El 23 de enero del año 1958 es una fecha
emblemática. Se celebra no tan solo la caída de una dictadura de diez años,
sino, igualmente, el inicio de un proyecto político. El Pacto de Punto fijo
proporcionó sustentabilidad a la democracia que se reiniciaba en ese año. Por
primera vez en la historia del país, actores políticos, corporaciones privadas,
la institución eclesiástica y el mundo sindical se acordaron en proporcionar
apoyo a este proyecto democrático.
Este acuerdo se concretó en los siguientes
puntos: defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al
resultado electoral; gobierno de unidad nacional. Esto es, considerar
equitativamente a todos partidos firmantes y otros elementos de la sociedad en
la formación del gabinete ejecutivo del partido ganador y programa de gobierno
mínimo común. Los firmantes fueron los representantes de Acción Democrática,
Unión Republicana Democrática y el partido Social Cristiano COPEI. Desde luego,
este compromiso político se acompañó con un proyecto económico y de desarrollo
que giraría en torno a la creación de una industria sustitutiva de
importaciones, expansión de la educación y salubridad pública y creación de
polos de desarrollo.
Forma parte del conocimiento común el hecho
del agotamiento de este acuerdo y sus perversiones que dieron inicio a la
crisis de gobernabilidad que aún padecemos. No vamos a insistir sobre este
punto. Si vale la pena resaltar un aspecto. En esos años se consolidó una
cultura política democrática que ha servido de contrafuerte y ha resistido
empujes autoritarios de distinto signos.
En la actualidad el mundo político se
encuentra polarizado. Dos acuerdos expresan esta dicotomía: Polo Patriótico y
Mesa de la Unidad Democrática. Extremos mutuamente excluyentes que practican
con fervor lo que he denominado endogamia política. Esta práctica es sumamente
peligrosa. Primero, amenaza los esquemas de convivencia social y achica los
espacios comunes y necesarios para la negociación y resolución de los
conflictos presentes en la sociedad. Segundo, el no reconocimiento del otro en
cualquier direccionalidad, es una práctica antidemocrática y abre caminos para
la profundización de los mecanismos autoritarios. Vencer estas mañas
endogámicas y salir al encuentro del otro debería constituir punto de partida
en la búsqueda de un acuerdo nacional.
Esta nueva celebración, entonces, debería dar
pie para la formulación de un nuevo arreglo. Desde luego, para ser exitoso,
deberá trascender los intereses electorales y las mañas endogámicas. Estamos
hablando de un nuevo relato político que pueda interpelar a toda la población y
que ajuste cuentas definitivas con el centralismo asfixiante que caracterizó a
la llamada IV República y con ese nuevo centralismo comunal que intenta
implantar el gobierno bolivariano.
Dos términos definen esta urgencia:
reconciliación y compromiso histórico. El primero, lo interpretamos como la
necesidad de reconciliarse con la diversidad cultural que constituye el país.
Esta tarea no debe concebirse exclusivamente entre actores políticos. Es
necesario tomar nota de las particularidades culturales que definen nuestras
identidades regionales. En fin, este discurso político debe federalizarse.
El segundo, debe servir para crear una
plataforma que propicie la despolarización. Hacer esfuerzo imaginativos para
ubicar temas de interés común que puedan dar inicio al deshielo político. En
otras palabras, rescatar el espíritu del 23 de enero implica transitar sobre
estas sendas señaladas. No es tarea fácil, nunca la ha sido. Sin embargo, los
tiempos por venir se muestran proclives para reciclar el espíritu del 23 de
enero de 1958.
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