El régimen anquilosado y quebrado de los hermanos Castro está herido de
muerte. No tiene cura ni salvación. Pero eso no quiere decir que su defunción sea
inminente. El régimen podría prolongar
su permanencia en el poder si no se contrarresta su maniobra de supervivencia,
su nueva gran estafa.
La estratagema va más allá del hostigamiento, apaleo y arbitraria
detención de los que valientemente se oponen a la tiranía y reclaman sus
derechos inalienables. Va más allá de los atentados contra los adalides de la
resistencia. El ardid incluye otros métodos más sutiles e insidiosos para
alcanzar tres objetivos fundamentales:
Primero, lograr que Estados Unidos levante o suavice más el embargo a
fin de que fluya a la isla una mayor cantidad de divisas turísticas y créditos
bancarios que alivie la asfixia financiera del régimen.
Segundo, persuadir a la alta jerarquía de la Iglesia Católica en Cuba a
que colabore con la tiranía en aras de una falsa reconciliación bajo el sistema
totalitario imperante.
Tercero, infiltrar y dividir al exilio y frenar el apoyo a la
resistencia cívica con promesas engañosas de reformas sustanciales y trato
preferente para los exiliados acomodadizos y respetuosos.
El politburó cubano parece tomar como modelo el viraje táctico y
fraudulento de Lenin con su llamada “Nueva Política Económica” (NEP). A
principios de 1921, la Unión Soviética se encontraba al borde del colapso. Las
industrias habían sido arruinadas por la guerra civil, y la agricultura no
lograba recuperarse. El pueblo ruso, atormentado por el hambre, la miseria y la
cruel opresión, estaba a punto de rebelarse.
Es entonces que Lenin decide emprender una apertura económica parcial,
sin perder el control de las grandes empresas estatales. Bajo esa apertura, los
campesinos pudieron vender parte de su producción en el mercado libre; se
racionalizó el sistema monetario, y en las áreas urbanas se les otorgó
licencias a pequeños negocios privados y a operaciones comerciales de poca
monta.
Asimismo, Lenin creó un clima de aparente tolerancia. Permitió que
escritores e intelectuales ventilaran sus inquietudes, siempre que no atentasen
contra la estabilidad del régimen comunista. Prohijó movimientos de
“oposición”, tales como la Alianza Monárquica de Rusia Central, debidamente
monitoreados y controlados por los servicios soviéticos de seguridad. Relajó
las restricciones para viajar al extranjero. Y para montar todo este tinglado,
se valió no sólo de agentes infiltrados, sino también de ilusos y aprovechados
del mundo académico y empresarial.
Creyendo que las reformas de Lenin eran irreversibles y que iban a dar
al traste con el comunismo, o al menos humanizarlo, las potencias occidentales
comenzaron a extenderle reconocimiento diplomático y ayuda económica a la Unión
Soviética. Gracias al Tratado de Rapallo con Alemania en 1922, Moscú logró
modernizar sus fábricas de tanques y aviones de guerra. Y con la ayuda
humanitaria de los Estados Unidos a través del American Relief Administration,
Rusia pudo mitigar la escasez de alimentos ocasionada por las desastrosas
cosechas de 1921 y 1922.
Unos pocos años después, tras superar la grave crisis interna, Stalin le
puso fin al viraje táctico de Lenin, apretó las tuercas yuguladoras, y consumó
la brutal colectivización del país. Bien pudo haber dicho entonces el artífice
del Gulag soviético: “La commedia e finita”.
Veamos cómo el NEP de Lenin se
repite en Cuba, con algunas variantes criollas. A principios de la década de
los 90, se produjo la desintegración de la Unión Soviética y el cese de su
ayuda masiva a Cuba. La isla perdió de golpe el 35% del producto interior
bruto, y los hermanos Castro se vieron compelidos a iniciar el llamado “Período
Especial en Tiempos de Paz”.
