sábado, 23 de marzo de 2013

JOSÉ MAYORA, NICOLÁS: ¿VERDE O MADURO?

En algunas familias tradicionales y centradas en la figura de un padre intransigente o una madre disponedora, la pérdida de cualquiera de ellos es un descalabro para el resto del grupo familiar que de la noche a la mañana se quedan sin la figura que, para bien o para mal, se encargaba de tomar las decisiones.  Muy posiblemente, frente a la ausencia del jefe de familia, se produzca una desbandada pues ya no hay quien contenga a sus miembros.
De historias como la anterior, la sociedad venezolana está llena. Baste recordar aquellas familias donde el padre afirmaba, con un caudaloso torrente de voz, que "en esta casa el único gallo que canta soy yo" y, en efecto, así ocurría. Episodios como el descrito tienen impactos que no solo se restringen al ámbito familiar. No hay que olvidar que los miembros de familias como ésta,  nunca aprendieron a vivir en medio de la libertad y el diálogo.
Cuando hablamos de todo un país, la cosa es algo más complicada. Calificar a un gentilicio como una familia es muy loable siempre y cuando esa gran familia no se parezca a la que hemos descrito anteriormente. Si el que dirige a un país no logra entender que los hermanos tienen diferencias y que las mismas no se resuelven profundizándolas, sino creando condiciones para que aprendan a resolverlas, esa gran familia será una familia enferma.
En el caso venezolano, quien gobierna piensa que la enfermedad social es de algunos de sus miembros y la terapia aplicada es la exclusión de los enfermos. Ese grupo ha sido llamado de diferentes maneras siendo las más emblemáticas "escuálido" y   "majunche". Modernamente lo llaman "muchachos con apellido", me imagino que es una innovación de quien quiere asumir un estilo propio en la conducción del país.
La ausencia inesperada, que no sobrevenida, del líder de un  proceso tan particular como la revolución bolivariana, ha creado una crisis social que busca cauces para su comprensión y manejo. Algo que puede resultar difícil de entender se resuelve muy fácilmente: ¡estamos frente a una crisis de poder!
A quienes les corresponde asumir el poder, pues nunca podrán llenar el vacío, se les presenta un terrible inconveniente, no pueden cuestionar la legitimidad del anterior liderazgo pues ellos se formaron allí y son corresponsables de sus resultados.
La crisis del PSUV, no es la crisis del país. Es la crisis de poder que se da  al interior del movimiento revolucionario que, en estricto sentido, no debiera afectar a los problemas cotidianos del país. En otras palabras, el padre acostumbró a sus hijos a no tomar decisiones, a decirles dónde eran más útiles al proceso revolucionario sin importar si tal designación era inútil para el país. Los acostumbró a mantener en sus bolsillos una libretica para anotar instrucciones dadas en sitios y momentos insólitos y por razones incomprensibles. Esa gran familia no era autónoma, era, y sigue siendo, una familia enferma.
Antes de desaparecer, el padre designó a uno de los hermanos jefe de la familia. Este hermano, al igual que los demás, nunca aprendió a decidir y sus restantes hermanos, que tampoco aprendieron, se preguntan y por qué él y no yo. La respuesta es muy sencilla, porque nunca se hubiesen puesto de acuerdo en tal designación.
Asumir el gobierno de un país supone entender que el mismo tiene fundamentalmente la finalidad de trabajar por la integración social. Para entender esto y actuar en consecuencia, hace falta mucha madurez.
Mayora.j@gmail.com

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