Ciertamente,
así está el signo monetario venezolano: adolorido por todas partes y recibiendo
la peor de las medicinas que necesita para salir de esa condición, es decir, su
hábil y desconsiderado uso para que siga alimentando el gasto público, y su
rostro como espejismo de una falsa bonanza económica: devaluaciones como huecos
(porque arroz no hay).
Hasta
comienzos de los ochenta, el Bolívar era una de las monedas más fuertes del
mundo. Treinta años después es una de las más devaluadas, aun cuando no hace
poco, en un conciliábulo en el que participaron el Poder Ejecutivo y el Banco Central
de Venezuela, se decidió restarle tres ceros, en un intento estrictamente
cosmético por enterrar la verdad de los últimos años: se le había devaluado
en 1.500 %, y de alguna forma había que
provocar el olvido colectivo de que el verdadero valor cambiario era de Bs.
4.300/$, por lo que se decidió llevarlo a Bs. 4,30/$, en el medio de una
costosa y atosigante campaña publicitaria que, pomposamente, hablaba de un
“Bolívar Fuerte” y, para mejor empleo, símbolo de una economía “soberanamente
fuerte”.
Ahora,
sin duda alguna, si en algún momento de la última década dicho signo ha sido
peor tratado, ha sido en las últimas semanas. No sólo fue el epicentro de una
devaluación del 46,5%, al llevarlo de Bs. 4,30/$ a Bs. 6,30/$, sino que,
además, se le convirtió en instrumento de maromas verbales para desestimar su
liderazgo en el medio de otras improvisadas medidas económicas que la sabiduría
popular las identificó como “Paquetazo Maduro”. Mientras se esperaba un
entendimiento mínimo entre el Ministro de Planificación y Finanzas, Jorge
Giordani, y el Presidente del BCV, Nelson Merentes, para tratar de idear la
fórmula mágica que echara al olvido al “corrompido Sitme”, mientras se atendía
la sequía de divisas para mantener con vida útil la maltratada estructura productiva
nacional.
La
economía venezolana no sólo depende en un 96% del negocio internacional de
petróleo, sino también de la administración discrecional cada año por las autoridades de más de 124.000 millones de
dólares (2011/2012) que registra el fisco nacional como ingreso por la venta de
crudo. Pero ese alto monto no le alcaza al Gobierno para financiar sus
desmesurados e incontrolables gastos, como los regalos para los “países
pana”, menos, por supuesto, para atender
los requerimientos mínimos de su estructura productiva que depende de bienes de
capital, insumos, materias primas y hasta de bienes finales que se adquieren en
cualquier parte del mundo -y “al precio que sea”- para mantener medianamente
atendida la demanda interna. Es la cosecha natural de la siembra de su
ideológico objetivo político, concebido para sustituir el modelo económico
capitalista de los últimos 200 años, por un modelo socialista de larga data
histórica fuera del territorio nacional, aunque fracasado en todas partes donde se le impuso.
Entre
devaluaciones y la destrucción del aparato productivo, con el cierre de
industrias, de comercios, expropiaciones
de empresas y el arrebatón de fincas en pleno proceso productivo, bajo
el interesado argumento de acciones antilatifundistas o “rescates” de tierras
incultas, se llega ahora a un sistema de subastas de divisas, cual feria de
propuestas efectistas, y de suspicaces aprobaciones o visto bueno de parte de
un grupo de burócratas que se reserva el derecho al secreto de la identidad de
los afortunados “compradores”, tanto como a los montos finales que se dan en la
puja.
Es
decir, a la anterior destrucción de más de la mitad del valor de los ingresos y
sueldos familiares a partir de febrero pasado, como de los sobrevivientes
ahorros particulares, ahora se trata de paliar la escasez de divisas con base
en la recurrencia a una figura que, en el fondo, no pasar de ser otra variable
devaluacionista, indistintamente de que sus administradores juren y perjuren
que los bolívares que surjan de allí serán utilizados en el fortalecimiento de
la producción nacional.
Se
ha dicho extraoficialmente que durante
la primera subasta, se llegaron a vender
$/Bs. 12,oo. Y eso implica una devaluación global en menos de 60 días de más
del 190 %, aproximadamente. No hay que ser economistas, para deducir que los
precios se dispararán brutalmente, una vez más. Toda devaluación aislada de
medidas complementarias dirigidas a disciplinar el gasto público, a mejorar los
niveles productivos y competitivos del país y a evitar que los pobres sean
llevados a vivir en condiciones de pobreza extrema, configura el daño económico
mas grande y cruel que se le puede hacer a un pueblo. Y eso no tiene nada que
ver con especulación, ni acaparamiento “criminal” de los llamados “enemigos de
la revolución”: es destrucción deliberada del derecho ciudadano y
constitucional a vivir cada día mejor.
