“Pero la justicia es el enlace de los hombres en los Estados, porque la administración de la justicia, que es la determinación de lo que es justo, es el principio de orden en una sociedad política.” Aristóteles
La propiedad es parte de una casa, y el arte
de adquirir una propiedad es parte del arte de administrar ese hogar. Nadie
puede vivir bien a menos que sea provisto de sus necesidades. Así como en las
artes, que tienen una esfera definida, se requieren instrumentos propios para
cumplir con el trabajo; así es en la administración de la casa. Como posesión
es un instrumento para mantener la vida, es un instrumento de producción, de
acción. Uno mira hacia atrás y puede hasta corregir lo erróneo de Aristóteles,
por ejemplo, y sí: ser esclavo no estaba en la intención de la naturaleza; la
esclavitud es una violación de la naturaleza.
El castrocomunismo criollo, con la prioridad
puesta en su supervivencia, turba y retarda la evolución venezolana, que anhela
un cambio total de gobierno y de las relaciones humanas que le están imponiendo
–no importa cuán “sutilmente”- a la sociedad; tienen el Castro clavado en la
mente; lo “revolucionario” es la posesión de todo. Pero no traducen su
“proceso” en instituciones capaces de sobrevivir; se derrumba porque pierde la
guerra interior; pulverizaron de forma engañosa para ocupar los edificios, pero
ni siquiera dentro de su casa están dispuestos a sufrir mutaciones que pongan
en peligro sus puestos temporales, que mantienen –como la Comuna de París-
hasta tanto y en cuanto la vida nacional deja la posición de retirada y se
reorganiza. En este ínterin, el totalitarismo reaccionario quiere arreciar la
dictadura sin esguinces.
El castrocomunismo vendido quiere una máquina
para conservar o consumar el robo del Estado. Stalin no sustituyó a Lenin,
fueron una misma dictadura staliniana, como Batista y Castro fueron una misma
dictadura castrista; un pasado de dos aparentes extremismos pero iguales. Una
revolución es algo más que el parpadeo de acontecimientos.
La historia moderna ha visto una sola
revolución, la ocurrida en la segunda mitad del siglo 18 en Gran Bretaña,
Estados Unidos y Francia; las vueltas atrás –restauraciones,
contrarrevoluciones- partieron de esa primera revolución: efectivos
desplazamientos de la fuente de autoridad, sustitución del derecho divino o del
más fuerte por el contrato social; sustitución del poder personal por el poder
legal; sustitución de la sociedad jerárquica por la sociedad igualitaria;
separación de asuntos civiles de los religiosos; emancipación del conocimiento
y de la cultura respecto al control político y eclesiástico; fueron
adquisiciones que remodelaron los rasgos políticos del planeta. Esta revolución
fue la única en llenar más promesas de las que traicionó y es –hasta hoy- la
única revolución que triunfó.
Fue esta la revolución que todos copiaron
porque creó un prototipo de consecuencias irreversibles. Hasta los
totalitarismo se escudaron detrás de constituciones y comedias electorales,
pretendiendo -”en apariencias”- ser realmente libres; como el nazismo siempre
en contra de esa primera revolución, como el comunismo escondiendo sus abusos
como “centralismo democrático”, “dictadura del proletariado” o “socialismo del
siglo 21”. Es una realidad constatable que el complejo de acontecimientos de
fines del siglo 18 creó un cuadro de referencia universal aun a los ojos de
quienes deseaban y desean salir de él. De momento, es la única revolución digna
de ese nombre.
Claro: con la aparición del castrocomunismo
vernácnulo saltimbanqueando por el mundo, la reinterpretación de su pequeño
nazi e imitadores podría aclarar las cosas y salvar al mundo bajo la inspiración
del prestigio obtenido en sus diversificadas Misiones, gigante espichamiento
que se invisibiliza solo. El estilo de la segunda revolución mundial que todos
esperamos y que quizás está en marcha con el objetivo de un gobierno mundial,
podría ser un vacío a llenar con el estilacho sin par del castrocomunismo
sabanetero, aunque éste no está muy dispuesto a seguir las líneas de la primera
revolución mundial: reemplazar con instituciones la arbitrariedad de quienes
detentan el poder; porque suprimir las relaciones internacionales y ganar la
igualdad económica y el fin de las clases sociales, es un punto en que “pelan”.
Es reconocido que el inmaduro y descabellado
castrocomunismo improvisador no sabe hacer relaciones de asociación que
sustituyan a las relaciones de dominación, mucho menos es capaz de alcanzar la
comunión ordenada de todos los recursos materiales e intelectuales de la
especie humana. Y tal es, hoy, el único objetivo posible de una revolución, o
mejor: el único objetivo que puede hacer posible una revolución.
Nada más ingenuo que la acusación de
ingenuidad política, que a cada rato confiesan los directivos de este
castrocomunismo entreguista y traicionero para exculparse de sus tantos
errores. Lo que ahí hay, realmente, es alivio psíquico de simplificación,
misiones de evanescencia obsesiva, alucinante motivación para justificar la
insignificancia con triste evidencia, por una causalidad patológica que la
psicología y la psicosociología modernas han demostrado que, como “forma de consciencia”
política, tiene escasa influencia.
En consecuencia, la neutralización del
castrocomunismo descarrilado es más efectiva, para resaltar su carácter
patológico, cuando pasa por el cedal institucional. Es decir: que cada sector
cargue sus baterías y diversifique, profesionalmente, una más sólida
oposición...
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