderosa presencia de un liderazgo
el cual, casi de forma inevitable, no contempla herederos, sucesores ni
delfines. Nicolás Maduro podrá invocar cuantas veces quiera el espíritu del ex presidente fallecido, pero jamás será su duplicado y ese es su gran problema. Maduro es un político
del montón, sin carisma ni madera de liderazgo, por lo que ahora se comprende
la urgencia con la que se convocó a las elecciones una vez fallecido el ex presidente pues si las elecciones se hubiesen dado, por ejemplo el 15 de mayo, con
toda seguridad el resultado hubiese sido un gran revés para Maduro. En todo
caso la lección es categórica y se aplica a procesos similares en otros países
de la región.
Cuesta admitir, por otra parte, las opiniones
de algunos gobernantes amigos del proceso chavista, al manifestar que la
victoria electoral de Maduro simboliza el triunfo sobre el oprobio y el yugo
representados por la derecha reaccionaria, pues de ser cierta aquella
afirmación estaríamos presenciando una verdadera revolución política en
Venezuela.
Lo que ocurrió simplemente es la constancia de una nación que, más
allá de estar dividida electoralmente en partes iguales, exhibe las señales de
un notable enervamiento social que tiene su origen en el discurso atropellador,
excluyente y divisionista que ha caracterizado siempre a la verborrea oficialista.
La mitad de Venezuela está harta, no solo de la inseguridad y del mal manejo
económico, sino principalmente de ser rehén política de un proceso clientelar y
amargo.
La otra lección que nos deja el proceso
electoral celebrado el pasado 14 de abril es que en ocasiones se gana
perdiendo, pues en realidad si alguien ha salido victorioso en estas
circunstancias es Henrique Capriles, quien tuvo el valor de enfrentarse a la
enorme logística estatal puesta al servicio de Maduro. Esto significa que el liderazgo de Capriles y
de la oposición se ha reforzado, pero también que el descontento de la
población con el manejo del país empieza a sentirse, pues Venezuela pese a ser el primer productor de petróleo de
Sudamérica y el quinto a escala mundial, atraviesa por una situación calamitosa
en el ámbito económico e incluso social. La inflación es la más alta de la
región (20,1% en el 2012). La escasez de alimentos de primera necesidad como
carne, arroz, azúcar y café ronda en el 20%.
El gobierno chavista contrajo una deuda pública que alcanza los 200 000
millones de dólares, sin contar las obligaciones con China por la venta
anticipada de petróleo. Luego el 70% de todo lo que se consume en el país es
importado, lo que nos lleva a considerar que el aparato productivo está
destrozado. A esto se añade el golpe que ha representado para la economía
popular las dos recientes devaluaciones de la moneda.
Pese a que el castro comunismo se ha jactado de tener
una inversión social considerable, los índices de inseguridad y homicidios son
uno de los más altos de América Latina y el mundo. Ha rebasado incluso los
niveles de México y Colombia. La violencia en Venezuela cobró el año pasado 21
692 personas. En consecuencia, tanto el modelo económico como social aplicado
muestra ahora sus debilidades.
No funcionó en su totalidad la estrategia de
endosar los votos del difunto a Maduro. Si se analiza en detalle los resultados
de las votaciones, todo hace prever que estamos ante el declive del castro comunismo en venezuea.
Si finalmente el oficialismo, a través del Consejo Nacional Electoral, logra
imponer los resultados, Maduro enfrentará una situación realmente difícil.
El colapso de la economía. La creciente violencia
e inseguridad ciudadana. La polarización ideológica y la inminente
confrontación política a raíz del cuestionamiento de los resultados
electorales, avizoran tiempos extremadamente difíciles.
Miembro fundador del Colegio Nacional de
Periodistas (CNP-122)
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
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