miércoles, 6 de marzo de 2013

EDUARDO LÓPEZ SANDOVAL, SANTO Y SATÁN: EL COMANDANTE DE BARINAS QUE SE CREYÓ PROFETA DE BOLÍVAR Y HERMANO DE FIDEL, FUENTE “LLANERO DIGITAL”

En febrero de 1999, poco antes de tomar posesión por primera vez como presidente, Hugo Chávez voló de La Habana a Caracas con Gabriel García Márquez tras un encuentro de ambos con Fidel Castro. El Nobel colombiano vio en Chávez dos personas radicalmente distintas: «Una a la que los caprichos del destino habían ofrecido la oportunidad de salvar a su país; la otra, un ilusionista que podría pasar a los libros de Historia como otro déspota más». Las dos imágenes, santo y satán, siguieron vivas hasta su muerte en los corazones y en los discursos de seguidores y de adversarios.
Para los primeros, como ha señalado el profesor Michael Shifter en su perfil para Foreign Affairs, «Chávez fue un héroe movido por impulsos humanitarios a reparar la desigualdad y la injusticia social (…), que luchó valientemente por la solidaridad latinoamericana y contra el imperio estadounidense» y que, «con carisma y petrodólares, aprovechó la oportunidad de corregir los desequilibrios de riqueza y de poder en los asuntos hemisféricos y venezolanos».
Para los segundos, «Chávez fue un dictador hambriento de poder que despreció el estado de derecho y el proceso democrático», empeñado en «una carrera catastrófica hacia el control estatal de la economía, la militarización de la política, la destrucción de sus adversarios, el coqueteo con regímenes parias, el antiamericanismo y programas sociales equivocados que suponen un grave retroceso para Venezuela». En pocas palabras, «un autoritario cuya visión y cuya política fueron rotundos fracasos y una grave amenaza para su propio pueblo, sus vecinos latinoamericanos y los intereses de EEUU».
Ambas visiones reflejan rasgos del personaje —sus tendencias autocráticas, su megalomanía, su hiperactividad y su capacidad de seducción—, pero ignoran otros igual o más importantes, como su ‘baraca’, su prudencia o cobardía en los momentos más difíciles (el golpe fallido que encabeza en 1992 y el golpe fallido al que sobrevive en 2002) y, sobre todo, la media vida que ha dedicado a conspirar para hacerse con el poder y la otra media para conservarlo.
Carlos Fuentes, más que un líder de izquierda —hasta 2005, tras seis años en el poder, Chávez no se identificó abiertamente con el socialismo y hasta las presidenciales de 2006 no apostó en público por las nacionalizaciones— vio en él «a un Mussolini tropical, disponiendo con benevolencia de la riqueza del petróleo al mismo tiempo que sacrifica las fuentes de producción y empleo». Lejos de arrojar luz, el tumor del que fue intervenido al menos dos veces desde junio de 2011, y las sesiones de quimio y radio en La Habana, distorsionaron aún más su imagen.
Hasta el final, intentó ser reelegido para otro sexenio en las presidenciales del 7 de octubre de 2012. De hecho, en su última reestructuración gubernamental destituyó a algunos de los nombres que más sonaban como posibles sucesores: el vicepresidente, el ministro de Exteriores y el ministro de Defensa.
Muchos le han comparado con Castro y con Gadafi. Su nacionalismo, militarismo, populismo, golpismo, oratoria y preocupación por la redistribución de la riqueza le acercan más a Juan Domingo Perón. Este legó un movimiento y una confusa amalgama doctrinal que, aunque parezca alucinante a muchos observadores extranjeros, todavía ganan elecciones en Argentina. ¿Qué legado dejará el chavismo?
Quienes nunca llegaron a comprender la fuerza que, a pesar de sus errores y desmanes, Chávez siguió teniendo en las urnas hasta su muerte, cerraron los ojos a la lluvia de dólares —de 5.000 y 10.000 millones por año— que repartió en programas alimentarios, educativos y sanitarios entre los venezolanos más necesitados.
Quienes nunca entendieron su elección primera y reelecciones siguientes —seis comicios nada menos sólo en su primer año y medio en Miraflores— ignoraron irresponsablemente el desastre —una caída anual del PIB del 2% en los años 80 y 90 a pesar del petróleo (122.000 millones de dólares, de 10 a 15 planes Marshall, entre 1990 y 1998), el caos político (fruto de una corrupción rampante) y la miseria (3 de cada 4 venezolanos por debajo del umbral de la pobreza)— al que la socialdemócrata Acción Democrática y el COPEI, de tendencia democristiana, los dos pilares de la Venezuela próspera del siglo XX, condujeron, turnándose en el poder, el régimen nacido en 1958 tras los seis años de dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
En ‘Hugo Chávez sin uniforme’, la mejor síntesis de las biografías de Chávez —y estamos ante el dirigente latinoamericano más biografiado después de Perón, Castro y Pinochet—, Alberto Barrera y Cristina Marcano terminan con la misma pregunta que se hizo García Márquez: «¿Quién es, en definitiva, Hugo Chávez?»