A fin de palear la aguda crisis económica, el régimen autorizó empresas
mixtas con capital extranjero; distribuyó parcelas de tierra para la producción
agrícola en cooperativas y minúsculas unidades privadas, y concedió licencias
para operar pequeños negocios familiares por cuenta propia. Pero el régimen fue
más lejos para mantenerse a flote: dolarizó la economía por varios años, dándole
curso legal a la moneda del imperio detestado.
De nuevo los ingenuos pensaron que esas reformas eran irreversibles y darían pie a una transición al capitalismo
y eventualmente a la democracia. Pero los hermanos Castro tenían otros planes.
Temerosos de que los cuentapropistas minaran el régimen totalitario, los fueron
estrangulando con trabas burocráticas e impuestos excesivos. Y al comenzar a
recibir un torrente de petrodólares venezolanos, cortesía de Hugo Chávez,
revirtieron las reformas e iniciaron una ola de represión que culminó en “la
primavera negra” -- nombre que se le dio al arresto e infernal cautiverio de 75
abanderados de la libertad.
Actualmente, el régimen afronta otra gravísima crisis financiera que lo
está forzando a recortar subsidios incosteables y empleos improductivos; a
distribuir parcelas de tierra en usufructo; a reactivar a los cuentapropistas,
y a hacerle frente a una oposición creciente con persecuciones implacables y
detenciones constantes.
Ante esta situación potencialmente explosiva, agravada por la posible
pérdida de todo o parte de la ayuda gigantesca de Chávez si el cáncer lo
liquida o pierde las elecciones, los hermanos Castro han iniciado una ofensiva
de seducción y engaño en tres frentes: los Estados Unidos, la Iglesia Católica,
y el exilio.
LOS
ESTADOS UNIDOS
Para adormecer a Washington haciéndole creer que, con el fin
de la Guerra Fría, Cuba no constituía ninguna amenaza o peligro, el régimen de
Castro contó con dos espías convictos y confesos que ejercieron gran influencia
en altas esferas gubernamentales: Ana Belén Montes en el Pentágono y Walter
Kendall Myers (junto con su esposa) en el Departamento de Estado.
Además de pasarles secretos de estado a los
hermanos Castro, estos espías minimizaron en sus informes de inteligencia las
implicaciones de la metástasis castro-comunista
en Venezuela, propagada por más de 50,000 agentes cubanos; el refugio en
Cuba de terroristas y fugitivos de la ley; los nexos del régimen con el
narcotráfico; la tecnología para producir en la isla armas químicas y
biológicas de contaminación masiva, y las alianzas con Irán , Siria y otros
países y grupos enemigos de Occidente.
Confiando en el “pragmatismo” de Raúl Castro,
la administración del Presidente Obama le hizo varias concesiones para mejorar
las relaciones y estimular las reformas económicas en marcha; reformas
superficiales y revocables, sujetas a regulaciones e impuestos gravosos que
obstaculizan el desarrollo del sector privado. Washington no parece darse
cuenta de que la supuesta apertura de Raúl no es más que una nueva versión del
viraje táctico de Lenin.
Para reducir las tensiones y propiciar un
acercamiento con el régimen de Castro, el actual gobierno norteamericano
recortó drásticamente los fondos de programas destinados a estimular la
sociedad civil en Cuba y ayudar a los familiares de presos políticos. Y al
levantar las restricciones de viajes y remesas de cubanoamericanos a la isla,
hizo posible que el régimen aliviara su ahogo financiero con un chorro de
divisas que fluctúa entre mil y dos mil millones de dólares.
Asimismo, Washington restableció el
intercambio cultural de pueblo-a-pueblo, esperando que el régimen permitiera un
mayor flujo de ideas no filtradas o censuradas. Esperanza vana. Mientras los
agentes comunistas cubanos que viajan a Estados Unidos, incluyendo la hija de
Raúl Castro, tienen libre acceso a los medios de difusión para martillar sus
consignas y mentiras, los
norteamericanos que visitan la isla en excursiones “culturales” no pueden
expresar en público opiniones que
discrepen de los dogmas revolucionarios.
