Economía para todos - 26-Feb-13 - Opinión
¿Es el liberalismo una mala palabra?
por Nicolás Cachanosky
En una reciente
nota en el diario Clarín, Juan Manuel Agüero (Fundación Naumann) sostiene que
el liberalismo debe dejar de sonar a esa mala palabra que se asocia como la
causa de todos los males, y que uno debe tener cuidado de no confundir las
ideas del liberalismo con el uso político del término. Ezequiel Adamovsky (UBA,
CONICET) responde también en Clarín diciendo que lo del “liberalismo no es
‘mala prensa’: es una reputación bien ganada.” Sin embargo, Adamovsky no parece
seguir la sugerencia de Agüero de separar las ideas del liberalismo de su uso
político. Creo que hay dos problemas fundamentales en la nota de Adamovsky, uno
relacionado al supuesto desinterés del liberalismo por la desigualdad y el
segundo la asociación que hace entre liberalismo y gobiernos de facto o
“intervenciones que ‘corrijan’ el curso mediante la violencia y la
arbitrariedad.”
La distinción entre las ideas liberales y su uso en la arena política es
fundamental. Posiblemente haya pocas palabras con significados tan diversos
como “liberalismo.” Es bien sabido que esta palabra tiene significados
distintos en Inglaterra, en Europa Continental, en Estados Unidos y también en
Argentina. Tampoco es menos cierto que el
término liberal ha cambiado de significado a los largo de los años. Así como
varios Marxistas no consideran a casos como el de la Unión Soviética, Cuba o
China comunista como verdaderos casos de Marxismo, las propuestas llamadas
“liberales” desde la arena política pocas veces tienen algo que ver con las
ideas del liberalismo. Por este motivo el término “liberalismo clásico” (lo que
Agüero tiene en mente en su nota) se presta a menos confusiones. Dado que
Adamovsky no define el término liberal, asumo que en su repuesta a Agüero
también tiene en mente al liberalismo clásico en lugar de responder
críticamente haciendo uso de un significado alternativo. ¿Es cierto entonces,
como afirma Adamosvky, que al liberalismo (clásico) no le importa la
desigualdad y que tiene su reputación bien ganada?
En primer lugar, que al liberalismo clásico no le importa la desigualdad es
erróneo. Guste o no, no se puede garantizar la igualdad en todos los planos del
mundo en que nos toca vivir. No es una falla del liberalismo clásico no poder
solucionar lo imposible. Sólo se puede garantizar igualdad económica
renunciando a la igualdad ante la ley y libertades civiles e individuales. Sólo
quitando a quien más tiene para dar a quien menos tiene se pueden igualar las
condiciones económicas. Es claro que bajo este esquema algunos tienen más derechos sobre su
propiedad que otros. El sugestivo título de Adamovsky bien podría reescribirse
como “Al anti-liberalismo no le importa la desigualdad ante la ley.” Es
cercenar las libertades individuales y renunciar a la igualdad ante la ley lo
que es un “enemigo del gobierno del pueblo”, no el liberalismo clásico.
Lamentablemente no se puede garantizar la igualdad económica y la igualdad ante
la ley al mismo tiempo.
No es que al liberalismo clásico no le preocupe la desigualdad, sino que (1) no
considera a toda desigualdad injusta ni (2) considera a toda igualdad justa. De
haber igualdad ante la ley, donde todos los actores económica enfrentan las
mismas reglas de juego, sin beneficios para nadie, seguramente habrá
desigualdad económica. No todos pueden
cantar como Pavarotti, no todos poseen la habilidad deportiva de Messi, ni
todos la visión y capacidad empresaria de un Jeff Bezos o un Steve Jobs. Pero
estas desigualdades no responden a las arbitrariedades de la ley o a favores
políticos, sino al premio que el consumidor da a quien mejor satisface sus
necesidades y gustos. Es una desigualdad que además de premiar a los más
eficientes al momento de satisfacer las necesidades de los individuos, promueve
el crecimiento y desarrollo económico. ¿Para que esforzarse si mi desigualdad
se va a repartir entre quienes no se esfuerzan? No por nada se dice que bajo
los esquemas que promueven la igualdad económica lo que en definitiva
se redistribuye es la pobreza, no la riqueza. Excepto el soberano todos son
igual de pobres. El foco del liberalismo clásico no es la desigualdad, es la
injusticia. De poco sirve una sociedad donde son todos igual de pobres y con
falta de libertades individuales y civiles gracias al uso de la fuerza del
estado. El rol del estado no es distribuir el producto del trabajo de unos
hacia los bolsillos de otro en aras de preocuparse por la igualdad, el rol del
estado es mantener
la ley y el orden y hacer cumplir los contratos.
En segundo lugar, equiparar al liberalismo clásico con regímenes autoritarios o
de facto denota la dificultad para separar las ideas del liberalismo clásico
con actores políticos que hacen un mal uso del término “liberal.” ¿Realmente
Adamovsky cree que regímenes autoritarios o de facto se encontraban en las
propuestas de reconocidos liberales clásicos como Adam Smith, David Hume,
Wilhelm von Humborld, Milton Friedman, Ludwig von Mises o Friedrich A. von
Hayek? Justamente la idea del liberalismo clásico es limitar los gobiernos
autoritarios y garantizar libertades individuales. ¿Acaso garantizar igualdad
económica no requiere de un estado autoritario?
¿No es esa la misma actitud autoritaria que Adamovsky objeta al liberalismo
clásico? No es precisamente en la naturaleza del liberalismo clásico donde se
encuentran los regímenes dictatoriales. Adam Smith, por ejemplo, se oponía a
los acuerdos que los capitalistas hacían con el gobierno para obtener favores
políticos en lugar de
tener que ganarse el favor del consumidor. Esta no parecer ser la actitud de
intervenir en el mercado para corregir el curso mediante la fuerza. Hayek
estaba a favor de un fondo social para ayudar a los sectores más necesitados de
la sociedad. Milton Friedman favorecía una política de subsidio a la demanda de
educación. Mises estaba de acuerdo con subsidiar ciertas actividades artísticas
como la ópera, etc. Actitudes difíciles de encuadrar en alguien a quien se
supone que no le importa la desigualdad y el destino de los sectores menos
pudientes.
La opinión que la reputación del liberalismo clásico está bien ganada es un
contraste difícil de asociar al liberalismo clásico cuando se está dispuesto a
separar el mal uso político del término y ver lo que efectivamente sus
pensadores más destacados tenían que decir sobre este tema. Si hay algo a lo
que el liberalismo clásico se opone, es las objetables prácticas descriptas en
la nota de Adamovsky.
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