La “revolución” dio paso a su etapa superior,
la pura y simple descomposición
No es muy seguro que este proceso que hemos
vivido desde hace catorce años pueda ser considerado una revolución, como sus
jerarcas parecen aspirar que se haga. En cualquier caso, en la historia
venezolana la palabra revolución es una palabra muy devaluada. En el siglo
antepasado se la usó para bautizar cualquier cosa que significara un cambio de
gobierno. En el siglo pasado el único evento que reivindicó el título fue la
llamada revolución de octubre, que derrocó al gobierno de Medina Angarita, y con
la cual es de suponer que el chavismo no quiere tener ningún
parentesco.Revolución socialista desde luego no es, de modo que sería una
revolución en el sentido venezolano de la palabra, por sí mismo nada claro. De
modo que lo mejor es usar la palabra entrecomillada. Pero sea lo que sea esta
“revolución”, creo que se la puede considerar terminada. Su fuerza impulsora,
Hugo Chávez, está agotada, si es que él mismo por su parte no la había dado por
terminada ya hace algún tiempo.
Es posible incluso pensar que la preocupación
de Chávez empezaba a ser la eficiencia y que lo mismo estaban pensando los
supervisores cubanos, los hermanos Castro, que necesitan que este país funcione
para seguir recibiendo el abundante sostén venezolano. De ser esto cierto, a lo
mejor lo que venía era una etapa de moderación en el gobierno chavista.
Pero eso es a estas alturas una pura
especulación que no tiene mayor utilidad. Lo que en la realidad efectiva
estamos viendo es un proceso de descomposición nacional e indetenible.
El Gobierno carece de una fuerza ductora e
impulsora, como la que significaba la presencia de Chávez. Las limitaciones
intelectuales y de personalidad de quienes aparecen compitiendo por la sucesión
son evidentes. Otros factores que dentro del oficialismo pudieran aspirar a
ocupar los lugares de relevo, y que pudieran significar un cambio de
orientación, están por los momentos -y si es que existen- demasiado agazapados
y no es nada seguro que cuenten con apoyos de importancia en el mundo del
chavismo. Los verdaderos sustitutos inmediatos de Chávez como elemento de
conducción, los jerarcas cubanos, tienen los problemas que son de suponer para
hacerse sentir abiertamente como tal fuerza gobernante. Tratándose, a fin de
cuentas de un gobierno extranjero, su principal preocupación es asegurar que
sus intereses queden bien atendidos, pero no pueden encargarse del gobierno
como tal. Por ahora les basta con que el Gobierno esté en manos de un hombre de
confianza, al que puedan dar instrucciones cada vez que les interese.
De modo que el proceso de descomposición y de
desgobierno sigue su curso prácticamente sin obstáculos. Las manifestaciones de
ello son múltiples y en todos los frentes. Uribana, desabastecimiento, repunte
de la inflación, lo que se cuenta del mundo popular, la negativa china a nuevos
préstamos…
Ya la “revolución” quedó atrás. Lo que
respecto de ella se puede hacer es tratar de estirar, a fuerza de gritos y de
actos, su presencia simbólica y retórica. Pero, después que cesan los gritos,
los insultos y las amenazas con las que Maduro quiere tapar su gran vacío
mental, que las conmemoraciones terminan, que los asistentes a los mítines
vuelven a sus casas, lo que queda es la inopia de Maduro, el desconcierto de
Giordani, las angustias de Merentes, las maquinaciones de Ramírez, la
incompetencia de Varela… y el descalabro en marcha del país.
El discurso de la alternativa democrática ha
de tomar nota de este nivel de descomposición y usar el lenguaje que le
corresponde. Lo recientemente acontecido en Uribana o en el 23 de Enero, lo que
ocurre en las calles de Caracas, ya no puede designarse con las palabras
habituales. Ya no es un simple “problema carcelario” ni un asunto de
“inseguridad”. Son asuntos de otro nivel, que requieren un nuevo nivel de
dramatismo a la hora de denunciarlos y de ofrecerse como solución. El país
puede tal vez deslizarse hacia abajo sin casi percibirlo. Puede asimilar
cualquier clase de descomposición y llegarla a considerar una situación normal.
Es a la dirigencia política a la que corresponde dar el grito, poner al país
ante sí mismo, ante lo que está llegando a ser. Es a ella a la que corresponde
impedir que la colectividad, abrumada por los problemas de la vida cotidiana,
se hunda sin darse cuenta.
Ya no hay “revolución” que valga, para
disimular bajo su sonoro nombre lo que le está pasando al país. Dio paso a su
etapa superior, la pura y simple descomposición.
dburbaneja@gmail.com
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