Argumentaré en lo que
sigue que la oposición venezolana se encuentra ideológicamente indefensa ante
el régimen socialista de Chávez, y que la razón fundamental de tal
vulnerabilidad es que en buena medida la oposición también es de izquierda y
socialista, y por lo tanto encuentra difícil no solamente entender en su verdad
la naturaleza del régimen sino también confrontarle.
El régimen de Chávez
es de izquierda, pero el hecho de que no se trate de un régimen en estado puro
y prístino desde un ángulo ideológico, sino de un producto ecléctico en el que
todavía coexisten la tradición revolucionaria latinoamericana con populismo e
influencia militar, permite a la oposición enredar las cosas y sostener, por
ejemplo, que Chávez y su proyecto son fascistas.
Esta frívola
calificación de fascista, esgrimida desde la oposición, nada tiene que ver con
la verdad del régimen, que es de izquierda, sino con la honda vergüenza que
sienten numerosos opositores ante el desagradable descubrimiento de que Chávez
y su régimen encarnan en realidad muchos de los sueños, quimeras, fantasías,
ideales y propósitos que la izquierda del hemisferio ha propugnado por décadas.
Dicen que si ladra,
tiene hocico y cola, cuatro patas y parece perro…es perro. Pues si aspira al
socialismo, se alía a Fidel Castro, reivindica al Che Guevara, detesta a
Pinochet, la Thatcher, Reagan y Uribe, ataca al imperio, odia el
neoliberalismo, decreta la igualdad e idolatra al pueblo…es de izquierda. El
régimen de Chávez y la oposición venezolana en su mayoría son de izquierda, y
por ello cuesta tanto a esa oposición confrontar al régimen; prefiere abordarlo
indirectamente, evita llamarle comunista y hace malabarismos para ajustarse a
la pesadilla marxista sin nombrarla.
Como consecuencia de
ello la oposición venezolana, política e intelectual, prefiere un mensaje de
“chavismo light” a una denuncia firme, y procura pasar agachada ante el abuso
de poder y la decisión del régimen de profundizar el comunismo. Esta línea
política sumisa, desacertada y fatal se encubre bajo un ropaje democrático, que
es más bien una infeliz excusa para evadir la trágica realidad de un régimen de
izquierda socialista, que lleva a Venezuela gradualmente al infierno que ya
otros vivieron y del que tanto les costó salir.
Con su estrategia de
debilidad originada por el desarme ideológico, la oposición venezolana
transmite hacia el exterior un mensaje según el cual, mal que bien, aquí existe
una democracia aunque imperfecta, las elecciones son bastante admisibles y el
camino está abierto, en un futuro no lejano, para una transición pacífica hacia
algo menos absurdo e incivilizado. Dicho mensaje es aceptado en el exterior sin
cuestionamientos, lo cual vulnera aún más la ya precaria situación de una
oposición que es vista como un portento de inexperiencia e ingenuidad,
empaquetada en la cultura predominante de la “corrección política”.
Es tan de izquierda
nuestra oposición (con pocas excepciones), tan carente por ello mismo de
brújula estratégica, tan reacia a llamar al pan, pan, y al vino, vino, que le
resulta casi imposible captar las analogías evidentes (analogías, no
identidades) entre nuestro Chávez y Obama en EE UU; se derriten ante los
Demócratas y olvidan por completo el hecho comprobado de que sólo los
Republicanos han estado y siguen dispuestos a darle aunque sea una manito a la
causa de la libertad en Venezuela.
Por todas estas y
otras razones he alcanzado a convencerme de que el mundo no vive un proceso de
globalización, sino de acelerada bobalización.
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