A
esta hora del día anterior al histórico 14 de abril de 2013, ya cada venezolano
que va a salir a ejercer su derecho constitucional a elegir al nuevo Presidente
de la República para el siguiente sexenio, sabe cómo lo va a hacer y porqué lo
va a hacer.
Sin
embargo, después de leer y leer análisis, artículos, y entrevistas en los
medios impresos; de escuchar discursos y entrevistas en la radio y la
televisión; de compartir la inevitable angustia que implica comprender muchos,
abundantes, demasiados mensajes en las agitadas redes sociales, surge una
inquietante preocupación: ¿saben todos los venezolanos que van a votar, para
qué lo van a hacer?.
Sin
duda alguna, mienten aquellos que insisten en desconocer la presencia dominante
del gen libertario en la sangre venezolana.
Se
equivocan los que desestiman la vocación democrática de las generaciones que
nacieron a partir de la década de los cincuenta; incluso, de las anteriores a
ese momento y que les correspondió lidiar con cada evento político, social y
económico engendrado por cada fase de la transición que comenzó a gestarse el
mismo 17 de diciembre de 1935.
También
pecan de laqueadores de burladeros los que, interesadamente, tratan de sepultar
la inocultable cosecha política, económica y social del satanizado y
criminalizado Pacto de Punto Fijo, mientras apelan a la glorificación de logros
imaginarios, como que si tales supuestos resultados bastaran para sembrar
siquiera la sensación de que cada expresión rebuscadamente rimbombante, sirve
para avivar la paz.
Pero
cada apreciación está ahí. Equivocada o no, acertada o atrevida, está ahí. Y
tiene que ser asumida como un componente válido, irremediablemente válido para
la discusión sincera, respetuosa; para el debate que conduzca a conclusiones no
necesariamente consensuadas, aunque sí ajustadas a la necesidad de hacer
posible que Venezuela viva nuevas etapas en el urgente requerimiento histórico
de acelerar el cambio político que ya se ha iniciado, y el cual se distingue
por no estar atado al personalismo predominante de sus 200 años de vida
republicana.
No
es cuestión solamente de mayor y más pronta consecución de madurez política.
No. Es de que el liderazgo político tiene que consustanciarse con la
importancia que es detentar el poder, con la de convertir ese poder en un medio
para hacer posible que ese 51% de los venezolanos que vive en ranchos, deje de
vivir en ranchos; que si en Venezuela existen más de 21 millones de personas
con edad de trabajar, no es posible que de eso se ocupen solamente poco más de
12 millones, mientras la informalidad es la única forma de generar ingresos que
tienen más de 5 millones de compatriotas.
En
otras palabras, es cuestión de construir gobernabilidad activa y efectiva, lo
suficientemente eficiente como para que ella se afiance y se proyecte a partir
de la solución de los problemas que aquejan a los venezolanos, y no exclusivamente
del uso abusivo de la combinación rentismo-populismo como única manera de
justificar ofertas y resultados que no lo son, o que no se corresponden con la
solventación de necesidades y de aspiraciones individuales o familiares.
Definitivamente,
hay que votar. Pero con el proceso, indistintamente del resultado que determine
la mayoría de los participantes, tiene que iniciarse un esfuerzo decidido y
continuo de discusiones, de debates, de análisis, no atados a intereses
convictos y confesos, sino a la Venezuela de los próximos años; a esa Nación
por la que hoy esperan muchos desafíos en el Continente; al país presionado
internamente por un sinfín de retos, y cuyo añejamiento sin respuestas los está
convirtiendo en exigencias de acciones más complejas, como de costos mucho más
voluminosos.
El
país del futuro exige hoy la conversión de la máxima de que todos los
venezolanos son útiles y necesarios para la cruzada transformadora. Pero,
además, que a partir del 15 de abril del 2013 tiene que nacer un nuevo discurso
colectivo y motivador de la convivencia en condiciones de paz y de respeto;
asimismo, una auténtica dedicación a echar las bases que otros hijos del país
han llamado reconciliación, y que la realidad misma de los últimos tiempos,
sencillamente, la plantea como una demanda a la voluntad impulsadora de
trabajar por Venezuela y para Venezuela.
No
se trata de ideales insustanciales o de desvaríos influidos por la inevitable
hipersensibilidad que activa el hecho electoral. Es un componente de peso en la
composición de los sueños y esperanzas que, desde cada una de las simpatías
electorales, se hizo presente cuando fue convocado a una concentración o a una
marcha electoral, con la garantía de que una victoria comicial lleva implícita
la multiplicidad de respuestas positivas que cada votante espera.
Inclusive,
es muy probable que la historia política venezolana y la Democracia mundial
destacarían como un resultado glorioso de los venezolanos, si al final de esta
contienda electoral -independientemente de quien sea el ganador- los
candidatos Henrique Capriles y Nicolás
Maduro, en Cadena Nacional de radio y televisión, se dieran la mano, y, con un
abrazo fraterno a nombre de todos los venezolanos, sellaran un pacto de mutua
colaboración, respeto y reconciliación
nacional, para beneficio de Venezuela y de todos sus habitantes. ¡Que Dios los
ilumine y les motive a dar ese paso¡.
egildolujan@gmail.com
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