Un
país que en menos de una década ha decidido cambiar su condición de progresiva
nación exportadora, para terminar dependiendo de lo que ingrese por sus
puertos, mientras olvida fortalecer su estructura petrolera, e hipoteca su
autonomía para invertir en la modernización de su infraestructura, porque ha
agotado préstamos y financiamientos recibidos a cambio de ventas a futuro de su
crudo, no puede ser otro que aquél en el que hoy habitan casi 30 millones de
personas convencidas de que aquí llegó el retraso y el fracaso, que ahora le
corresponderá financiar a varias
generaciones con más pobreza y
limitaciones que las que les precedieron.
Es
un hecho inexplicable e injustificado. Porque lo grave no es solamente que ya
los ingresos generados por la venta de
petróleo a más de 105$/barril promedio no alcanza, sino que también hay una
deuda externa acumulada que supera los 200.000 millones de dólares y que las
expectativas sobre un cambio en esa relación de dependencia, son remotas. Y lo
son, al menos mientras no se desista de
la tesis política de que Venezuela está llamada a liderar un cambio económico
continental, a partir del modelo con el que se ha llegado a estos niveles de
idealización transformadora, pero que no han superado siquiera la visión
conuquera que muchos de sus altos funcionarios tienen de la economía en pleno
Siglo XXI.
Sin
subestimar la magnitud de esta
calamidad, a cada venezolano le corresponde hoy enumerar sus conclusiones de lo
que está sucediendo aquí en el orden económico, al comenzar el segundo
trimestre del 2013. A poco menos de 15 días, inclusive, habrá otro proceso
electoral que, al día de hoy, se perfila como un evento precedido por
enfrentamientos grupales y no por propuestas de cambios coyunturales y
estructurales en materia económica. Y eso inquieta. Porque el país necesita un
cambio de rumbo, que lo saque del charco moral y lo ubique en la vía de la verdadera
modernidad.
No
más regalo de dinero al exterior. Cobrar deudas. Vender únicamente a quien
cancele de contado. Renegociar la deuda externa, incluyendo 2 ó 3 años muertos. Invertir en el rescate y
ampliación de La producción petrolera, llevándola a 6 u 8 millones de barriles
diarios. Incentivar la producción alimenticia e industrial del país permitiendo financiamiento y facilidades
tecnológicas para su pronto desarrollo. Eliminación progresiva del artificio
punitivo de los controles de cambio y de precios. Reducción de impuestos y
trabas para la instalación de cualquier negocio. Reformar la Ley del Trabajo y
convertirla en una norma de avanzada, que incentive al trabajador y estimule al
empresario sin propiciar bandos antagónicos. Iniciar un combate frontal contra
la delincuencia. Iniciar un plan agresivo de construcción y rescate del sistema
vial de carreteras. Construcción masiva de viviendas. Y convertir al Estado en
un modelo de gestión pública, a cargo de verdaderos gerentes y nunca más de
aves de rapiña, a la caza de cualquier carguito para “llenarse” de dinero mal
habido, o de alguna asesoría sin rostro conocido para alimentar culto y
adulancia desmedida.
Entre
otras tantas medidas que se tendrían que tomar, a la par de una seguridad
jurídica competitiva, con respecto a los países vecinos que hoy capturan
inversiones privadas internas y mundiales en cantidades excepcionales, figura
esta lista de acciones que no se pueden seguir difiriendo. ¿Un Plan de
Gobierno?. No. Conforman un reto para las autoridades y todos los venezolanos.
Si
el objetivo es llegar a vivir alguna vez en una Venezuela que forme parte de
los países del primer mundo, hay que trabajar; erradicar las causas de la
pobreza, que incluye la sustitución del principio de la manipulación monetaria
para mantener vivo y expansivo a un Estado macrocefálico e incompetente, por la
apertura sincera y confiable de condiciones para que las inversiones privadas
se radiquen, crezcan y se fortalezcan de manera sustentable.
No
a la Venezuela de los bandos y de las bandas. Sí a la Venezuela de las
instituciones públicas poderosas; al retorno al país de las puertas históricas
abiertas; a la Nación que alguna vez fue modelo político mundial; al país que
por décadas exhibió una economía sin inflación y un Bolívar sin reumatismos.
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