Después de movilizar a su favor toda la
maquinaria del Estado, de monopolizar las ondas de radio y televisión, de
contar con el respaldo cómplice y anticonstitucional del Consejo Nacional
Electoral y de cometer miles de irregularidades el día de las elecciones, lo
que Nicolás Maduro logró fue una victoria sórdida, raquítica e impugnable,
desangrando las filas del chavismo por más de 700.000 votos.
Ante tan miserable desempeño, ¿qué analista
imparcial podría afirmar, y menos aun creer, que Maduro ganó en buena lid?
¿Quién, tanto fuera como dentro de las filas del chavismo, podría pensar que
Nicolás Maduro está a la altura de los retos que el gobierno venezolano deberá
encarar? ¿Qué miembro de la oposición estaría dispuesto a tolerar sin protestar
la incompetencia crasa y las arbitrariedades del presidente usurpador? ¿Qué
chavista no estará pensando, desde ya, cómo deshacerse de esa rémora política
que Nicolás Maduro representa?
El chavismo se tambalea. En vez de ser el
heraldo de una nueva etapa de la revolución roja rojita, Maduro posee taras de
más para convertirse en el sepulturero de dicha revolución.
Los jerarcas del chavismo no pueden sino
reprocharle a Maduro el haber llevado el movimiento a las puertas de una
derrota electoral evitada tan sólo a base de irregularidades, de control de los
medios de comunicación y de abuso de poder.
A causa de la famélica prestación electoral
de Maduro, los chavistas comienzan a sentir los escalofríos que la pérdida del
poder suele provocar. Se dan cuenta de que el barco navega sin timonel.
El resultado de las elecciones obliga al
chavismo a reflexionar, a cuestionar certidumbres y más que nada a cambiar de
dirección. Tan es así que personalidades de primer rango han invocado la
necesidad de hacer autocríticas y revisiones.
Los venezolanos, incluso aquellos que votaron
rojo rojito por lealtad al líder fenecido, están hastiados de escaseces
recurrentes, de inflación galopante, de devaluaciones infructuosas, de apagones
incesantes, de odios artificiales fomentados desde arriba, de homicidios dignos
de un país en guerra civil. Lo que es más, ningún venezolano puede sentirse a
gusto con agentes castristas infiltrados en ministerios y casernas, asesorando
a Maduro y dictándole su ley.
Ante la necesidad de cambiar de rumbo, ¿qué
dice Maduro? Pues bien, usando sus propias palabras, lo que Maduro propone es
"militarizar" la electricidad, "radicalizar la revolución"
y otras sandeces más. Dicho de otro modo, Maduro propone hundir más aún a su
país.
"Radicalizar la revolución", ¿para
qué? De nada valdrá seguir culpando al sector empresarial del descalabro de la
economía venezolana. De nada valdrá seguir acusando al capitalismo de la
astronómica tasa de homicidios que enluta cada año todas las capas sociales del
país. De nada valdrá seguir imputando a complots imaginarios el creciente
malestar social.
Lo que el pueblo venezolano exige a gritos en
la hora actual son resultados, no chivos expiatorios. Pero obtener resultados
es algo que está fuera del alcance de alguien como Maduro, que no hace sino
aplicar las pautas absurdas trazadas por La Habana.
El verdadero respaldo de Maduro no se
encuentra en Miraflores, ni en los cuarteles, ni en una población que está
desertando de las filas del chavismo, sino en la moribunda gerontocracia que
gobierna aún en Cuba. Una gerontocracia a la que Maduro se encuentra atado, que
lo vigila y manipula, a la que Maduro está dispuesto a seguir entregándole una
parte sustancial de la riqueza petrolera del país en momentos en que las dificultades
económicas de los venezolanos no hacen sino empeorar.
El coctel es explosivo. Y no dejará de
explotar.
Para sobrevivir como fuerza política, el
chavismo tendrá que sacudirse de sus aberraciones ideológicas, de esa manía de
demonizar la oposición, de intimidar a la prensa independiente, de estigmatizar
el capital privado y de fomentar el odio entre venezolanos.
El chavismo tiene mucho que aprender de la
exitosa modernización ideológica que el Partido Socialista chileno supo operar.
Nada más representativo de esa encomiable modernización que el mensaje dirigido
al Congreso de Chile, en mayo del año 2000, por Ricardo Lagos, primer
presidente socialista de ese país después de la era Allende-Pinochet.
En esa fausta ocasión en los inicios de su
mandato, el Presidente Lagos declara: "La nueva época que vamos a
inaugurar se basa en el principio de la cooperación y la solidaridad. Hay que
renunciar al uso de la amenaza o la violencia, incluida la violencia verbal,
que tanto perjudicó los procesos de transformación que se intentaron en el
pasado". (1)
Por eso Chile es un país que avanza. Por eso
el Partido Socialista de ese país es un motor de progreso y libertad.
Es ese tipo de discurso de lucidez y
concordia el que los venezolanos tienen hoy ansias de escuchar de labios de su
gobernante. Un discurso que, por su probada sumisión al castrismo y su
ostensible estrechez intelectual, Maduro jamás pronunciará.
f.fiallo@ymail.com
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