sábado, 9 de febrero de 2013

PEDRO RAÚL VILLASMIL SOULÉS, VENEZUELA: PUEBLO ENFERMO

Muchos  son los analistas que han buscado y  buscan darle una explicación al grave desajuste y al  malestar social y  político  que a lo largo de tantos años  ha padecido el pueblo de Venezuela.  
A ese estado  de indigencia humana que lo ha llevado  “-pese a su historia portentosa  a ser un pueblo anti-histórico-“  esto  es, a  vivir  en  la periferia de   su  historia  impidiéndonos, así,  tener  conciencia  de nosotros mismos;  del  “nous,”   esa  parte   superior  del  alma  nacional  que es la  que nos ayuda  a superar el vacío  que llamó  Mario Briceño  Iragorry “las carencias  sociales de pueblo,”  por cuyo  padecimiento hemos devenido un  pueblo enfermo  donde  una  “democracia”   sustentada  en  el   idolátrico  culto   a   la personalidad no ha hecho de  Venezuela una verdadera comunidad,  una  nación capaz  de suministrarnos  a  los  venezolanos las  condiciones de existencia y desarrollo que requerimos para alcanzar una  vida plena y un pleno crecimiento; para llegar a cierto grado de elevación en el conocimiento y a un cierto grado  de perfección  en  la vida  moral. Por esta circunstancia es que nuestra “democracia” no ha salido de su nativa desnudez.  
Hemos  desarrollado, más  bien, una  tendencia compulsiva   hacia la    sumisión  y  la  dominación o,  si  se quiere  mejor, hacia  los impulsos  sádicos y  masoquistas. Y lejos de ser Venezuela “una categoría histórica –como lo afirma con verdadera lucidez el historiador trujillano- nuestro país no es más  que la  simple superposición  de  procesos tribales que nos han impedido obtener la densidad social  necesaria para el ascenso a nación.”
Con base en este panorama, han sido variados los  juicios y opiniones emitidos. Muchos  han coincidido en afirmar que entre las causas que privan para explicar esta decadencia  existencial del país se cuentan condiciones físicas y materiales, así como condiciones de orden espiritual, psíquicas y humanas. 
En cuanto a las primeras se señalan entre otras: la pobreza y la miseria; la marginalidad y la promiscuidad; la alimentación deficiente y defectuosa, falta de higiene y salubridad; atención médica precaria y defectuosa, exiguas políticas de seguridad social; el desempleo, la delincuencia; la infancia abandonada  y   la ancianidad desprotegida; la droga, la violencia, la corrupción, la delincuencia, la depravación carcelaria etc.   
En cuanto a las segundas: la profunda crisis de la familia y de la irreligiosidad; el descenso de una meritoria educación y de una elevada  cultura; la  pérdida de valores sustantivos y  del  civismo; la  desbordada anarquía  y  el  desorden; la desunión,  la discordia y  la  enemistad; el   odio,  la   afrenta y  el agravio;  el  altanero individualismo,  la   ausencia de solidaridad   y  de espíritu  comunitario; la  tendencia   marcada al  sometimiento, a  las  ordenes externas sobre   como  pensar  y    actuar;    el  gamonalismo, esto es, el abandono del ser-persona  para buscar encadenarse a    alguien (un caudillo, por ejemplo) y adquirir la fuerza de la que se carece a cambio de entregar la valiosa carga de la libertad. 
La  presencia  de  la primera causa que apunta porqué Venezuela es un país enfermo,   produce, concomitantemente, efectos negativos en  el  comportamiento  humano  que se expresa  en la  segunda.   En otras palabras, la  existencia en las personas y en las comunidades de semejantes estados físicos y espirituales y  en   condiciones    infrahumanas   que  acarrean malestar,  degradación física   y  moral,  son  motivos suficientes para generar en la gente  y  en  las sociedad  donde    habitamos  modos  de ser,  de vivir, de pensar, de  expresarnos,  y  de  comportarnos   que  no  se    puede   menos   que calificarla de  enferma.
   Por todo este  desvalimiento y  abandono en  que  vive la sociedad  venezolana, es la razón por la cual  no se ha dado ningunas ejemplaridad que es el único modo de crear una vida social democráticamente sana y humana. Para que esto tenga lugar, es indispensable que el venezolano adquiera conciencia  de su ser-persona y de su existencia metafísica. Necesita, sobre todo, solar íntegro y decente para plantarse y superar  “las carencias sociales de pueblo” que le hagan posible labrar una genuina fisonomía nacional.
