“Otra vez adiós”. Así titula Carlos Alberto Montaner su reciente
obra, frase tan certera como su estructura y concepto. Difícil de catalogar en
género específico porque es historia novelada, ficción periodística,
testimonio, fabulado, cada uno y todo eso en un diseño que entrelaza
episodios de invento con trasfondo histórico verificable.
Quizá, clasificada
por la selecta crítica literaria académica, de lupa estricta y para una
exigente minoría resulte
esquemática, de costuras evidentes y final previsible, una más en
la lista de narraciones sobre destierro, migraciones,
exilio y tras tierra, fenómenos que signan en especial a todo el planetario
siglo XX. Calibrada por el alfabeta y sabio pulso del lector promedio, eficaz perceptor, adicto a
la placentera fantasía que le explica y
compensa su dura realidad, entonces sin duda, es un acierto definitivo. Muy
adaptable al cine, teatro, telenovela, documental artístico y letras para música.
Su protagonista es David Benda, judío errante
de milenaria historia bíblica pero de
escasa o nula geografía hasta la refundación de su patria ancestral en el moderno Israel. Condenado a ser un
eterno migrante por persecutorias leyes de
raíz mítico-religiosa, lleva un sello indeleble en el equipaje: su insobornable convicción de existir en
libertad. La despedida marca su huella de espíritu sin fronteras.
Otra vez adiós (Santillana, Prisa Ediciones
2012) es un libro raro, único y
sorprendente si se toma en cuenta que el autor, nacido en Cuba y radicado en
Estados Unidos no es judío de origen ni por crianza. Competente y reconocido
periodista de serio profesionalismo en
sus agudos análisis sobre temas políticos internacionales, transfiere
su vivencia de inmigrante hacia un
nivel que trasciende lo biográfico personal. Ese bagaje de dolor, dicha, estudio, conocimiento,
vivencia y crítica adquiridos a lo largo de una
actividad continua como interprete y comunicador del quehacer mundial,
sustenta el escenario de esta intriga novelística
que abarca todo un siglo con sus
tragedias provocadas por el totalitarismo. Su autenticidad atrapa
intelectual y emocionalmente, sin
tregua.
Cuna, paisaje, canción, olor y sabor, patio
de juegos, aceras y casas, cambiante lecho para sueños, amores y desencuentros,
espacio personal de cualquier tamaño
para imaginar o laborar, amigos confiables, toda esa mina rescatada sólo en el
retrato cerebral o de pincel, fotografía tangible en sepia o multicolor
digital, esa costumbre a lo inestable, tradición de lo fugaz, configuran un
modo de subsistir cada día más
anormalmente rutinario que revive
conflictuado por entre estas líneas. Es lo que el venezolano Carlos Subero
llama La alegría triste de emigrar, en
un valioso libro-reportaje de investigación (2012) sobre sus paisanos recién
inmigrados en toda América del Norte.
Son adioses resumidos por Carlos Alberto
Montaner en los tres estancos del peregrino expulsado por la criminal
intransigencia, un personaje ahora
universal y masivo, aquí registrado
desde un fugitivo de su natal Austria
nazi y de la provisoria Cuba comunista, renacido en Estados Unidos de Norteamérica, país todavía abierto a la sana convivencia, siempre en
defensiva vigilia.
Texto que dignifica al héroe anónimo y
colectivo de nuestro tiempo. El migrador libertario.
alifrei@hotmail.com
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