domingo, 19 de mayo de 2013

ALBERTO RODRIGUEZ BARRERA, LA REVOLUCIÓN COMO FRACASO CASTROCOMUNISTA

“Pero la justicia es el enlace de los hombres en los Estados,  porque la administración de la justicia, que es la determinación de lo que es justo, es el principio de orden en una sociedad política.” Aristóteles
La propiedad es parte de una casa, y el arte de adquirir una propiedad es parte del arte de administrar ese hogar. Nadie puede vivir bien a menos que sea provisto de sus necesidades. Así como en las artes, que tienen una esfera definida, se requieren instrumentos propios para cumplir con el trabajo; así es en la administración de la casa. Como posesión es un instrumento para mantener la vida, es un instrumento de producción, de acción. Uno mira hacia atrás y puede hasta corregir lo erróneo de Aristóteles, por ejemplo, y sí: ser esclavo no estaba en la intención de la naturaleza; la esclavitud es una violación de la naturaleza.
El castrocomunismo criollo, con la prioridad puesta en su supervivencia, turba y retarda la evolución venezolana, que anhela un cambio total de gobierno y de las relaciones humanas que le están imponiendo –no importa cuán “sutilmente”- a la sociedad; tienen el Castro clavado en la mente; lo “revolucionario” es la posesión de todo. Pero no traducen su “proceso” en instituciones capaces de sobrevivir; se derrumba porque pierde la guerra interior; pulverizaron de forma engañosa para ocupar los edificios, pero ni siquiera dentro de su casa están dispuestos a sufrir mutaciones que pongan en peligro sus puestos temporales, que mantienen –como la Comuna de París- hasta tanto y en cuanto la vida nacional deja la posición de retirada y se reorganiza. En este ínterin, el totalitarismo reaccionario quiere arreciar la dictadura sin esguinces.
El castrocomunismo vendido quiere una máquina para conservar o consumar el robo del Estado. Stalin no sustituyó a Lenin, fueron una misma dictadura staliniana, como Batista y Castro fueron una misma dictadura castrista; un pasado de dos aparentes extremismos pero iguales. Una revolución es algo más que el parpadeo de acontecimientos.
La historia moderna ha visto una sola revolución, la ocurrida en la segunda mitad del siglo 18 en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia; las vueltas atrás –restauraciones, contrarrevoluciones- partieron de esa primera revolución: efectivos desplazamientos de la fuente de autoridad, sustitución del derecho divino o del más fuerte por el contrato social; sustitución del poder personal por el poder legal; sustitución de la sociedad jerárquica por la sociedad igualitaria; separación de asuntos civiles de los religiosos; emancipación del conocimiento y de la cultura respecto al control político y eclesiástico; fueron adquisiciones que remodelaron los rasgos políticos del planeta. Esta revolución fue la única en llenar más promesas de las que traicionó y es –hasta hoy- la única revolución que triunfó.
Fue esta la revolución que todos copiaron porque creó un prototipo de consecuencias irreversibles. Hasta los totalitarismo se escudaron detrás de constituciones y comedias electorales, pretendiendo -”en apariencias”- ser realmente libres; como el nazismo siempre en contra de esa primera revolución, como el comunismo escondiendo sus abusos como “centralismo democrático”, “dictadura del proletariado” o “socialismo del siglo 21”. Es una realidad constatable que el complejo de acontecimientos de fines del siglo 18 creó un cuadro de referencia universal aun a los ojos de quienes deseaban y desean salir de él. De momento, es la única revolución digna de ese nombre.
Claro: con la aparición del castrocomunismo vernácnulo saltimbanqueando por el mundo, la reinterpretación de su pequeño nazi e imitadores podría aclarar las cosas y salvar al mundo bajo la inspiración del prestigio obtenido en sus diversificadas Misiones, gigante espichamiento que se invisibiliza solo. El estilo de la segunda revolución mundial que todos esperamos y que quizás está en marcha con el objetivo de un gobierno mundial, podría ser un vacío a llenar con el estilacho sin par del castrocomunismo sabanetero, aunque éste no está muy dispuesto a seguir las líneas de la primera revolución mundial: reemplazar con instituciones la arbitrariedad de quienes detentan el poder; porque suprimir las relaciones internacionales y ganar la igualdad económica y el fin de las clases sociales, es un punto en que  “pelan”.
Es reconocido que el inmaduro y descabellado castrocomunismo improvisador no sabe hacer relaciones de asociación que sustituyan a las relaciones de dominación, mucho menos es capaz de alcanzar la comunión ordenada de todos los recursos materiales e intelectuales de la especie humana. Y tal es, hoy, el único objetivo posible de una revolución, o mejor: el único objetivo que puede hacer posible una revolución.
Nada más ingenuo que la acusación de ingenuidad política, que a cada rato confiesan los directivos de este castrocomunismo entreguista y traicionero para exculparse de sus tantos errores. Lo que ahí hay, realmente, es alivio psíquico de simplificación, misiones de evanescencia obsesiva, alucinante motivación para justificar la insignificancia con triste evidencia, por una causalidad patológica que la psicología y la psicosociología modernas han demostrado que, como “forma de consciencia” política, tiene escasa influencia.
En consecuencia, la neutralización del castrocomunismo descarrilado es más efectiva, para resaltar su carácter patológico, cuando pasa por el cedal institucional. Es decir: que cada sector cargue sus baterías y diversifique, profesionalmente, una más sólida oposición...
chinorodriguez1710@yahoo.com

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