La muerte sigue siendo un misterio para el
ser humano, todos sabemos que cierra el ciclo de nuestra vida terrenal, sabemos
que algún día aquellos que amamos morirán y que nosotros también; sin embargo,
la muerte no deja de ocasionar conmoción cuando se aparece en nuestro camino.
Más allá, cuando nos enteramos de la muerte de otros que no nos fueron
cercanos, de alguna manera desconocida se produce en nosotros un sentimiento de
compasión. Habría que tener el corazón lleno de un odio muy grande y sin temor
de Dios para alegrarse por la muerte de otro. Aquel que ha entendido la
transitoriedad de la vida, sus misterios, su igualdad de condiciones para todos
y, la justicia divina no se contentará con la desgracia de otros.
Uno de los misterios que encierra la muerte
es que de alguna manera pareciera borrar los errores y desaciertos, pareciera
que el dolor por la pérdida enalteciera de tal manera al que se ha ido, que los
que se quedan olvidan fácilmente lo malo e injusto. Es lo que ha pasado con la
muerte del presidente Hugo Chávez, sus seguidores se han concentrado en sus
bondades enalteciéndolo de tal manera que ha llegado a ser ofensivo para
aquellos que profesamos la fe cristiana, ya que en su afán por darle un lugar
de relevancia en la nación, no han dejado que sea la historia la que cumpla su
labor sino que de una manera absolutamente exagerada han tratado de elevar la
imagen del presidente hasta llegar a llamarlo "el Cristo de los
pobres".
Jesús de Nazaret, el verdadero Cristo, el que
murió en la cruz del Calvario hace más de dos mil años dividió la historia, no
se propuso o impuso que la historia se narrara en los acontecimientos ocurridos
antes y después de Él, la historia misma lo estableció así. Jesús de Nazaret,
el verdadero Cristo, es la piedra angular de la cristiandad extendida por toda
la faz de la Tierra, su legado ha trascendido siglos de historia y hoy está más
vivo que nunca. A diferencia de cualquier otro ser humano al que se le pretenda
llamar Cristo, Jesús de Nazaret resucitó de la muerte demostrando que era
verdaderamente Dios. No vino al mundo para condenar al hombre, no hizo acepción
de personas. Su mensaje fue dirigido a su pueblo judío primeramente, luego a
todos, pobres y ricos, cobradores de impuestos, pescadores, enfermos y
pecadores de toda clase, oficiales romanos, sacerdotes, hombres, mujeres y
niños de todas las clases sociales, de
todas las nacionalidades, de todos los oficios y profesiones.
Jesús de Nazaret, el verdadero Cristo, vino
para ser la luz del mundo, para darnos vida que trasciende la vida humana. No
solo vino a bendecir en el plano terrenal para proveer el sustento a los
pobres. También vino para bendecir el corazón, como lo demuestra ese pasaje del
evangelio según San Juan en el que Jesús sana a un joven ciego de nacimiento, y
luego se le presenta como el Cristo, el Salvador. El encuentro de este muchacho
ciego con Cristo se transformó en sanidad para su cuerpo así como en la
salvación eterna de su alma. Él le abrió los ojos del cuerpo así como los ojos
del corazón. Porque con Cristo todo se trata siempre del corazón, lo primero y
más importante en la vida del ser humano. Las bendiciones materiales son una
consecuencia del encuentro con el verdadero Cristo, como lo expresó al final
del Sermón del Monte instándoles a buscar primeramente el reino de Dios y su
justicia para que todas las demás cosas, esas de las que previamente les había
hablado, el alimento, el vestido, el techo vengan por añadidura, es decir, como
consecuencia directa.
Lamentablemente Jesús dijo que a los pobres
siempre los tendremos entre nosotros, porque
que vivimos en un mundo injusto que genera pobreza; sin embargo, fue a
los pobres en espíritu a los que Él proclamó como bienaventurados porque de
ellos es el reino de Dios. Esos pobres son aquellos hombres y mujeres capaces
de reconocer sus limitaciones; son todos aquellos que han entendido que separados
de Dios nada pueden hacer; aquellos que saben con humildad que solo Dios es
suficiente porque con Él todo es posible y sin Él nada tiene sentido. Esos
pobres en espíritu son los que han reconocido en Cristo al que sana todas sus
dolencias, al que perdona todos sus pecados, al que rescata del hoyo sus vidas
y el único que los corona de favores y misericordias.
¡Ese es Jesús de Nazaret, el Cristo de los
pobres! ¡Esos son los pobres de Cristo!
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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