Sólo les es dado participar en los programas que el régimen ha diseñado
para apantallarlos, seducirlos y lavarles el cerebro.
El
gobierno norteamericano no acaba de comprender que sus incentivos sólo
endurecen la postura recalcitrante de los jerarcas del régimen. Habiendo encarcelado al
subcontratista de USAID, Alan Gross, por haber distribuido en la isla equipos
de comunicación, lo retienen como rehén mientras aguardan más concesiones de
Washington. Para cubrir el expediente, dicen que están dispuestos a discutir
con los Estados Unidos todos los puntos que entrañen controversia, pero su modo
de negociación sigue el patrón que aprendieron de los rusos: lo mío es mío, y
lo tuyo es negociable.
La solución no radica, pues, en apaciguar a
la tiranía, sino en ofrecerle a la oposición en Cuba la misma ayuda que
Washington certeramente le otorgó al movimiento de Solidaridad en Polonia.
LA
IGLESIA CATÓLICA
Raúl Castro le ha conferido a la alta
jerarquía eclesiástica en Cuba la distinción de ser su único interlocutor no
gubernamental en la isla. Pero ese privilegio tiene un precio deleznable:
excluir del diálogo a los líderes de la resistencia cívica; guardar silencio
ante las agresiones del régimen a los pacíficos opositores, y abogar en
Washington por el levantamiento del embargo.
La política miope y blanda de la Iglesia con
la tiranía, trazada principalmente por el actual Secretario de Estado del
Vaticano, siguiendo las recomendaciones del Nuncio Apostólico en La Habana y
del primado de la Iglesia en Cuba, tiene como objetivo ganar espacios, hasta
ahora minúsculos, para llevar a cabo su labor pastoral.
Este acomodamiento, que recuerda el infausto
colaboracionismo preconizado a mediados de los 60 por el Encargado de Negocios
de la Nunciatura Apostólica en Cuba, Monseñor Cesare Zacchi, arroja un saldo
negativo. Aun la celebrada excarcelación de los presos políticos de la
Primavera Negra, negociada por la Iglesia, ha tenido para casi todos ellos un
desenlace amargo: la deportación a España en condiciones deplorables y sin
posibilidades de regreso.
Muchos feligreses (incluyéndome a mí)
lamentamos que, como resultado del entendimiento entre la Iglesia y el régimen
de Castro, el Papa Benedicto XVI en su viaje a Cuba no haya tenido tiempo para
reunirse con las Damas de Blanco y otros disidentes, pero sí para abrirle los
brazos al tirano mayor – el excomulgado Fidel Castro -- sin que éste haya mostrado el más mínimo
arrepentimiento.
Vino también a nublar la visita papal la
previa expulsión violenta de algunos disidentes acampados en una parroquia de
La Habana; expulsión solicitada por el Cardenal Ortega, quien después denigró a
esos pobres cristianos en la conferencia que dictó en la Universidad de
Harvard.
Pero acaso el mayor daño que el episcopado,
con honrosas excepciones, le está haciendo a la causa de la libertad de Cuba es
su prédica a favor de la reconciliación bajo el actual régimen totalitario,
que, lejos de detener la represión, la ha intensificado. La reconciliación es
uno de los pilares de la piadosa doctrina cristiana, pero si no se apega a la
verdad, la justicia y la libertad, sólo sirve para apañar la tiranía y alelar a
sus opositores.
El canto de sirenas de la reconciliación nos
trae a la mente la consigna de la “coexistencia pacífica” que lanzaron los
soviéticos, como cortina de humo, en plena Guerra Fría. El objetivo de Moscú no
fue otro que desarmar física y moralmente a Occidente mientras consolidaba y
expandía por el mundo sus áreas de dominio e influencia. A ello se opuso Su
Santidad Juan Pablo II, quien galvanizó a Polonia y otros pueblos cautivos
apocados por el conformismo, y los instó a erguirse, sin odio y sin miedo, en
pos de la libertad.
