Muchos
son los analistas que han buscado y
buscan darle una explicación al grave desajuste y al malestar social y político
que a lo largo de tantos años ha
padecido el pueblo de Venezuela.
A ese
estado de indigencia humana que lo ha
llevado “-pese a su historia
portentosa a ser un pueblo
anti-histórico-“ esto es, a
vivir en la periferia de su
historia impidiéndonos, así, tener
conciencia de nosotros
mismos; del “nous,”
esa parte superior
del alma nacional
que es la que nos ayuda a superar el vacío que llamó
Mario Briceño Iragorry “las
carencias sociales de pueblo,” por cuyo
padecimiento hemos devenido un
pueblo enfermo donde una
“democracia” sustentada en
el idolátrico culto
a la personalidad no ha hecho
de Venezuela una verdadera
comunidad, una nación capaz
de suministrarnos a los
venezolanos las condiciones de
existencia y desarrollo que requerimos para alcanzar una vida plena y un pleno crecimiento; para
llegar a cierto grado de elevación en el conocimiento y a un cierto grado de perfección
en la vida moral. Por esta circunstancia es que nuestra
“democracia” no ha salido de su nativa desnudez.
Hemos
desarrollado, más bien, una tendencia compulsiva hacia la
sumisión y la
dominación o, si se quiere
mejor, hacia los impulsos sádicos y
masoquistas. Y lejos de ser Venezuela “una categoría histórica –como lo
afirma con verdadera lucidez el historiador trujillano- nuestro país no es
más que la simple superposición de
procesos tribales que nos han impedido obtener la densidad social necesaria para el ascenso a nación.”
Con base en este panorama, han sido variados
los juicios y opiniones emitidos.
Muchos han coincidido en afirmar que
entre las causas que privan para explicar esta decadencia existencial del país se cuentan condiciones
físicas y materiales, así como condiciones de orden espiritual, psíquicas y
humanas.
En cuanto a las primeras se señalan entre otras: la pobreza y la
miseria; la marginalidad y la promiscuidad; la alimentación deficiente y
defectuosa, falta de higiene y salubridad; atención médica precaria y
defectuosa, exiguas políticas de seguridad social; el desempleo, la
delincuencia; la infancia abandonada y la ancianidad desprotegida; la droga, la
violencia, la corrupción, la delincuencia, la depravación carcelaria etc.
En cuanto a las segundas: la profunda crisis
de la familia y de la irreligiosidad; el descenso de una meritoria educación y
de una elevada cultura; la pérdida de valores sustantivos y del
civismo; la desbordada
anarquía y el
desorden; la desunión, la discordia
y la
enemistad; el odio, la
afrenta y el agravio; el
altanero individualismo, la ausencia de solidaridad y de
espíritu comunitario; la tendencia
marcada al sometimiento, a las
ordenes externas sobre como pensar
y actuar; el
gamonalismo, esto es, el abandono del ser-persona para buscar encadenarse a alguien (un caudillo, por ejemplo) y
adquirir la fuerza de la que se carece a cambio de entregar la valiosa carga de
la libertad.
La presencia de la
primera causa que apunta porqué Venezuela es un país enfermo, produce, concomitantemente, efectos
negativos en el comportamiento humano
que se expresa en la segunda.
En otras palabras, la existencia
en las personas y en las comunidades de semejantes estados físicos y
espirituales y en condiciones infrahumanas que
acarrean malestar, degradación
física y moral,
son motivos suficientes para
generar en la gente y en las
sociedad donde habitamos
modos de ser, de vivir, de pensar, de expresarnos,
y de comportarnos
que no se
puede menos que calificarla de enferma.
Por
todo este desvalimiento y abandono en
que vive la sociedad venezolana, es la razón por la cual no se ha dado ningunas ejemplaridad que es el
único modo de crear una vida social democráticamente sana y humana. Para que
esto tenga lugar, es indispensable que el venezolano adquiera conciencia de su ser-persona y de su existencia
metafísica. Necesita, sobre todo, solar íntegro y decente para plantarse y
superar “las carencias sociales de
pueblo” que le hagan posible labrar una genuina fisonomía nacional.
