Esta
palabra de poco uso en la actualidad constituye un pilar fundamental en la
relación de Dios con los seres humanos. Idolatrar significa rendir culto,
admiración y exaltación más allá del amor humano que reconoce limitaciones e
imperfecciones. Cuando se idolatra se reconoce en la deidad o persona objeto de
la idolatría la perfección que solo corresponde a Dios. En otras palabras, se
le atribuye al ídolo características intrínsecas a la Divinidad, a la
supremacía del Todopoderoso. La idolatría no ocurre solo en el plano religioso,
también ocurre en el plano humano; pues hay personas que se convierten en
objeto de nuestra adoración. También, son innumerables los objetos de orden
religioso y aun de orden tecnológico que se han convertido en ídolos en el
mundo de hoy.
En
la idolatría se desplaza a Dios de su lugar de preeminencia, se le concede
carácter absoluto a lo relativo, se entrega la confianza con una ceguera
espiritual que no permite ver defectos. La idolatría constituye una entrega
completa, la sumisión de nuestras almas ante el ídolo. Así, pues, podemos hacer
de cualquier cosa, o persona, el depositario de nuestras fuerzas, nuestro amor
y nuestra voluntad. La idolatría es una consecuencia directa de la ignorancia
acerca de Dios, de su voluntad para con el ser humano. Es una de las
estrategias del mal para mantener al ser humano alejado de una vida de relación
de amistad con Dios. Por naturaleza, el ser humano necesita tener una vida de
comunión con Dios. Fuimos hechos a su imagen y semejanza, en Él está la
satisfacción de nuestras almas. Aun sin saberlo, todo nuestro ser anhela el
saberse protegido y amado por alguien o algo que trascienda nuestro
conocimiento.
Nunca
antes la humanidad se había encontrado presa de tanta idolatría como en el
siglo XXI. Aunque el mundo es cada vez menos religioso; aunque las
edificaciones de iglesias que un día fueron el producto de la inspiración del
hombre dándole a Dios un lugar en la sociedad; aunque en muchos lugares del
mundo han quedado reducidas solo a museos, el hombre de hoy ha levantado más
ídolos en su vida que nunca antes. Por una parte, se ha enaltecido a sí mismo
como el ídolo más importante. Vivimos en una sociedad que exalta el
egocentrismo, que se ha hecho cada vez más permisiva de los apetitos desenfrenados
del yo; una sociedad que exalta el culto a la personalidad y erige como ídolos
a artistas, cantantes, deportistas y políticos, entre otros.
Por
otra parte, no se trata solo de la idolatría religiosa, no se trata solo de
otorgarle el lugar que le corresponde a Dios a otra deidad. O del culto a la
personalidad, en el que elevamos a la condición divina a otro ser humano como
nosotros. Se trata de aquello en lo que ponemos todo nuestro esfuerzo, aquello
que perseguimos con vehemencia irracional. Algunos van detrás del dinero, el
ídolo más emblemático de nuestra sociedad. Piensan que las riquezas lo puede
todo. El dinero se constituye en el instrumento de medición para determinar
quiénes se escogen como amigos. Se desprecia al que carece de él, mientras se exalta
al que lo posee. Se entrega la vida, los principios y valores para adquirirlo.
Lamentablemente, a todos los que idolatran al dinero les llega el doloroso
momento de entender que no todo en la vida tiene un precio que el dinero pueda
pagar, que hay cosas que ni con todo el dinero del mundo podríamos comprar.
La
idolatría aleja al ser humano del verdadero Dios a quien le debe toda su
adoración. Cuando adoramos a Dios podemos comprender en una perspectiva
verdaderamente humana el lugar que a cada uno le corresponde. Podemos discernir
entre la bondad y el mal; entre lo verdadero y el engaño; entre lo que
trasciende y lo transitorio. Cuando adoramos a Dios aprendemos a amar al ser
humano en su justa medida, lo convertimos en nuestro amigo; lo reconocemos como
un igual. Aprendemos a disfrutar de todas las cosas de la vida como un regalo
de Dios y, entendemos que solo a Él debemos entregar nuestro corazón.
"Maestro,
¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el
primero y grande mandamiento". Mateo 22:37.
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