domingo, 10 de febrero de 2013

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, RIBAS, VENCEDOR EN LA VICTORIA

La batalla de La Victoria simboliza la lucha heroica de la juventud, porque fue ella la que empuñó las armas a través de los estudiantes y seminaristas de Caracas
JOSE FELIX RIBAS
Heroísmo singular, verdadero republicanismo. Cuando el General José Félix Ribas rindió cuenta a la patria y a Caracas sobre los hechos ocurridos aquel 12 de Febrero de 1814 en la población de La Victoria, refirió uno de los episodios más gloriosos de nuestra historia, uno de los sacrificios más resaltantes de nuestra juventud.  
El 18 de febrero dijo a la municipalidad capitalina: “La elevación de una estatua en memoria de la jornada del 12 y del triunfo de las armas de la República en La Victoria, es, sin duda, el más alto de los honores que llega a conseguir un mortal…”, pero no los recibió para sí sino como tributo a la República, señalando que “mis servicios aún no han pasado la raya de los deberes que me impone la naturaleza y la patria”. Los aceptaría, en cambio, como homenaje a Bolívar, “el que ha libertado a Venezuela”, “el único a quien deben tributársele los altos honores”, ayer y hoy, exigiendo además que: “todo el premio que había de asignárseme recaiga en beneficio de tantas viudas y huérfanos que justamente merecen el recurso de la patria”.  
Igualmente, ese día, cumplió el admirable Ribas un acto de fe al manifestar que en aquella terrible batalla donde la superioridad física de sus enemigos era evidente y, además, la destreza de aquellos para asesinar y destruir, los bisoños soldados independentistas recibieron “la protección visible de María Santísima de la Concepción”, ante cuya imagen el propio héroe imploró la victoria en una de las más angustiantes horas de la patria.  
La batalla de La Victoria simboliza la lucha heroica de la juventud, porque fue ella la que empuñó las armas a través de los estudiantes y seminaristas de Caracas que salieron a contener resueltamente la amenaza de Boves y Morales, sedientos estos de venganza y desquite, proclamando el odio destructor, prometiendo falsamente a los negros esclavos y a los llaneros invencibles que alcanzarían la igualdad al sostener al Rey, al destruir a la República y al martirizar a sus propios hermanos.  
 “La sangre de los caraqueños derramada en La Victoria” tal y como indicaba Ribas, era la de aquellos vencedores que tras largas horas de combate interminable lograron hacer retroceder a los realistas, que no representaban otra cosa sino la sumisión, el fanatismo y la tiranía.  
En muchas otras batallas de nuestra independencia estuvieron los jóvenes, niños aún de trece y  catorce años, quienes defendieron nuestra independencia sin otra esperanza que la patria. Una generación entera que asumió para sí los inmensos rigores de la guerra a muerte siguiendo las banderas de la República que enarbolaban libertad, derechos, ciudadanía e igualdad.  
 “Los mármoles y bronces no pueden jamás satisfacer el alma de un republicano”, expresaba Ribas, y menos aún, el verla sucumbir con ignominia ante sus dominadores. “Vencer o morir… ¡Viva la República!” fue su consigna heroica en La Victoria.  
Ribas fue asesinado en Tucupido el 31 de enero de 1815, y su cabeza expuesta primero en Barcelona y después en Caracas, como escarmiento a aquellos hombres que no se doblegarían más a los tiranos, como lección a Venezuela siempre.
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