Ahora bien, para alcanzarla conviene precisar, frente a los errores que
el individualismo del siglo XIX suscitó, que el ser humano no es producto de
la sociedad como pretendía Durkheim. Y tampoco, parte de un colectivo
(Estado-Partido) donde la persona –como lo plantea el marxismo y el castro-chavismo- tiene su residencia y dependencia sometida a
un caudillo, a un autócrata que apelando a ese populismo simbiótico, castrador
y rapaz, busca obligar por las limosnas
que provee a aceptar la sumisión y la dominación, prestándonos a admitir una
dependencia marcada con respecto a Chávez, y a declinar la autoafirmación; la voz de la
conciencia para no hacer lo que
sentimos sino cumplir
las órdenes disparatadas del mandón.
De esta manera, se pretende obligarnos
a menguar nuestra individualidad
y su diversidad despojándonos de la singularidad en nombre de
un bastardo “socialismo del siglo XXI”
que se intenta imponernos, con descaro, para obnubilarnos el pensamiento
e incapacitarnos para aprehender los verdaderos problemas que aquejan al país.
Con
este fin, el régimen acude al uso abusivo de los medios y a una propaganda enajenante, sin pudor ni decoro, a través de
la cual inculca en el pueblo el espíritu
de facción, la división y el odio
para atemorizar, amedrentar y
sembrar el miedo del que se vale para
empecer la justicia, la verdad y la
libertad.
Para hacerse de un grado de superioridad y reforzar su poder
despótico apelando, muchas veces, a sentimientos impulsivos, sádicos y
masoquistas que suelen otorgar un
temple de preeminencia para compensar el hecho de poseer una condición social disminuida. Una manera de
elevar el prestigio frente a los indigentes de alma y maravedí y para que
estos, a su vez, asuman su auto negación e insignificancia alagados por
el aliciente de alcanzar el prestigio y
el poder, del que carecen, a las ancas del caudillo que les dice que son ellos los que valen y los que
mandan. Este mecanismo, propio de los regímenes totalitarios resulta no menos
que deprimente, sobre todo respecto al pueblo llano, a las masas. Se les
repite, mediante esa propaganda despersonalizante, que individualmente no valen
porque a esa condición los redujo el
capitalismo para poder explotarlos, que solamente el socialismo conduce al reconocimiento verdadero del hombre porque promueve mediante la “revolución” la elevación
y entrega del individuo al todo, es decir, al partido, al régimen, al
gobernante.
Irrespetar a los venezolanos, poniéndolos a merced de una
maquinaria totalitaria capaz de hacer una suerte de transustanciación de
los ciudadanos al autócrata al conjuro
de cínicas e impúdicas jaculatorias: “Chávez soy yo,” “Chávez eres
tú” “Chávez somos nosotros,” es una aberración, porque se trata, de un despojo de su condición humana a la que
se le hurta su misión, su tratamiento, su elación y su decoro: así lo pedía
Goedbbels “someter el yo al tú” desvalorizándolo. Así mismo, y de paso, se desvaloriza,
también, a la sociedad que viene a ser
como un asiento, un espacio, una extensión “un todo de todos,” como la llama Maritain, donde fermenta la
energía histórica de toda nación y de la cual las personas, miembros de ella,
extraen –no del gobierno, ni del
partido, ni del caudillo- el nutrimiento espiritual esencial para poder vivir,
crecer y ser.
Es un agravio a la dignidad del ser humano, a sus potencialidades
creativas, al “llamado a ser” que nos hace la vida cada día;
es injurioso ese atropello que
significa castrarle al hombre la capacidad del yo individual para mantenerse
solo y subsistir; tener que pasar
por la humillación de transfundir su ser
a las zarpas de un trabucaire, en lugar de alcanzar, con dignidad, una comunión
solidaria con quienes compartimos y luchamos por los mismos ideales y valores
nacionales. Con nuestros Compatriotas,
que por semejantes no son objeto de procuración sino de solicitud; de
arbitrariedad sino de comprensión. Esto es lo que permite “el genuino ser con
los demás” del que hablaba Heidegger.
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