domingo, 24 de marzo de 2013

CLODOVALDO HERNÁNDEZ, LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN UNIDIRECCIONAL. LOS MEDIOS HABLAN Y EL PUEBLO SE CALLA

"Seamos serios, serísimos, pero de verdad: ¿si alguien festeja la muerte ajena, puede exigir algún tipo de comedimiento en las reacciones de los deudos, que en este caso son millones?"
Siento una periodística (es decir, una parcialmente morbosa) curiosidad por saber qué dicen los correos electrónicos, mensajes de texto y pines que reciben los periodistas, editorialistas, humoristas, caricaturistas, articulistas, blogueros y tuiteros opositores, merced a los cuales se califican a sí mismos –y mutuamente- como perseguidos, hostigados, acosados y amenazados. Pobrecitos.
Supongo que han de ser cosas verdaderamente graves las que les dicen. No creo que ninguno de ellos se moleste en armar un escandalete (como dice la semi-oligarca Ña Magda) por una ramplona mentada de madre ni por la clásica maldición del burro negro. Me imagino que deben ser insultos e invectivas mucho más atemorizantes. Son gente seria (serísima) y no cabe suponer que vayan a ir a quejarse con la doctora Luisa Ortega o a armar llantinas en Globovisión solo para salir en sus propios medios en plan de víctimas. No les hace falta.
Tanto como conocer el contenido de esos mensajes me intriga el saber cuál es la idea que estas personas tienen acerca de la libertad de expresión. Todo parece indicar que en su concepto, esa libertad debe ser unidireccional, privilegio de unos pocos (de ellos, por supuesto, faltaría más). Es decir, yo como dueño de un medio, articulista o caricaturista tengo derecho a expresar lo que me venga en gana y cuando me venga en gana, pero quienes reciben ese mensaje y estén en desacuerdo están obligados a tragarse sus opiniones sobre lo que han captado para no menoscabar la libertad de los emisores. Así más o menos parece que funciona la cuestión en estos cerebros iluminados. ¡Qué manguangua!
Pongamos un ejemplo. Al día siguiente del fallecimiento del presidente Chávez, apareció una caricatura sin palabras de un rey de ajedrez rojo, caído sobre el tablero. Un grito de jaque mate, pues, en la sección del periódico dedicada al qué-risa-me-da.
En estricto ejercicio de la libertad de pensamiento y de expresión que nos ampara a todos, hay que admitir que la autora de esta caricatura estaba en su derecho de expresar así lo que sintió frente a la muerte del Comandante. Hay que admitirlo, aunque uno, por dentro, se reviente de la indignación. En eso consiste esta libertad, ¿o no?
De acuerdo, pero aquí vamos a la otra parte de la libertad de expresión, que es el derecho de quienes leen, escuchan o ven lo expresado por otros, a opinar acerca de ese mensaje. En esa parte de la libertad no parecen creer quienes más la cacarean a diario. Sigamos con el ejemplo: ¿tiene o no derecho alguien -cualquier persona de este pueblo herido- luego de mirar esa caricatura, a soltar una barbaridad como, por decir algo, desearle a la persona que la hizo el mismo jaque mate para ella o para alguien de sus familia?
Seamos serios, serísimos, pero de verdad: ¿si alguien festeja la muerte ajena, puede exigir algún tipo de comedimiento en las reacciones de los deudos, que en este caso son millones?
Unos días después, el editorial de un diario que alguna vez fue ejemplo de excelencia periodística abordó nuevamente el sensible tema de la enfermedad grave de una figura de nuestra escena política. De una manera torva y vil le auguraron una pronta muerte a la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena. Esta vez ni siquiera se puede esgrimir el atenuante del humor, que pudiera emplearse en el caso de la caricatura, pues el editorial se presume que es la parte más seria de un diario (aunque algunos ya no tienen partes serias, dicho sea de paso). ¿Qué se puede hacer ante una ignominia tan descarada? Nada. Como gente respetuosa de la libertad de expresión, hay que aceptar que no se puede ni se debe evitar que se emitan hasta las más siniestras y desalmadas opiniones.
Pero, entonces, volvemos a lo anterior, a la otra dirección de la calle de doble vía que debe ser la libertad de expresión en una democracia verdadera. Y la nuestra lo es. La gente que se siente lacerada por semejante infamia sale a gritarle “¡ojalá te mueras, desgraciado!” al dueño del medio (criatura responsable del editorial), en ejercicio claro de su derecho a opinar y de la reciprocidad que casi siempre es un parámetro justo.
Y es aquí donde viene la lloradera y la victimización. Según los autores de las ominosas piezas periodísticas, las respuestas de la gente no cuentan como libertad de expresión. Por el contrario, son ataques a la de ellos que los convierten en perseguidos, amenazados, hostigados, insultados, acosados. ¿Usted qué opina?

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1 comentario:

  1. Se trata de una hegemonía comunicacional, amezante de los medios no oficiales y oficiosos a través de 6 plantas oficiales televisoras nacionales, 1 continental y 36 regionales, 2 periódicos nacionales y varios regionales, más de 200 emisoras de radio, todos sufragados por fondos públicos. Este bombardeo propagandístico oficialista manipula los hechos, culpando al imperio y a los 40 años anteriores de los problemas del país como si estuvieran empezando como gobierno

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