domingo, 3 de marzo de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, DE ESO, NO HAY, FORMATO DEL FUTURO…

 “Si consigues ( ) tráeme”. Ninguna frase como esa, es hoy más importante entre amigos, familiares y vecinos en cualquier parte del país. Porque tiene que ver con esa especie de tarea forzosa a cuyo cumplimiento están ahora obligados los venezolanos, sin distinción de clase, sexo o estado civil, con necesidad de llevar para su casa los más conocidos alimentos que integran la cesta básica de la que depende cada familia, si es que pretende disfrutar de un plato tradicional. El peregrinaje que deben cumplir todos los integrantes del hogar, cuando se trata de “hacer mercado”, en fin, es increíble, penosamente humillante y desconsiderado.
Asimismo, padecer una enfermedad o cumplir con un tratamiento médico, es una verdadera calamidad. La escasez de medicinas, que el propio sector ubica actualmente en más de un 40%, está llegando a niveles peligrosos. Porque lo que   se está poniendo en serio peligro, es la salud ciudadana. La razón y queja sobre el porqué eso está sucediendo, a juicio  de las empresas responsables de garantizar el abastecimiento, es la demora en la entrega de las divisas (dólares) que a través del control oficial de cambio tendrían que darles respuestas oportunas y confiables.
Ante dicho señalamiento, el gobierno ha respondido diciendo que el sector privado ha recibido las divisas trampeando los sistemas, y que el Gobierno, inocentemente y engañado, sí le  ha entregado los dólares a los importadores como es debido, afirmación que, por supuesto, no le cree nadie. De todos es conocido que desde principios del año pasado, los diferentes gremios que afilian a importadores, vienen anunciando, con justificada preocupación, que de no dar acceso a las divisas necesarias, desaparecerían irremediablemente los inventarios, provocándose una escasez de todo tipo de productos.
¿O es que acaso puede ser eso extraño, cuando ya es necesario importar el 80% de bienes que necesita y consume la sociedad venezolana, en el peor de los casos, o un alto porcentaje de insumos, materias primas y repuestos imprescindibles para producir lo poco que se procesa en el país?. Además ¿qué más esperar, después de haberse perdido un 50% del parque industrial y haberse expropiado más de  4 millones de hectáreas de fincas productivas, que luego han pasado a convertirse en tierras ociosas?.
Por obra y gracia de esta manera de concebir y conducir la política económica por la que Venezuela se ha regido durante la última década,el país es hoy un importador por excelencia, una nación con una soberanía alimentaria hipotecada, y un mercado comprador de alimentos y medicinas que antes producían los venezolanos, o que alguna vez se plantearon hacerlo.
Es importante citar que productos importantes que antes se procesaban en suelo venezolano, y cuya eficiente producción estaba a cargo del sector privado, luego de su expropiación o adquisición por la fuerza, estando en manos del Estado, ahora se tienen que adquirir fuera del la frontera nacional. Es el caso del cemento y las cabillas. En cuanto a alimentos, la importación directa del Gobierno, que  es enorme, además de justificar el nacimiento de una red comercial divorciada de toda posibilidad gerencial -como alguna vez sucedió con la Corporación de Mercadeo Agrícola- ha servido para la aparición de grandes escándalos ante las pérdidas de productos abandonados y podridos en las aduanas, amén de denuncias -incluso gubernamentales- por compras con  sobreprecio, muchas veces sin cumplimiento de llamados a licitación, o por ser adquisiciones “a dedo”.
Si a este desafortunado panorama se añade la merma evidente en la producción petrolera, que en el año 1998 superaba los 3 millones de barriles diarios y que hoy se ubica en poco más de 2 millones 500 mil, mientras se regalan millones de dólares a otros países, y hasta se obsequia gasoil al Estado de Nueva York, en un gesto de filantropía inexplicable a favor de“El Imperio”, es más que obvia la causa por la que se han agotado las divisas. Mientras tanto, el Gobierno, en vez de recortar gastos, insiste en hacer crecer la economía interna echando mano de su libertad para imprimir dinero sin contrapartidas en el BCV, y apelar, una vez más, a una empobrecedora devaluación colectiva, cuyos efectos sociales se trata de apaciguar desarrollando una dura y violenta campaña contra la empresa privada.
Venezuela, que exhibe el más alto índice inflacionario de Latinoamérica y uno de los mayores del mundo, se mueve entre estas contradicciones, improvisaciones y audacias destructivas de la capacidad de compra de sus habitantes. Su Gobierno procede en nombre de un pueblo al que, sin consulta ni consentimiento, y en peores condiciones para el que menos ingreso percibe, obliga a empobrecerse a diario. Pero, además, hoy también ostenta la peculiar característica de ser el único petroestado que necesita devaluar para poder cubrir sus requerimientos básicos, ya que un ingreso sobre 100 $  por cada barril de petróleo que vende, no le alcanza.
Pero mientras eso ocurre en el orden micro y macroeconómico, el país se adentra en el último mes del primer  trimestre del 2013, sin haber podido superar el cuadro político cargado de incertidumbre que se produjo a comienzos de diciembre del 2012, después que el reelecto Presidente de la República dejó entrever que habría la posibilidad de no poder asumir el mando al que, por  derecho constitucional, le correspondía jurar el 10 de enero del año en curso.  Se trata de una realidad que mantiene de manos atadas a quienes están a cargo de ciertas áreas del poder público, pero que, además, les anula, aparentemente, en su obligación de actuar para que tal situación no siga complicándose.
El Gobierno se debe abocar a corregir las verdaderas causas del problema, y lo tiene que hacer sin demoras condicionadas por pragmatismos políticos: reducir gastos (nóminas y dependencias oficiales); incrementar la producción petrolera; regresar o vender las empresas privadas expropiadas o incautadas convirtiéndolas nuevamente en productivas, para que dejen de ser focos de corrupción y/o cargas para el Estado; paralizar la incautación de tierras y regresar las supuestas expropiadas a sus legítimos propietarios productores; facilitar el crédito a los productores del campo; crear incentivos para que la industria privada nacional contribuya a reducir las importaciones y a crear puestos de trabajo productivos; reducción de los impuestos que, en su conjunto, hoy son los más altos del Continente, en procura de que estas reducciones se conviertan en beneficios equivalentes de aumentos salariales, permitiendo llegar a un salario DIGNO y no mínimo, y combatiendo así el único y verdadero enemigo de la prosperidad, como es la pobreza. Asimismo, eliminación de tantas alcabalas de permisería que sólo inducen al peaje y a la corrupción.
Esto sólo se puede hacer, por supuesto, eliminando el odio, los insultos; llamando a todos los sectores a integrarse y con el único propósito de sacar el país adelante.
Hay que definir la situación política, aclarar y comprobar cuál es la verdadera situación del Presidente. Esto tiene a todos los ciudadanos sumidos en una incertidumbre. Si el inicio de la solución es ir a elecciones nuevamente, hay que  ir. Eso sí, que los competidores tengan una única meta similar: PAZ, PROGRESO, JUSTICIA Y LIBERTAD.
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Enviado anuestros correos por
Edecio Brito Escobar 
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