Las inundaciones recientes, los informes de
corrupción promovidos por Jorge Lanata, la embestida del régimen contra lo que
queda de justicia independiente y una alta dosis de hartazgo acumulado,
impulsaron una vez más a la ciudadanía a ganar las calles a lo largo y ancho de
toda la Argentina con el fin de marchar y protestar contra el desacreditado
régimen de Cristina Kirchner.
A modo de crítica, se dice que estas
manifestaciones masivas no tienen líder visible y por ende, en las mismas hay
consignas desordenadas y la ira popular termina diluyéndose sin un reclamo
concreto y sin una acción política definida. Sin embargo, como elemento
positivo, al no existir un cabecilla nítido, el aparato de inteligencia del
gobierno no tiene a nadie individualizado como para lanzarle un “carpetazo”,
una extorsión o una operación de prensa para denostarlo y así desmovilizar por
añadidura al resto de los aunados.
Pero más allá de pros y contras de esta
horizontalidad, el saldo de la reciente marcha del 18 de abril nos arroja tres
reflexiones concretas que deberían preocupar en mucho al oficialismo,
independientemente de que Cristina Kirchner se haya hecho la desentendida
twitteando frivolidades y el diario paraestatal Página 12 haya minimizado el
multitudinario acontecimiento.
1) En primer lugar, la magnitud de lo
sucedido confirma que las movilizaciones sociales no son producto de un
malhumor pasajero o arrebatado puesto que este fenómeno se viene manteniendo
con el correr de los meses con igual o mayor convocatoria.
2) En segundo término, la bronca y el
malestar social son fenómenos contagiosos que sirven para ir consolidando y
ensanchando fuertemente el mayoritario clima disidente de cara a las elecciones
venideras.
3) Y como tercer elemento en danza, nos
encontramos con que muchos dirigentes y militantes políticos con pocos
escrúpulos (que siempre abundan) que
hasta la fecha se encontraban “jugando a dos puntas” o especulando con la
indefinición de cara a las elecciones de octubre, comienzan a verse forzados
a precisar su postura en favor de las
estructuras opositoras tras advertir que el negocio de ser kirchnerista ya no
tiene buen marketing a la vez que se hace visible el achique de la cartera de
clientes electorales oficialistas.
Estos y otros motivos nos llevan a concluir
que acaba de pasar una semana más que gris para un oficialismo que se ha
quedado sin reflejos, sin ideas y con un consenso decreciente. Pocas dudas
caben de que el 18 de abril se ha vivido otro renovado golpe a la supervivencia
del régimen y todo indica que este desgaste progresivo que lo acecha
prevalecerá y perdurará en las semanas venideras hasta ennegrecer por completo
su presente y futuro político, cuando al fin cada sonido de cada golpe de
cacerola sea reemplazado y convertido por un sufragio palpable y registrable.
@nickymarquez1
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