El actual régimen pretende actuar a la sombra de la mezcla totalitaria de ideología y terror.
Napoleón decía que “nada va bien en un
sistema político en el que las palabras contradicen los hechos”. Aunque
pareciera que lo peor puede ocurrir cuando esas palabras rebasan la conciencia
de quienes abusando de la condición de dirigentes políticos, convierten el
discurso en una iracunda retórica con el sólo propósito de incitar actitudes
radicales.
Actitudes que se cruzan con la creencia de un sistema de verdades
que una vez aceptadas, no reconocen discusión alguna puesto que presumen de una
certeza o infalibilidad plena. En medio de tan absurdas convicciones,
indudablemente cargadas de un atiborrado dogmatismo, lucen posturas sectarias
mediante las cuales se exacerba la parcialidad con los seguidores y se enciende
el odio hacia los no creyentes frente al juego de ideas esgrimidas como razones
únicas.
En el fragor de tales realidades, es donde se
forja el totalitarismo como ámbito de lo que se conoce como Estado fascista o
aquel Estado que condena las libertades, hostiga los derechos y niega los
valores fundamentales del hombre. Precisamente, esta situación subsiste cuando se alardean conjeturas que intentan
hacerse pasar por verdades que a la fuerza, buscan trasladarse a la política.
La situación que vive Venezuela roza con
estas condiciones que además de dirigirse a aniquilar las capacidades políticas
del venezolano aislándolo del ámbito en el cual desarrolla su ideario político,
tienden también a desmantelar instituciones y agrupaciones que suscriben sus
praxis a postulados no alineados con el pensamiento único bajo el cual el
actual régimen pretende actuar a la sombra de la mezcla totalitaria de
ideología y terror.
Pasada la defunción del presidente Hugo
Chávez, el país no dejó de seguir atrapado en la urdimbre de los desmanes y
extravagancias acostumbradas en nombre de una revolución más de aparatos
burocráticos, que de paradigmas políticos. O peor aún ya que la pesadez de los
hechos económicos, políticos y sociales se exacerbaron a tal punto, que la
crisis de Estado no sólo se ha acentuado. Al mismo tiempo, se ha agravado al
extremo que justifica hablarse de una crisis de la idea de revolución. De esta
manera, se impulsaría la necesidad de someter tan drásticos procesos a
controles más restrictivos que apareen lo social con lo económico. Ligazón ésta
determinada por la naturaleza de la política como condición y necesidad por la
cual podrían evitarse problemas incitados
por una población cuya desviada aprehensión por una ideología fundamentada en
el culto del jefe, la eliminación de la oposición mediante la violencia
terrorista y el uso de aparatos de propaganda fundados en el control de la
información y de los medios libres de comunicación de masas, induce a que sus
seguidores más sectarios actúen bajo una obediencia ciega o ignorancia extrema.
VENTANA DE PAPEL
UNA SEMANA SANTAMENTE POLITIZADA
Sin duda, la Semana Santa tiene un
significado especial para los cristianos católicos practicantes y fervorosos.
Particularmente, son tres días dedicados a agradecer las maravillas que el
Señor sigue realizando en beneficio de toda la humanidad. Sin embargo esta
Semana Santa 2013, no fue exaltada como debió ser toda vez que fueron días para
estar en comunión con la Iglesia. Los avatares de una política insensatamente
expuesta, gracias al desarrollo del proceso electoral que vive el país de cara
a las extemporáneas elecciones presidenciales fijada para el 14 Abril, convirtieron
esos días en excusas para atropellar el Santo Triduo Pascual en el que se
conmemora la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús.
El comienzo de la Semana Santa fue
aprovechada irrespetuosamente para que Nicolás Maduro se declarara “apóstol del
fallecido Presidente Chávez a quien, inapropiadamente, calificó como el “Cristo
redentor de los pobres de América”. Más aún, vecinos fanáticos del 23 de Enero,
en Caracas, inauguraron una capilla con el nombre de “Santo Hugo Chávez del 23”
lugar éste por el cual comenzaron a desfilar idólatras a pedirle favores y
ofrecerle ofrendas. Han desconocido las palabras del Cardenal Jorge Urosa quien
dijo que “no se puede igualar a Jesucristo con ningún gobernante ni persona por
más amor que se le profese”.
Aunque ha sido oportuno salirle al paso a
tanta manipulación en la que algunas veces ha caído la propia Iglesia Católica,
propasándose de ritualista apoyada en la exaltación de emociones populares. Y
es acá donde regímenes oprobiosos como el venezolano, consiguen el “caldo de
cultivo” necesario para encumbrar sus líderes y sembrar su ideología. Por todo
cuanto se vio, esta fue una Semana Santa politizada.
AL TÉRMINO “PATRIA” LO VULGARIZARON
Toda pretensión totalitaria, toda intención
fascista, cualquier idea intransigente, necesita no sólo de un vocabulario
adaptado a sus intereses. También requiere de frases, líderes, criterios,
estratagemas y hasta una manipulada religiosidad a partir de las cuales se
sirven sus conductores para macerar la intelectualidad para convertirla en
inteligencia amorfa y sumisa que pueda plegarse a las circunstancias
determinadas por una cúpula política.
El término “patria” ha sido uno de esos
conceptos utilizados con el propósito de adecuar el pensamiento del colectivo a
las necedades del único líder cuyo ideario buscan encumbrarlo por encima de
cualquier propuesta o idea vecina. Por miedo, precisamente, a ser
descubierta la tramoya edificada en pro
del proyecto político ofertado con el apoyo ideológico de toda una serie de
argumentos muchos de los cuales lucen fetichistas.
El concepto de “patria” ha sido uno de
tantos, al lado por ejemplo, del de “socialismo”, “hombre nuevo”, entre otros.
Pero este de “patria” se muestra lejano de lo que políticamente refiere.
Quienes así lo pretenden, se valen de un nacionalismo engañoso para inocular un
sentido que supera la realidad y por cuya razón, hacen creer que “patria” es
sinónimo de “gobierno revolucionario” cuando ésta realmente evoca libertades.
No sumisión, como la que cabe bajo el tan cacareado lema de “rodilla en tierra”
el cual revela un nivel de subordinación irracional al que debe someterse todo
adepto al proceso revolucionario.
La patria no es el suelo, ni tampoco el lugar
en que se nace. La patria es el cúmulo de sentimientos que ocupa la amistad,
los valores morales, las esperanzas, el bienestar personal y familiar y hasta
la vida misma. Ersamo de Rotterdam, humanista neerlandés, dijo que “para el
hombre dichoso, todos los países son su patria”. O como expresara el escritor y
político francés Alphonse de Lamartine: “solo el egoísmo tiene patria. ¡La
fraternidad no la tiene!” Y pensar que en Venezuela, al término “patria” lo
vulgarizaron.
antoniomonagas@gmail.com
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