Y responden con más interrogantes: ¿Por dónde va la historia de aquel niño, criado por su abuela en una casa de palma con suelo de tierra? ¿Fue un verdadero revolucionario o un neopopulista pragmático? ¿Hasta dónde llegó su sensibilidad social y hasta dónde su propia vanidad? ¿Fue un demócrata que intentó construir un país sin exclusiones o un caudillo autoritario que secuestró el Estado y las instituciones? ¿Pudo ser, acaso, las dos cosas al mismo tiempo? Teodoro Petkoff, en ‘Hugo Chávez, tal cual’, así lo cree.
¿Quién es este hombre que agitaba un crucifijo mientras citaba el Che Guevara y a Mao Tse Tung? ¿Cuándo era él, realmente? ¿Cuál de tantos? ¿Cuál de todos los Chávez que existieron es el más auténtico? «No es fácil saberlo», responden sus principales biógrafos, pero nos han dado una pista que, en opinión de Petkoff, «no por pintoresca debe ser desdeñada»: «Chávez es Zelig, aquel personaje de Woody Allen que se mimetiza según el interlocutor que tenga delante, un encantador de serpientes que busca seducir a todo aquel que cruza palabras con él y puede ser católico, musulmán, maoísta, peronista, conservador y hasta un ‘si es no es’ imprudentemente bolchevique, según sean el Papa, Jatami, Jiang Zemin, Kirchner, Chirac o Putin quienes estén frente a él». En su perfil psicológico de Chávez, el doctor Jerrold M. Post, de Washington University, lo presenta como «un consumado narcisista que se ve a sí mismo como el salvador de Venezuela, dispuesto a todo con tal de permanecer en el poder».
Nacido en Sabaneta de Barinas, pueblo de mil y pico habitantes en la llanura venezolana, el 28 de junio de 1954, Chávez fue el segundo de seis hermanos, todos varones. Hijo de un maestro democristiano que llegó a director de Educación de su estado en la presidencia de Luis Herrera Campins (1979-1984), su hermano mayor, Adán, y él se criaron con su abuela paterna, Rosa Inés Chávez, a quien siempre trataron como a su verdadera madre. De aquellos años, ‘Huguito’, su apodo familiar, solía recordar tres cosas: una vida pobre pero muy feliz, lo bien que se le daba el dibujo y su pasión por la pelota, como se llama coloquialmente al béisbol en Venezuela.
Al terminar la primaria, toda la familia se traslada a Barinas, la capital de la provincia, de unos 60.000 habitantes, para que los hijos puedan seguir estudiando. Allí un Chávez de 13 años delgadísimo, de pies largos y patón conoce a José Esteban Ruiz Guevara, su primer faro político, padre de dos de sus amigos de clase, erudito historiador, disidente comunista y ex guerrillero con una buena biblioteca, donde el futuro presidente lee por primera vez a los clásicos, la Historia de Venezuela, a Marx y a Lenin.
Aunque en el liceo O’Leary de Barinas Chávez trató con muchos miembros de las Juventudes Comunistas, nunca se inscribió ni militó en ellas. Algo tímido pero de carácter fuerte, cariñoso, buen deportista, ni empollón ni vago, uno del montón, en 1971, recién cumplidos los 17, cambió la universidad de Mérida por la Academia Militar de Caracas soñando con llegar a ser un día una estrella del béisbol. Las Fuerzas Armadas, que al principio sólo fueron una forma de ganarse la vida, pronto se convirtieron en una plataforma de conspiración para alcanzar el poder. La de Chávez fue la primera promoción de oficiales que recibió en Venezuela el título de licenciados universitarios, para lo que, además de las disciplinas militares, estudiaron Historia y Teoría Política. Sus compañeros de academia le recuerdan «por el béisbol, lo dicharachero y lo mamador de gallo (bromista)» que era, y su fuerte vocación social.
Recibe el sable de subteniente en 1975 del presidente Carlos Andrés Pérez (CAP) y es enviado a un pelotón de comunicaciones en Los Llanos, en su estado natal. Sin apenas trabajo —«los años violentos» de guerra subversiva habían terminado— mata el aburrimiento presentando un programa de radio y escribiendo una columna semanal en el diario ‘El Espacio’, donde empieza a coquetear con el golpismo. «Antes de 2000 soy general y echo una vaina en este país», confesaba a su paisano Rafael Simón Jiménez. Dos años después registra en su diario, escudándose en citas del Che y de Bolívar, que ya se ve predestinado a una misión histórica, aunque reconoce que «todavía no hay condiciones» para el fuego porque «la leña está mojada».
