CANDIDATO
ENCARGADO
Ganarle
a Nicolás Maduro no es fácil. Su campaña comenzó el día del último discurso de
Chávez, tres meses antes del anuncio del fallecimiento presidencial. El
Tribunal Supremo ha hecho dos veces Presidente a Maduro, el 10 de enero y el 8
de marzo, lo que significa asignarle una calidad institucional que le hace
competir con ventajas inimaginables, además de una faltriquera de recursos
menos imaginable. Como diría la jurista del proceso y del horror, Luisa Estella
Morales: "No podemos seguir pensando en una división de poderes porque eso
es un principio que debilita al Estado". El evangelio Morales está en
plena ejecución cuando los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral
y Ciudadano se encuentran mascando a dos carrillos para volver papilla todo
vestigio de institucionalidad democrática y servir al propósito de elegir
presidente al candidato preferido por Chávez y por el TSJ. La decisión de
convertir al candidato del gobierno en Presidente para que con todos los
recursos del Estado y mediante "cadena perpetua" (María Corina dixit)
gane sin contestación, es una decisión que vicia de ilegitimidad de origen su
posible elección. No huelga repetir que Maduro es Presidente sin un voto y es
Presidente con esa pequeña "ayudaíta" del TSJ. Dispare primero y
averigüe después: Presidente primero y los votos después.
En
ese propósito están unificados los grupos que fragmentan el régimen. Como se
sabe allí están la izquierda procubana, el sector militar relativamente
nacionalista, la mafia petrolera, la alta burocracia pública, los gobernadores
del chavismo y la entusiasta boliburguesía. Todos se han acordado
provisionalmente, de grado o por fuerza, para mantener el tinglado, porque se
entiende que a todos interesa conservar el control. Hasta nuevo aviso han
aplazado el cobro de facturas y la lucha por poder, aunque ya nadie se cuida de
expresar sus críticas al sobrevenido Presidente.
Frente
a esta situación de brutal ventajismo, ¿podría la oposición plantearse siquiera
la victoria electoral?
BREVE
EXCURSIÓN SOBRE TEMAS INHÓSPITOS.
En
situaciones turbulentas, como suelen decir en el bufete del diablo sus más
destacados abogados, todo es posible. Alberto Fujimori, que en 1990 no tenía la
fama de bandidín como ocurrió después, ganó la presidencia peruana con una
combinación de sorpresas electorales y arreglos institucionales. Beppe Grillo,
audaz payaso, se ha convertido sorpresivamente a punta de votos en figura
definitoria de la política italiana. Chávez emergió desde la prisión y un
escuálido 2% en las encuestas a ser el candidato más votado en 1999. Todo es
posible; aun lo que no parece probable. Sin embargo, no es responsable
pronosticar una victoria de Henrique Capriles hoy, incluso si se tienen en
cuenta las sorpresas que da la historia.
Si
la probabilidad electoral de Capriles es baja, ¿qué sentido tendría su
participación electoral? Habría que decir que esta candidatura era inevitable.
Aunque se barajaron otros nombres que parecían viables ni la oposición tenía
opción ni Capriles tampoco. La abstención, que es otra salida, ha sido
desterrada por las fuerzas democráticas y ante esa posibilidad retrocede como
Satanás ante la cruz; en esta circunstancia tampoco parece ser salida
aconsejable. Así es que la oposición está condenada a participar en las elecciones
que se sabía iban a ser convocadas. Nadie podía repicar muy duro con el tema
porque equivalía a anunciar la falta absoluta de Chávez, es decir, su muerte,
mientras los voceros oficiales anunciaban su "recuperación".
Hay
elecciones "milimétricamente programadas" desde el gobierno y que
toman a la oposición, no por sorpresa pero sí con limitaciones políticas,
financieras y organizacionales muy elevadas. ¿Tiene sentido participar?
¿DERROTA
ELECTORAL Y VICTORIA POLÍTICA?.
Desde
esta esquina se piensa que se puede participar y obtener victorias. Puede haber
una derrota electoral y una victoria política. La derrota electoral puede venir
del ventajismo total existente, aún mayor que con Chávez. El extinto Presidente
tenía un margen de apoyo popular indudable que aunque variable era suyo. Maduro
no. Maduro quiere ser, parecer, camuflarse como Chávez, pero siempre se le ve
el bigote.
Por
eso, pelo a pelo, el avasallamiento institucional es más despiadado que cuando
existía el Comandante. El lamentable Ministro de la Defensa puede ser la más
grotesca expresión del fraude institucional pero no es la única ni la más
grave.
Ante
esta situación, ¿es posible alguna opción? Recuérdese el 7 de octubre de 2012
cuando una entusiasta oposición terminó desmoralizada y dispersa por los
errores del candidato y de los dirigentes, lo que se expresó el 16 de diciembre
en las elecciones de gobernadores, temas todos recogidos en el Informe
Hospedales que al parecer pasó a la clandestinidad. El error no fue la derrota
-al fin y al cabo es el riesgo de todo combate- sino la forma en la que se
llegó a ella y se le trató luego. Hoy la situación es distinta.
Capriles
puede encabezar una victoria política hoy aun si no lo acompaña una victoria
electoral en la medida en que aglutine las fuerzas democráticas dispersas,
encabece la batalla y procure conservar esas fuerzas intactas para el fandango
que vendrá más adelante cuando se asienten los polvos de la barahúnda funeraria
y de las elecciones. Para lograr este propósito, Capriles cuenta con varios
activos y necesita otros. El primero es que el candidato opositor adoptó en las
declaraciones iniciales una postura política de quien quema las naves en una
faena en la que empeña su destino. Trazó un límite a partir del cual plantea no
dar cuartel al adversario, condición indispensable para asumir los grandes
retos; aunque luego retrocedió en forma importante con excusas innecesarias si
en realidad pensaba que no había ofendido y al no haber acudido al CNE por las
amenazas del oficialismo. El segundo activo es que Capriles ha reconocido que
se equivocó en la anterior campaña y ha ofrecido excusas y amplitud real; esto
debería traducirse en la incorporación de los excluidos en su anterior campaña
lo cual hasta este momento no ha ocurrido. Tercero, a los jefes del gobierno el
candidato opositor podría salírseles del esquema: querrían que se limitara a
ofrecer casas y bacheo pero sin abordar los temas cruciales que plantea una
dictadura posmoderna.
Todavía
hay un tema pendiente: las condiciones electorales. El Gobierno quiere derrotar
a las fuerzas democráticas y procura disminuir su porcentaje con respecto al
7-O.
Por
esa razón se hace indispensable que Capriles se libere de las tonteras que le
susurran quienes dicen que "no hay tiempo" para luchar por las
condiciones electorales, porque la sola lucha por este objetivo tiene capacidad
retadora e inspiradora. Lo menos que lograría es mostrar ante el mundo el
fraude institucional que ya ha denunciado.
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