   Ahora bien, para alcanzarla conviene precisar, frente a los errores que el individualismo del siglo  XIX  suscitó, que el ser humano no es producto de la sociedad como pretendía Durkheim. Y tampoco, parte de un colectivo (Estado-Partido) donde la persona –como lo plantea el marxismo y  el castro-chavismo-  tiene su residencia y dependencia sometida a un caudillo, a un autócrata que apelando a ese populismo simbiótico, castrador y rapaz,  busca obligar por las limosnas que provee a aceptar la sumisión y la dominación, prestándonos a admitir una dependencia  marcada  con respecto a Chávez, y a  declinar la autoafirmación; la voz de la conciencia para  no  hacer lo que  sentimos  sino   cumplir    las órdenes disparatadas del mandón. 
De esta manera, se pretende  obligarnos   a   menguar nuestra individualidad y su  diversidad  despojándonos de la singularidad en nombre de un bastardo “socialismo del siglo XXI”  que se intenta imponernos, con descaro, para obnubilarnos el pensamiento e incapacitarnos para aprehender los verdaderos problemas que aquejan al país.
   Con este fin, el régimen acude al uso abusivo de los medios y a una propaganda   enajenante, sin pudor ni decoro, a través de la cual  inculca en el pueblo el espíritu de facción, la división y el odio  para  atemorizar, amedrentar y sembrar el miedo del que se vale  para empecer la  justicia, la verdad y la libertad. 
Para hacerse de un grado de superioridad y reforzar su poder despótico apelando, muchas veces, a sentimientos impulsivos, sádicos y masoquistas que suelen otorgar   un temple de preeminencia para compensar el hecho de poseer una  condición social disminuida. Una manera de elevar el prestigio frente a los indigentes de alma y maravedí y para que estos, a su vez,  asuman su  auto negación e insignificancia alagados por el  aliciente de alcanzar el prestigio y el poder, del que carecen, a las ancas del caudillo que les  dice que son ellos los que valen y los que mandan. Este mecanismo, propio de los regímenes totalitarios resulta no menos que deprimente, sobre todo respecto al pueblo llano, a las masas. Se les repite, mediante esa propaganda despersonalizante, que individualmente no valen porque a esa condición los redujo   el capitalismo para poder explotarlos, que solamente el socialismo conduce al  reconocimiento verdadero del  hombre porque promueve  mediante la “revolución”  la  elevación y entrega del individuo al todo, es decir, al partido, al régimen, al gobernante. 
Irrespetar a los venezolanos, poniéndolos a merced de una maquinaria totalitaria  capaz  de hacer una suerte de transustanciación de los ciudadanos al autócrata al conjuro  de cínicas e impúdicas jaculatorias: “Chávez soy yo,” “Chávez eres tú”  “Chávez somos nosotros,”  es una aberración, porque se trata,  de un despojo de su condición humana a la que se le hurta su misión, su tratamiento, su elación y su decoro: así lo pedía Goedbbels “someter el yo al tú” desvalorizándolo.  Así mismo, y de paso, se desvaloriza, también,  a la sociedad que viene a ser como un asiento, un espacio, una extensión “un todo de todos,”  como la llama Maritain, donde fermenta la energía histórica de toda nación y de la cual las personas, miembros de ella, extraen  –no del gobierno, ni del partido, ni del caudillo- el nutrimiento espiritual esencial para poder vivir, crecer y ser. 
Es un agravio a la dignidad del ser humano, a sus potencialidades creativas, al “llamado a ser” que nos hace la vida cada  día;  es  injurioso ese atropello que significa castrarle al hombre la capacidad del yo individual para mantenerse solo y subsistir;  tener que pasar por  la humillación de transfundir su ser a las zarpas de un trabucaire, en lugar de alcanzar, con dignidad, una comunión solidaria con quienes compartimos y luchamos por los mismos ideales y valores nacionales.  Con nuestros Compatriotas, que por semejantes no son objeto de procuración sino de solicitud; de arbitrariedad sino de comprensión. Esto es lo que permite “el genuino ser con los demás” del  que hablaba Heidegger.
prvillasmils@hotmail.com

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