Poco después forma su primer núcleo conspirativo (Ejército de Liberación del Pueblo) con Jesús Urdaneta, compañero de promoción, y otros dos amigos, y se reúne con los dirigentes de la filocomunista Causa R, Alfredo Maneiro y Pablo Medina. Tenía sólo 23 años, acababa de casarse con Nancy Colmenares y de ser padre (tuvo cuatro hijos reconocidos de sus dos matrimonios), y ya comenzaba a llevar una doble vida: obediente ante sus superiores y conspirador de izquierda en la clandestinidad, atento padre de familia los pocos días que pasaba con ella y mujeriego impenitente el resto del tiempo.
Se suceden los ascensos y los destinos, conoce a oficiales con sueños parecidos a los suyos como Francisco Arias y William Izarra, el núcleo inicial se transforma en 1982 o 1983 en el Ejército Bolivariano, siempre empujado por su hermano Adán estrecha lazos con el Partido de la Revolución Venezolana de Douglas Bravo y utiliza sus clases de Historia Militar en la academia para hacer proselitismo, con actos de juramentación dignos de las mejores logias.
La segunda victoria de CAP, en 1989, los duros ajustes, los saqueos y la represión militar sorprenden a Chávez, ya comandante, como ayudante del general Rodríguez Ochoa, ministro de Defensa, en el Palacio de Miraflores. ‘El caracazo’, como se conoce a aquellos gravísimos disturbios, refuerza el prestigio de los golpistas, conocidos como los ‘comacates’ en las Fuerzas Armadas.
La leña casi estaba seca. Las condiciones para el golpe, maduras. Pero la inteligencia, tanto la militar como la civil, no hacía nada por desmontar las conspiraciones, tal vez asumidas como rutina en un país que, en el siglo XIX, había sufrido 166 levantamientos armados, 39 de ellos revoluciones de importancia, y en el siglo XX, hasta ese momento, 5 golpes exitosos y 8 fallidos. En espera del momento propicio, hace el curso de Estado Mayor, que aprobó por los pelos, y un doctorado, con una tesis sobre la Transición política española, que nunca llegó a terminar.
Tras varios aplazamientos, Chávez da la señal para el alzamiento la noche del 3 al 4 de febrero de 1992, pero el viejo zorro CAP no es capturado, los golpistas no logran controlar el palacio presidencial ni la televisión, y los sublevados acaban en la cárcel: 5 tenientes coroneles, 14 comandantes, 54 capitanes, 67 subtenientes, 65 suboficiales, 101 sargentos de tropa y 2.056 soldados de 10 batallones, alrededor del 10 por ciento del total de las Fuerzas Armadas. Un momento decisivo, probablemente el que lo catapulta como futuro presidente, tiene lugar a las diez y media de la mañana de aquel 4 de febrero, cuando el ministro Ochoa permite que Chávez, nada más rendirse, pida por televisión a sus compadres que entreguen las armas. En directo y sin editar.
Las 169 palabras que, en poco más de un minuto, pronunció («Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela (…) Por ahora los objetivos no fueron logrados (…) Yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar…») son un continuará y, a la vez, una amenaza que, en seis años, se harán realidad, aunque en las urnas. ¿Es normal que aquella misma noche, antes de enviarlo a la cárcel, Ochoa lo invite a cenar a solas y le preste el teléfono para hablar con su amante y compañera de conspiración durante muchos años, Herma Marksman? ¿Fue casualidad que los 30 años de pena por rebelión militar se redujeran a dos años de un internamiento relativamente suave, bien aprovechado para convertirse en símbolo de miles de venezolanos que hacían colas en las prisiones, primero de San Carlos y luego de Yare, para que les firmase autógrafos?
Nadie ha explicado claramente por qué el presidente Rafael Caldera, en vez de indultarlo, lo que le hubiera inhabilitado políticamente, optó por el sobreseimiento de su caso, dejándole abierta la puerta de Miraflores. ¿Por interés nacional, como ha dicho Caldera, o por miedo a la popularidad que Chávez había conseguido? «Me ponían velas al lado de Bolívar y el pueblo hasta inventó una oración: Chávez nuestro que estás en la cárcel, santificado sea tu nombre», confesaba el propio Chávez en 2002. «¿Cómo luchar contra aquello?». Lo aprovechó al máximo.
