El
estado moderno es, en palabras del filósofo alemán Friedrich Hegel en Lecciones
de Filosofía de la Historia Universal, la expresión más avanzada del desarrollo
del espíritu hacia cuya perfección tiende el ser humano. La versión hegeliana
ha sido reinterpretada de muchas maneras y versiones. Algunos vulgarizadores le
atribuyen haber inspirado, con su idea del Estado como la más elevada y
compleja expresión de la razón, la formación de movimientos fundamentalistas
como el nazismo que hizo del estado alemán el instrumento de control y
epicentro del poder absoluto del proyecto racista, antijudío e imperialista,
como si pudiese materializarse en usos maleables y perversos de los partidos políticos la idea
hegeliana.
Un
discípulo de Hegel, Carlos Marx, quien dijo haber volteado patas arriba toda la
filosofía idealista del maestro, planteó la idea de que todo pensamiento y
elaboración del espíritu y la conciencia, todo aquello situado en el orden
superestructural, estaba determinado por una base material constituida a su vez
por las relaciones económicas. El pensamiento marxista al extender su campo de
acción a la política comprometida alumbró la doctrina comunista, expresada en
el famoso Manifiesto del Partido Comunista en 1848 de Marx y su amigo Friedrich
Engels. En dicho texto programático, entre otros, Marx explicita su idea sobre
el estado como una máquina de opresión de una clase sobre otra que, en la época
del capitalismo, debe ser destruida por la clase obrera en su lucha por la
implantación del comunismo, la sociedad sin clases. Pero, advierte, para
alcanzar esa meta, especie de paraíso terrenal donde todos los hombres superan
el reino de la necesidad al ser iguales, los trabajadores organizados en un
partido propio debían reemplazar el Estado burgués por el estado socialista,
régimen de transición entre el capitalismo y el comunismo. Este estado debía
ser, a su manera, una máquina de dominación de la clase obrera sobre la
burguesía derrocada. El proletariado al asumir el poder y poner en marcha el
socialismo no tiene necesidad de negar que su estado es una máquina opresora y
por eso llama a su régimen la dictadura del proletariado. Hacia la
cristalización de ese ideal tendieron los partidos marxistas a lo largo de
finales del siglo XIX y del siglo XX, desde Lenin hasta las dinastías
comunistas de los Castro y los Kim.
El
estado debía ocuparse absolutamente de todo, abolir la propiedad privada,
incluso sobre la tierra, desaparición del campesinado al igual que las demás
clases en un largo proceso. El estado se ocuparía de la educación, la salud, el
empleo, la organización de la sociedad, la milicia, la justicia, la
alimentación, de todo, era el estado totalitario.
El
mundo capitalista y las fuerzas liberales, para las que el estado es expresión
del interés común y la voluntad general, reaccionaron ante el triunfo de los
comunistas rusos en 1917, y también ante la presión de poderosos movimientos
sociales, en especial de campesinos y obreros que reclamaban mejores
condiciones de vida, aceptando la ampliación de las funciones del viejo estado
liberal ocupado principalmente del orden.
Así se abrió espacio a una reconsideración profunda de la concepción y
funciones del estado. El estado interventor, como se le conoce, se ocupará ya
no solo del orden sino de algunos problemas de la vida económica, espacio antes
tabú, así mismo de la vida social con políticas de educación, salud, relaciones
laborales, entre otras. El modelo, también llamado estado de bienestar, se
impuso en el mundo a la par que se creaban instrumentos y acuerdos
internacionales para garantizar, agilizar y estimular todo aquello que apuntara
hacia la reforma de la sociedad y evitara la revolución violenta o la abolición
de la propiedad privada y del capital preconizada por los comunistas ortodoxos.
Como
todo proceso vital, este modelo se agotó y este coincidió con el derrumbe del
experimento comunista de la URSS y la China lo que llevó al renacer del liberalismo
clásico, el denominado neoliberalismo, impulsado y hecho dominante en el mundo
desde las formulaciones de la Escuela de Chicago liderada por Milton Friedman.
Este modelo ha encarado varias crisis que han sacudido los cimientos del
capitalismo, pero, sin que se avizore una opción diferente a que este se
reestructure y se recomponga desde adentro y desde sí mismo. Muchas de las
instituciones creadas durante la época del estado interventor se mantienen en
los países que aplican el neoliberalismo con diverso grado de alcance. Aunque
el estado se ha achicado y se han privatizado muchas de sus funciones, se
sostienen gabelas en temas laborales, educativos y de salud colectiva. No se
puede negar, el estado, aún en esta época, es un instrumento complejo, una
elaboración insuperada en el proceso de la organización social, una máquina de
control, dominación, pero también de proporción de elementos fundamentales para
el bienestar de la sociedad. El estado y quienes lo controlan, se apoyan en el
poder que de él se deriva para intervenir aún en las más graves situaciones de
orden público, tragedias naturales o quiebras económicas.
Hoy
día continúa siendo una poderosa y enredada máquina tal como la pintó Kafka en
su célebre novela La Metamorfosis. En sus manos sigue estando el monopolio de
la fuerza, el de la justicia y el del tributo según explicación de Max Weber.
Vulgarmente, es visto como un barril sin fondo ante el que se plantean las más
disímiles y desorbitadas querellas y litigios para obtener compensaciones
económicas alegando culpa directa u omisión, porque se supone que el estado
debe responder hasta por aquello que es incapaz de controlar, no porque no quiera, sino porque, como toda obra
humana, es incompleto, limitado e imperfecto y porque sus fondos y riquezas son
las que todos y cada uno aportamos y no una mina sin fin. Los oportunistas no
pierden ocasión de reclamarle por todo, aprovechan la actitud mítica que sobre
el estado tejen las gentes, como sostiene Ernst Cassirer en El Mito del Estado,
al asumirlo como una entidad divina, omnipotente, que todo lo provee y que
posee el don de la ubicuidad.
Para
desgracia humana, desde tal concepción se realizan abusos en el mundo y en
nuestro país. Vividores y avivatos azuzan a ciudadanos del común para entablar
pleitos contra el estado por las más exóticas e inverosímiles causas. No faltan
los políticos, gobernantes, demagogos y populistas que hacen creer que el
estado es milagroso y puede resolver todos los problemas incluidos aquellos que
son de la órbita de cada individuo, de cada familia o de los negocios y asuntos
privados.
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