viernes, 1 de febrero de 2013

PEDRO RAÚL VILLASMIL SOULÉS, UNA ZARZUELA TRÁGICA

    Dice Ortega y Gasset,  que el poder creador de las naciones es un quid divino, un genio o talento tan peculiar como la poesía, la música y la invención religiosa. Puntualiza,  además,  que  pueblos torpes  para  fines intelectuales  lo poseen y en cambio pueblos inteligentes  como es,  por ejemplo, (y así lo ven mis ojos) el  de Venezuela,  carecen de esa dote. 
En cambio, si lo analizamos con un poco más de vuelo observaremos que a falta de aquella  los  venezolanos  poseen en  alto grado (basta comprobarlo a lo largo  de los años transcurridos después del Zumaque en 1914)  lo que yo llamaría, valiéndome de la expresión de Virgilio en  la Eneida: auri  sacra  fames  (sed insaciable de riqueza), un talento que quienes habitamos en esta "tierra de gracia"  hemos cultivado, no por cierto,  para forjar una gran sociedad inspirada en un proyecto histórico de vida en común,  capaz de mover voluntades dispersas  y dar unidad y trascendencia al esfuerzo solitario, sino  para concebir como política pública una suerte  de perversa  mecánica populista que solo ha servido para convertir a las personas en objetos, valga  decir,  en la negación de lo humano porque impide la toma de conciencia de si mismas al enajenarlas a intereses bastardos de los propios organÍsmos del estado, en lugar de utilizar estos para promover y apoyar la convivencia nacional comunitaria, menguando la mónada hermética  de los intereses individuales  e incentivar la sensibilidad en los seres al trabajo mancomunado, que eleve la necesidad histórica de la unión para que las personas puedan llegar a alcanzar su vida plena y su propio desarrollo.
En cuanto a  la misión a cumplir  por quienes conducen el Estado,   -siendo que el pueblo que lleva consigo, en potencia, "un querer saber  y un querer mandar,"  amén de un repertorio de pensamientos, ideas, aspiraciones, sueños y esperanzas-  han carecido de un proyecto racional de organización    suplido siempre por planes vagos que nunca han señalado  el camino para enfrentar nuestros verdaderos problemas pero que por sugestivos y halagosos han servido para manipularlo desarraigándolo  de todo  credo moral; para hacerlo  abandonar  los principios  de la razón  y llevarlo a  aceptar ofertas  fraudulentas  envenenadas  por la mentira  y la esterilidad como lo viene haciendo este gobierno con "el socialísmo del siglo XXI,"   mediante la talla de un lenguaje prosaico y ramplón, cuando no coprológico, hasta  llegar a  valerse,  inmoralmente, de argumentos  rabuléscos  para justificar interpretaciones a la Constitución con fines políticos,como lo hizo el TSJ a raíz de la ausencia del Presidente para tomar posesión de su cargo.  Son impostores y más que jueces  trepadores de tribunales dispuestos a venderse al mejor postor por la ambición desmedida de poder medrar del tesoro público. Además, no requieren mayores conocimientos jurídicos y menos honorabilidad: les basta una conciencia libre de escrúpulos, una acolchada amortiguación en las rodillas y mucha abyección para clavarlas, reptilmente, en la tierra.
Esto explica bien el porqué de esta zarzuela trágica,  que vivimos los venezolanos desde hace catorce años y el contrapunto febril que ha generado  la enfermedad del cacique, cuando  hemos visto descender a  Venezuela   del rango que ocupó en el conjunto de  las repúblicas latinoamericanas. La barbarie se ha puesto de manifiesto: violó la Constitución cuantas veces le ha venido en gana; dicto leyes a su leal saber y entender; la corrupción campea transformando el Tesoro Nacional y el Banco Central  en un mabíl de fulleros que le ha dado rienda suelta a la iniquidad, al ultraje y al irrespeto a la razón. Por desgracia la hermosa presea de la dignidad fue desdorada en manos de unos metecos  sin probidad para quienes engañar al estado no es engañar a nadie. Los partidos políticos y muchas instituciones de la sociedad civil, que se rasgan las vestiduras para cacarear sus pasiones desinteresadas por alcanzar el poder y entregarle la vida a la república, no son más que miembros del fariseísmo nacional que esperan, en cola, las órdenes de Medea para como Jasón hundir sus lanzas en las fauces del Vellocino de Oro.
Frente a este cuadro desolador que vive la República, donde  el "bravo pueblo"  perdió la bravura e inclinó la cerviz se impone, con urgencia,  un cambio de timón capaz  de  atajar la anarquía, y pedir como Fermín Toro lo hizo durante la ignominia de los Monagas: "reprimir la violencia, castigar los abusos, restablecer la moral, volver su imperio a la ley, sus derechos al pueblo y su honra y crédito a Venezuela."
prvillasmils@hotmail.com>

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