Salió de la cárcel un hombre nuevo, rompió con su esposa y con su amante, en 1997 se casó de nuevo, se paseó por las redacciones para ganar apoyos, recorrió pueblos y ciudades en busca de votos y, siguiendo los consejos de nuevos amigos, como el veterano izquierdista Luis Miquilena (futuro ministro del Interior) y el prestigioso periodista José Vicente Rangel (futuro vicepresidente y ministro de Exteriores), organizó el asalto definitivo al poder, esta vez pacífico, en las elecciones del 99 con un movimiento renovado, el Polo Patriótico.
Con el billón largo de dólares que administró desde su primera victoria en las urnas, Chávez intentó construir una sociedad nueva, independiente, igualitaria, respetada, influyente internacionalmente y justa, pero los resultados dejan mucho que desear. Aunque en el Latinobarómetro de los últimos años Venezuela aparece como el segundo país más democrático de Latinoamérica, hasta el propio Chávez reconoció en sus discursos el aumento de la inseguridad (casi 50 homicidios por cien mil habitantes), la grave escasez de alimentos (importa casi el 70 por ciento), la falta de planificación, el lamentable estado de las cárceles, la impunidad, la corrupción (el décimo país más corrupto del mundo en el informe de Transparencia Internacional de 2011), la elevada inflación (por encima del 25 por ciento en el último año, la más alta del continente) y la rampante burocracia.
Lo que para Chávez fueron grandes éxitos —una revolución pacífica, el aumento de los gastos sociales en una democracia ‘participatoria’, las llamadas ‘misiones’ y gran influencia en el mundo— han quedado oscurecidos por la profunda polarización del país, la persecución de los adversarios y disidentes políticos, el cierre de medios de comunicación críticos, la financiación de los partidos y regímenes más antiamericanos dentro y fuera de las Américas, como el cubano y el nicaragüense, el nombramiento de conmilitones golpistas en puestos de responsabilidad, un sistema igual o más clientelar que el de sus antecesores y la militarización del país.
En los últimos cinco años compró tanques, misiles, sistemas de defensa antiaérea y armas ligeras a Rusia por unos 11.000 millones de dólares. Esas y otras inversiones militares, como los ocho buques comprados a España, las justificó para garantizar la soberanía del país y la defensa de sus reservas de petróleo, elevadas por sus asesores a 300.000 millones de barriles tras los últimos descubrimientos en la Faja del Orinoco. Nacionalizó sectores estratégicos como el eléctrico y el energético, y algunos bancos como el del Santander, confiscó docenas de fincas, insultó constantemente a los dirigentes estadounidenses, sobre todo a George Bush, y saturó sus intervenciones (numerosas e interminables en programas semanales radiotelevisados como ‘Aló, Presidente’ de hasta 7 horas y media seguidas) de soflamas contra el imperialismo yanqui, pero se cuidó mucho de no tocar ningún vínculo comercial sustancial con los EEUU. Bush le respondió; Obama primero le tendió la mano y, ante el nulo resultado, optó por guardar silencio.
Impulsó una alianza bolivariana continental, ALBA, frente a la Cumbre de las Américas estadounidense, sustituyó a Rusia en 2000 como principal valedor de la dictadura cubana con más de 50.000 barriles de petróleo diarios a cambio de cooperantes cubanos, dio cobijo a las FARC y a etarras, apoyó a Irak, Irán, Libia y Siria en sus enfrentamientos con Occidente, y buscó activamente la ayuda de China y Vietnam para compensar su aislamiento.
Tras el golpe fallido de abril de 2002 estrechó relaciones con La Habana y, siguiendo los consejos de los Castro, abrió docenas de centros comunitarios, cooperativas, clínicas y escuelas rurales, regándolos de generosas subvenciones. Así se aseguró el apoyo masivo del voto rural en las sucesivas votaciones (15 desde 1999 hasta abril de 2012, incluyendo los referendos) y la victoria en todas ellas, salvo en el referéndum constitucional de diciembre de 2007, que perdió por unos 120.000 votos.
No pudo proclamar el triunfo definitivo de su «socialismo del siglo XXI» en la nueva Constitución, pero, mediante decretos leyes, fue introduciendo las principales reformas gracias a la mayoría absoluta que tenía en la Asamblea Nacional y al control que ejercía sobre los tribunales, la fiscalía y otras instituciones relevantes.
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Eduardo López Sandoval llanerodigitalcalabozo@gmail.com
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2 comentarios:

  1. Despues de leer esto, solo puedo opinar que no hay ser humano perfecto, y aquel que trata de hacer el bien siempre es juzgado y condenado por la lengua de un pueblo.... pero nadie ha tenido los cojones para en "vez de criticar empezar a hacer".... y como dijo un célebre llanero: "Es facil ver los toros desde la talanquera".... "Quien tenga cerebro que entienda.." Luis Ochoa

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