"Lo que no suelen advertir los chavistas es que la época de Chávez se fue para siempre"
Hacia finales de 1935 había una preocupación
en las élites nacionales y era si el general Juan Vicente Gómez había orinado
exitosamente o no. Las noticias eran confusas pero la atención hacia el miembro
fundamental del régimen era generalizada. Al fin el hombre murió y -al decir de
Ramón J. Velásquez- los viejos políticos que Gómez había desplazado se
aprestaban a rebuscar sus olvidados baúles para sacar los pumpás y paltó
levitas, y reasumir el mando. Ilusión fugaz. En la calle la generación del 28
se aprestaba a protagonizar la historia. El tiempo de Rómulo Betancourt, Jóvito
Villalba, Joaquín Gabaldón Márquez, Inocente Palacios, Miguel Otero Silva, y
tantos otros, había llegado. Los doctores y generales del siglo XIX se quedaron
con los pumpás puestos. Tardó 10 años en completarse la transición. ¿Pudo haber
sido al final tranquila y evolutiva? ¿Tuvo que ser violenta con el golpe de
1945 y la revolución subsiguiente? Nadie lo sabe. Sólo se sabe lo que ocurrió.
Entonces vino el fundamentalismo adeco con transformaciones populares que
cambiaron la faz del país para siempre. El siglo XX se instaló, siguió con
Pérez Jiménez, y más adelante otra vez con los adecos al mando y en una amplia
alianza se construiría el país moderno del resto del siglo.
AD protagonizó el quiebre histórico de 1945
al lado de los militares. Eran también etapas cívico-militares que hicieron de
Venezuela un país avanzado y de avanzada. Sólo que el sectarismo, la
incomprensión de los procesos que AD había abierto, las disputas internas y la
política tumultuaria crearon las bases para la interrupción del proceso. Los
militares, más ávidos de poder que de historia, derrocaron a Rómulo Gallegos.
Después de 1958 se abrió otra época comprensiva y plural.
Esta última concluyó en 1999. El papel
rupturista que los adecos cumplieron en el trienio 1945-1948 lo cumplió Chávez
entre 1999 y 2012. Así como Gómez no volvió, el país de los 40 años recientes
tampoco volverá. Nada se hace con la nostalgia de las cosas buenas que hubo y
el desarrollo alcanzado; lo cierto es que el país cambió radicalmente y el que
fue no volverá. Tienen razón los chavistas cuando dicen que ese tiempo
desapareció para siempre. El chavismo ha creado otra realidad que se convierte
en el punto de partida de lo que vendrá.
Lo que no suelen advertir los chavistas es
que la época de Chávez también se fue para siempre. Es cierto que la batalla
entre Chávez y las fuerzas democráticas durante 14 años la ganó Chávez. Como
Gómez desde su agonía, se fue victorioso desde el poder. Pero así como el
posgomecismo fue otra melodía, inexorablemente lo será el poschavismo.
Nicolás Maduro no es Eleazar López Contreras pero se parece en que es el sucesor escogido. Tampoco Maduro es Chávez; el chavismo de Chávez se evaporó para siempre. Lo que era la Venezuela del Comandante no volverá a ser aunque sigan por un tiempo los administradores y herederos. López Contreras jugó inicialmente a la represión pero el país que se abrió pasó se volvió incontenible en los moldes del posgomecismo. El trámite para una nueva realidad democratizadora irrumpió; el general Isaías Medina Angarita tuvo la amplitud de espíritu para la apertura democrática, y aunque no fue suficiente, la inició.
LA HERENCIA DE CHÁVEZ.
Hay una realidad que
han comprobado investigadores, analistas, científicos atómicos, buhoneros y
juglares: el camarada Nicolás Maduro no es Hugo Chávez. No se trata de
cualidades personales que cada cual puede juzgar (por cierto, subestimar a
Maduro es grave error) sino de momentos históricos. No es lo mismo encabezar
una ruptura y realizarla que recibir su administración. No es lo mismo el cura
que el monaguillo.
Maduro ha mostrado en 100 días que pretende
ser como Chávez. Sin embargo, éstos son fuegos artificiales con dos propósitos.
Uno, el de competir con sus adversarios internos al procurar demostrar que
puede ser tan radical y despiadado como su jefe. El otro es polarizar el país
hasta los extremos con fines electorales inmediatos. Pero Maduro no es Chávez.
Un eventual gobierno de Maduro tiene desafíos
que no puede obviar ni que quiera. Tendría que intentar ser presidente y no
parte de una junta cuyos integrantes poseen derecho a veto. Nadie puede
imaginárselo hoy ordenando, como Chávez, que Diosdado se vaya a Monagas, que
Rafael Ramírez renuncie, que se vaya el impresentable Ministro de la Defensa
por los reclamos de los generales hartos, que se someta a investigación a algún
prócer oficial de las centenas de denuncias pendientes en la Contraloría. Pero
tendrá que hacerlo si se queda con el cargo. "La patada histórica" es
condición ineludible para los sucesores precarios.
Por si fuera poco concurre una situación
económica, financiera y social muy compleja. La ajada y marchita piel de la
revolución puede estirarse pero en algún momento próximo hay que introducir
políticas alternativas; si Maduro las intentara en forma aislada su base
interna se resquebrajaría haciéndolas imposibles y si se alía con sectores
"del enemigo" su base también se resquebrajaría. Si no hace nada el
que se resquebraja es él.
Ay Nicolás, el poder te ha atrapado: o corres
o te encaramas. Hasta decisiones nimias cómo si vas a vivir en La Casona se
convierten en símbolos poderosos de lo que eres, podrías ser o serás.
OTRO PAÍS.
Así como no volvió el gomecismo
después de Gómez, así como no volvió ni volverá el mismo sistema político
expresado en el Pacto de Punto Fijo, tampoco volverá el chavismo de Chávez.
Cada época sucesiva después de sus momentos de fundamentalismo (el de ahora ha
durado ¡14 años!) trae luego amalgamas.
Si gana la oposición democrática la mezcla
sería rápida y evidente; si gana el gobierno la ruta sería demorada y tortuosa.
Sin duda llega una nueva época que brotará en medio de la confusión funeraria
actual, la campaña sobrevenida y la desesperación que invade a generales,
magistrados, policías y ministros por demostrar su fidelidad al líder ido.
Surge una mezcla en la que, por ahora, el rojo matiza el verde y lo convierte
en marrón, el blanco en rosado, el azul en morado y el amarillo en anaranjado.
No es que unos se "vendan" o pacten o "colaboren" que de
todo se encuentra en el conuco del Señor. No. Es que hay nuevos actores en el
marco de una sociedad sin ley. Existe un Estado derrumbado y sus restos lo
controlan mafias sobrevenidas. Subsiste una deriva anárquica que se gobierna en
su locura y desatino.
Ni ellos serán lo que eran cuando estaba
Chávez y los demás ya no somos tampoco lo que éramos. Para entenderlo basta ver
a atildados dirigentes opositores de otros tiempos con una jerga pública de
botiquín. Para percibirlo basta ver cómo el odio y la intolerancia han
cincelado una parte sustantiva del alma de la sociedad.
www.tiempodepalabra.com
Twitter @carlosblancog
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