sábado, 9 de febrero de 2013

FERNANDO OCHOA ANTICH, GOLPES BUENOS, GOLPES MALOS

         La conmemoración de un  nuevo aniversario del 23 de enero de 1958 me hizo recordar una vieja polémica que tuve con mi amigo Tulio Hernández, columnista de El Nacional, sobre las intervenciones militares en Venezuela. El debate surgió en una conferencia que dimos sobre el tema en el Ateneo de Caracas. Su posición mantenía una visión ética de la sociedad un poco utópica. La mía, al contrario, era pragmática e histórica. El sostenía que todos los golpes militares eran malos porque sustituía la voluntad de lucha de nuestro pueblo en la construcción de su historia. Mi posición era más flexible: en nuestro devenir como país han ocurrido golpes buenos y malos, según las circunstancias políticas que tuvieron que enfrentar sus participantes y la solución que lograron darle a la crisis nacional que enfrentaron.
         Uno de los aspectos más relevantes del debate fue su afirmación de que en  Venezuela los gobiernos civiles habían tenido una muy limitada presencia, mientras los regímenes militares habían ocupado toda nuestra historia con excepción de la interrumpida presidencia del doctor José María Vargas, los gobiernos de dos años de los doctores Juan Pablo Rojas Paúl y Raimundo Andueza Palacios en el siglo XIX y los cuarenta años de gobiernos  civiles transcurridos desde 1958 hasta 1998. Mi posición fue diferente. Mantenía que los presidentes que ostentaban el grado de general al ejercer la presidencia de la República en el siglo XIX eran más políticos que hacían la guerra que  militares  profesionales. El  Ejército Libertador, una estructura militar jerarquizada y permanente, había sido licenciado por bolivariano.
         La actual Fuerza Armada fue creada por Cipriano Castro después del triunfo de la Revolución Liberal Restauradora. Durante el siglo XX evolucionó desde un Ejército pretoriano al servicio de Juan Vicente Gómez a una institución del Estado después de 1958, mediante un largo proceso de  profesionalización desarrollado durante los gobiernos de Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita y Marcos Pérez Jiménez. Actualmente se encuentra sometida a una fuerte presión política que busca transformarla en una organización al servicio de un partido político que, mediante su ideologización, busca debilitar sus tradicionales valores militares. La Fuerza Armada, durante ese largo proceso de modernización, tuvo diferentes intervenciones en el orden político que lograron resolver, con aciertos y errores, delicadas crisis nacionales.
         De manera sorprendente, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez hubo  tres importantes crisis militares: 1919, 1922 y 1928. Esos intentos de golpes de Estado fueron dirigidos por oficiales y cadetes egresados de la Escuela Militar o graduados en institutos militares en el exterior. Su objetivo era impedir el intento reeleccionista del dictador que se va a prolongar en el poder hasta su muerte. Ese mismo ejército pretoriano va a ser la base de poder de Eleazar López Contreras para conducir una inteligente transición política en 1935, que va a orientar a Venezuela hacia un proceso de progresiva democratización, interrumpido por el golpe militar del 18 de octubre de 1945 contra el gobierno de Isaías Medina Angarita. Una alianza entre Acción Democrática y oficiales jóvenes descontentos  permitió su triunfo.
         La polémica sobre este golpe militar ha dividido a Venezuela. Un amplio sector nacional lo considera injustificado por haber interrumpido una evolución política que conducía a Venezuela hacia una plena democracia; otro, tan amplio como el anterior, piensa que la importante transformación política realizada durante el trienio de Acción Democrática lo justifica plenamente. Lo  innegable, es que a partir de ese momento se inicia en Venezuela un largo proceso de inestabilidad política que va a prolongarse hasta los años  sesenta. Durante ese tiempo, la Fuerza Armada derrocó al gobierno constitucional de  Rómulo Gallegos, respaldó el fraude electoral de Marcos Pérez Jiménez en 1952 y lo derrocó el 23 de enero de 1958.  No es fácil hacer una valoración ética de esas intervenciones. Hubo golpes buenos y golpes malos.
         Un golpe militar sólo puede justificarse si tiene causas sumamente graves. A mi criterio son tres: la flagrante violación del orden constitucional por el gobierno a ser derrocado, la clara percepción de que se encuentra en riesgo la soberanía nacional y el convencimiento de que ese gobierno piensa destruir la institucionalidad de la Fuerza Armada. La historia nos enseña que las intervenciones militares exitosas y éticamente aceptables son aquellas que conducen lo más rápido posible a la legalidad constitucional. Un excelente ejemplo de una acertada actuación de la Fuerza Armada  fue el 23 de enero de 1958. La Junta de Gobierno convocó a elecciones transparentes y equitativas en menos de un año y reorientó a Venezuela hacia un régimen democrático que garantizó la alternancia republicana por cuarenta años.
fochoaantich@gmail.com

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