Hemos
asistido a una larga agonía del presidente y a una larga agonía de la
república. Hemos sido testigos de todas las engañifitas, de todas las
violaciones y ablaciones al Derecho y a la imposición de una transformación
instantánea de la voluntad conveniente a los intereses del poder como fuente legislativa de donde nace la
norma y la jurisprudencia.
Hemos
visto de todo. Hemos oído de todo. Hemos visto al poder amenazante contra
conspiraciones y alzamientos imaginados en el sopor calenturiento que ataca a
Caracas en la vecindad de Semana Santa y quizás por ello estuvimos cerca de oír
que los conspiradores eran de la secta de los saduceos y el jefe insurrecto
Caifás.
Cual
Sanedrín el Tribunal Supremo de Justicia ha emitido sentencias desde la
confluencia de la aristocracia sacerdotal que reina en su seno y con la
colaboración de la aristocracia laica y del grupo de los fariseos. Valga la
comparación porque el Sanedrín era un cuerpo judicial y porque hemos vivido
santas semanas y porque se reproduce en cada institución del Estado verificando
el cumplimiento del “marco legal”, fijando fechas de elecciones o tomando
juramentos. Por el Sanedrín pasaron Jesús y Esteban, por blasfemia, Pedro y
Juan por conspiradores y Pablo por profanador de templos.
Hemos
escuchado la música llanera convertida en Réquiem, las amenazas en seguidilla,
las ruedas de prensa estrambóticas y los discursos ejemplarizantes de pobreza
mental. Capriles ha sentenciado que ha ocurrido un “fraude constitucional” y una
juramentación espuria para luego avalarse como candidato presidencial, lo que
nos llevó a preguntarle con qué lenguaje solicitaría los votos, qué garantías
ofrecería a los electores o si andaría con la mano en alto portando la violada.
Las contradicciones son tan evidentes que ponerlas de relieve se hace ejercicio
inútil.
No
es obligación de un demócrata asistir a elecciones, pues hay elecciones de
elecciones. Muchas veces señalé los objetivos perseguibles cuando se asiste a
comicios bajo un régimen como el venezolano, desde procurar el fraude para
desenmascarar, o porque se tienen fuerzas que harían respetar los resultados. A
la inversa también encontramos razonamientos, pero la que tendremos ahora los
venezolanos es la petición de coherencia entre palabras y acciones. No se puede
hablar de flagrante violación constitucional y marchar a elecciones mientras
contra Iuris se corona con el poder al que será adversario en las urnas.
Todavía
citan la abstención en las elecciones parlamentarias de 2005 como argumento del
error, cuando no lo fue. El error fue no hacerla activa y luego participar en
las presidenciales inmediatas. La abstención es también un arma de combate
democrático, para procurar deslegitimar, tal como lo hizo Alejandro Toledo
frente a Alberto Fujimori en la segunda vuelta de aquellas elecciones peruanas,
sólo que después el propio Toledo encabezó las manifestaciones contra el
corrupto régimen fujimorista. No es cobardía no ir a unas elecciones, lo es
empantanarse en el túnel electoralista sin salida.
“Dejemos
el debate constitucional y vamos a ganar las elecciones” arguyen los diputados
copeyanos alisándose la falda. Esas elecciones no se pueden ganar, no se van a
ganar. Todos los estudios de opinión revelaban, antes del duelo popular por la
muerte de su líder, que Maduro aventajaba a Capriles por 14 puntos porcentuales
y que la estima de la oposición había caído prácticamente a la mitad desde la
elección presidencial del 7 de octubre. Es de demócratas ir a elecciones que se
pueden perder o ganar, pero en elecciones democráticas en igualdad de
condiciones. Hacerlo cuando las condiciones son exactamente lo opuesto sólo
revela una dirección obsoleta que ahora va a perder ese argumento engañoso de
que en cada comicio aumentaba su votación y que en la próxima sí obtendría
resultados positivos. En situación de excepción, y esta es una de ellas, no se
puede avalar lo que se reduce a abuso y amenaza. La cobardía también se tiñe de
electoralismo.
Veo
que el Cirque Du Soleil anuncia sus presentaciones en Caracas. Quizás coincidan
con la celebración de esta elección presidencial. El Cirque Du Soleil brilla
por su fantasía y creatividad. El circo venezolano no, es uno de sol apagado.
Oscurana es lo que caracteriza a la república. Lo único que le queda es el circo
que recorría en siglos anteriores las polvorientas estrecheces de un país
abandonado. Deberemos describirla con un francés aprendido de Nicolás Maduro y
hablar del Cirque Du Soleil éteint.
@teodulolopezm
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