jueves, 28 de febrero de 2013

AGUSTÍN LAJE, YA QUE REPUDIAN A IRÁN, ¿POR QUÉ NO TAMBIÉN A CUBA?, PRENSA POPULAR, NOTA DE PORTADA, CASO ARGENTINA

Mientras la oposición política y civil no corte de raíz con las ataduras ideológicas izquierdistas, jamás podrá hacerse de un discurso serio, coherente y contrahegemónico, sin caer en inaceptables contradicciones como la de repudiar a determinados tiranos y tolerar (e incluso apoyar) a otros.
  
A exactamente un año del “vamos por todo” de Cristina, que más que un slogan inofensivo fue un alarido dictatorial que advertía sobre los tiempos por venir, el gobierno acaba de convertir en ley la entrega de la dignidad argentina a la teocracia iraní, dejando prácticamente en sus manos a nuestras víctimas de AMIA.
Desde estas líneas, no obstante, no nos proponemos continuar analizando lo que ya sobradamente se conoce y se analiza desde la generalidad de los medios. Preferimos, en cambio, hacer pie sobre un terreno más pantanoso y poner de manifiesto la flagrante hipocresía de nuestra clase política opositora en particular, y de nuestra sociedad civil en general.
En efecto, no deja de resultar llamativo que aquellos mismos que se horrorizan por los actuales convenios con la dictadura de Ahmadineyad, permanezcan indiferentes o incluso apoyen las relaciones carnales que el kirchnerismo mantiene con la dictadura de los Castro desde 2003 a la fecha. ¿Acaso alguien podría recordar alguna expresión de repudio, espetada por la clase política o por los grandes medios, a los amistosos y frecuentes encuentros de Cristina Kirchner con Raúl y Fidel Castro? ¿Acaso alguien se quejó alguna vez por las fotos que Néstor y Cristina se tomaban sonrientes con los dictadores cubanos, y por las loas que aquéllos les cantaban a éstos? ¿Acaso se intentó frenar en alguna oportunidad convenios gubernamentales con la isla de los tiranos?
Los detractores del nefasto memorándum de entendimiento entre Argentina e Irán por la causa AMIA, argumentan con gran acierto lo inconveniente de relacionarse con un país antidemocrático, opresor y violador de los Derechos Humanos. Pero jamás han dicho una sola palabra sobre la inconveniencia moral de codearse con un régimen como el castrista, que en sus 54 años en el poder, se ha cargado con más de 100.000 muertos, casi dos millones de exiliados (el 10% de su población) y una indeterminable cantidad de presos políticos. ¿Será que existen dictaduras “buenas” y dictaduras “malas” para los argentinos? ¿Será que se nos ha enseñado a ser siempre indulgentes y acríticos con la izquierda?
Podría responderse, sin embargo, que Irán es distinto de Cuba porque mientras aquéllos han perpetrado ataques terroristas contra nuestro país, éstos han sido siempre inofensivos para con el pueblo argentino. Sostener semejante error, implica desconocer el papel que jugó el castrismo en la conformación y desarrollo de grupos terroristas que atacaron a la Argentina en los años `70, derramando la sangre de miles de víctimas.
La primera experiencia castrista en Argentina, organizada desde la isla por el ex ministro del Interior cubano Gral. Abelardo Colomé Ibarra, vino de la mano del fugaz Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), integrado casi en su totalidad por cubanos, que en 1964 aterrizaron sobre Salta, se llevaron la vida de algunas víctimas y al poco tiempo resultaron derrotados.
Apenas dos años más tarde, los esfuerzos castristas en orden a exportar la revolución marxista se sistematizaron en las reuniones de la Tricontinental (1966) y de la Organización Latinoamericana para la Solidaridad (1967), en la que participaron miembros fundadores de las organizaciones terroristas Montoneros y ERP. Los objetivos que Fidel Castro y su séquito depositaban en los prototerroristas, eran “sólo alcanzables a través de la lucha armada”, tal como rezan las conclusiones en los documentos de cierre de ambas asambleas.
Manuel “Barbarroja” Piñero, el encargado del Departamento de América, cuyo rol era preparar la insurrección armada en varios países (entre ellos, el nuestro), ha reconocido que el Estado cubano entrenó a un sinnúmero de terroristas en la base Punto Cero de Guanabo y en Pinar del Río. Asimismo, según un informe del ministerio del Interior argentino, hacia 1980 ya habían pasado por Cuba más de 6000 terroristas oriundos de nuestro país, buscando adiestramiento y recursos bélicos.
Igualmente sabido es que las bandas terroristas argentinas tenían en Cuba bases de operaciones sostenidas por el gobierno de Castro, como la Secretaría Técnica de Montoneros, que funcionaba en el barrio de Miramar (La Habana) desde donde se planeó nada menos que la Contraofensiva de 1979. Desde allí los montoneros administraban los jugosos 60 millones de dólares que habían obtenido con el secuestro de los hermanos Born en 1974, y planificaban atentados con el apoyo de la logística y la sapiencia militar cubana.
El apoyo que Cuba brindó a estos grupos que perpetraron entre 1969 y 1979 la cantidad de 21.644 operaciones terroristas en nuestro país (datos de la Causa 13) no es ningún secreto. Y tanto es así, que el propio Fidel Castro lo confesó el 4 de Julio de 1998 en el foro de la Asociación de Economistas de América Latina y el Cariba: “Tratamos de respaldar y desarrollar movimientos revolucionarios armados en todos los países de la región menos en México… Las condiciones objetivas existían, pero las condiciones subjetivas fallaron. Pero hicimos un esfuerzo”. Esfuerzo que a la Argentina le costó la sangre de miles de sus ciudadanos, cabría agregar.
Frente a estos datos de conocimiento público, volvemos a preguntarnos: ¿Por qué nuestra clase política pretendidamente opositora y los grandes medios presuntamente independientes no repudian de igual manera la tiranía iraní y la tiranía cubana? A ambos países los une no solo el despotismo como forma de gobierno, sino también el hecho de que fueron cómplices e instigadores de ataques terroristas contra la Argentina.
Mientras la oposición política y civil no corte de raíz con las ataduras ideológicas izquierdistas, jamás podrá hacerse de un discurso serio, coherente y contrahegemónico, sin caer en inaceptables contradicciones como la de repudiar a determinados tiranos y tolerar (e incluso apoyar) a otros.
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