Justo es reconocer que la errada política
seguida actualmente por la alta jerarquía eclesiástica para congraciarse con la
tiranía no eclipsa ni empaña la postura vertical, aunque discreta, de varios
obispos; los aldabonazos valientes de algunos sacerdotes, y la admirable labor
humanitaria que calladamente llevan a cabo clérigos y seglares a lo largo de la
isla.
EL
EXILIO
El régimen de Castro le teme al exilio
militante, porque a pesar de haberse debilitado por el divisionismo, la fatiga
y las pérdidas irreparables, sigue siendo faro de orientación, tribuna de
denuncia y rebeldía, y punto de apoyo para proseguir la lucha. Por eso los
hermanos Castro tratan de difamarlo y neutralizarlo.
Su ofensiva contra el exilio no les impide
procurar que un número creciente de expatriados subvencione indirectamente al
régimen quebrado. ¿Cómo? Pues costeando gran parte de las necesidades de
familiares en la isla que antes dependían del estado, y aportando fondos para
que abran pequeños negocios, que la tiranía tolera por el momento para
ordeñarlos.
Irónicamente, la transfusión financiera
proviene de lo que los hermanos Castro llaman despectivamente la “mafia” de
Miami. Eso no les importa, porque su objetivo es exprimir las remesas de divisas y envíos de mercancías
a Cuba con altos impuestos, aranceles y tarifas establecidas para el cambio de
moneda. Asimismo, se aprovechan de los viajes de los emigrados (ya no
exiliados) a la isla; viajes que un principio fueron humanitarios, y que ahora
incluyen visitas nostálgicas y periplos turísticos que degeneran en pachanga.
Por otra parte, el régimen corteja a un grupo
de empresarios interesados en husmear oportunidades para enriquecerse en la
isla sojuzgada. Pero no a todos los mueve el frío afán de lucro. Algunos
proceden de buena fe, creyendo que la tragedia cubana no tiene más salida que
negociar una presunta transición con los que aprisionan a Cuba, tomando como
base las magras y revocables reformas sin libertad dispensadas a la fecha.
Olvidan que están lidiando con un dúo malvado, que si en algo se ha distinguido
en su larga y sombría trayectoria, ha sido en la perfidia y el engaño.
¿Qué hacer para que aborte esta nueva gran
estafa incubada por el régimen alevoso,
que pretende engatusar a los Estados Unidos para que lo salve de la
insolvencia sin ofrecer nada sustancial a cambio? Estafa que trata de manipular
a la Iglesia para que silencie los atropellos y aplaque la resistencia. Estafa
que procura neutralizar al exilio, sembrando el derrotismo y extrayendo de su
seno divisas, colaboradores ingenuos o taimados, y agentes de influencia.
Pues lo que se requiere, en primer término,
es denunciar la coartada. Con sólo alertar las conciencias se gana parte de la
batalla.
Pero lo más importante es avivar la fe y
aunar voluntades, porque la satrapía de los Castro está más corrompida y
resquebrajada que nunca. Precisa no darle el oxígeno financiero que necesitan
para recuperarse y perpetuarse en el poder. Los que merecen y requieren ayuda
de todo tipo -- desde capital de trabajo hasta material de propaganda e instrumentos
de comunicación -– son los que en la isla se baten a diario, sin más armas que
la dignidad, contra la vil tiranía.
Estos valientes cubanos y cubanas representan
la avanzada democrática de un movimiento, que, aunque fragmentado, está
cobrando fuerzas y habrá de contar con amplio apoyo popular.
Hoy, conmovidos por la reciente pérdida de
héroes de la resistencia, como Orlando Zapata Tamayo, Laura Pollán, Wilmar
Villar, Oswaldo Payá y Harold Cepero, no podemos caer en la desesperanza
pensando que, con su muerte, los verdugos de Cuba han matado la libertad. ¡No,
mil veces no! Como decía Martí, “la libertad no muere jamás de las heridas que
recibe. El puñal que la hiere lleva a sus venas nueva sangre”.
nestor.carbonell@hotmail.com.
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