La
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela aprobada mediante
referendo el 15 de diciembre de 1999 y
proclamada por la Asamblea Nacional Constituyente el 20 del mismo mes, señala
el norte de la conducta oficial y del ejercicio ciudadano en todo tiempo del
país, pero de modo especial en momentos de incertidumbre, de crisis y de
situaciones del género.
Cuando
estaba todavía fresca la fecha de su entrada en vigencia se la llegó a
calificar como la mejor del mundo. Posteriormente en circunstancias de seria
confrontación, cuando personas o grupos
de la oposición apelaron a ella, desde
campos contrarios se pretendió descalificarlos con fútiles argumentos como el
siguiente: no tienen derecho a invocar la Constitución quienes, cuando se la
estaba discutiendo, no estaban de acuerdo con ella, ya en su conjunto, ya en
algunas de sus partes. Más adelante cuando se propuso su Reforma, la mayoría de
los ciudadanos votó negativamente (aunque luego, por “caminos verdes”, quienes
más debían acatar, actuaron en sentido opuesto al soberano). Discusiones han
seguido acerca de la fidelidad o no de unos cuantos comportamientos
gubernamentales a lo establecido por la Carta Magna.
Por
encima y más allá de todos estos hechos y de cualesquiera otros, una cosa queda
muy clara y obligante. Desde el momento en que la Constitución fue aprobada por
el soberano y se cumplieron todos los
requisitos para su entrada en vigencia, esa Carta Magna es la que
fundamentalmente regula y ha de regular la conducta de los órganos del Estado y
la convivencia cívica de la República.
En
estos momentos el panorama político de la nación está cruzado por densos
nubarrones. Muy serias incógnitas se plantean con respecto al inmediato futuro
de la conducción presidencial y a la participación del Jefe de Estado en la
contienda electoral de octubre, en razón de su salud.
Situaciones
como ésta suelen generar el más amplio abanico de suposiciones y llevar a un
abultado inventario de hipótesis. Desde lo trágico y truculento hasta lo
dramático digerible y razonable. se despliega una variada gama de posibles y de
probables.
Pero
(al usar esta conjunción recuerdo a mi profesor de Derecho Luis Villalba
Villalba, quien acostumbrada decir: “un pero, tan importante como todos los
peros) en la actual coyuntura nacional los venezolanos no estamos ante
callejones sin salida, ni en medio de una confusión sin referencia segura, ni
ante interrogantes sin respuesta válida. Contamos con un norte bien preciso,
que ha de guiar los pasos de la ciudadanía y, particularmente, de quienes
ejercen algún tipo de liderazgo y, más especialmente todavía, de quienes tienen
responsabilidades de Estado.
Ese
norte es primaria y básicamente la Constitución de la República. Ese norte se complementa,
oportunamente, con el evento cívico fijado por la autoridad correspondiente
para el próximo 7 de octubre y también, y también, felizmente, con el anhelo
ciudadano mayoritariamente compartido: el mantenimiento y la consolidación de
la paz. Tenemos así un norte conformado por una
tríada de gran fuerza legal y también ético-espiritual. Echemos a
continuación un ligero vistazo sobre estos tres elementos.
La
Constitución determina lo que es necesario hacer (ver artículos 233-235) en el
caso de faltas absolutas o temporales y de ausencias del Presidente de la
República. A la Constitución hay que atenerse sin pensar en otros caminos. Por
lo demás, la experiencia nacional y de fuera, es muy rica en admoniciones al
respecto.
La
fecha fijada para la elección presidencial constituye igualmente un punto de
apoyo. Es otra señal consistente de la vía a recorrer. Es al pueblo venezolano
al que le toca decidir, con gran
responsabilidad y plena libertad, por dónde debe andar este país en su futuro.
Y sólo el voto es la vía para que alguien pueda erigirse en legítimo representante de la ciudadanía y en Jefe del
Estado.
El
tercer elemento es el anhelo mayoritario de vivir, trabajar, proyectar, soñar
en paz. Sin violencias ni imposiciones de individuos o grupos. En el respeto de
la pluralidad y en la búsqueda de encuentros. Bastante ha sufrido ya el país
con la inseguridad, abundante sangre se ha derramado como consecuencia de
asesinatos, secuestros, enfrentamientos. El corazón del venezolano percibe que
el progreso nacional hay que buscarlo mediante el entendimiento, el diálogo, el
aporte de todos, en la verdad, la libertad y la justicia.
A la
Fuerza Armada de la República le corresponde jugar, con nobleza, entereza y espíritu de servicio, el papel que le
corresponde en la defensa del orden constitucional, de la convivencia
democrática, de la paz ciudadana; ella
tiene constitucionalmente el monopolio de las armas para asegurar el bien común
de la nación. Ella se debe, enteramente, no a una persona, a un grupo, a un
partido o al Gobierno, sino a Venezuela. El pueblo tiene que confiar en ella, y
ella está obligada a merecer esa confianza. No dudamos que así será
No
nos encontramos los venezolanos sin norte. Hemos, por tanto, de nutrir nuestra
confianza y proceder con esperanza.
Este
es un momento privilegiado para poner por obra el lema benedictino de “ora et
labora”.
Pidamos a Dios bendiga nuestro trabajo en construir una Venezuela
pacífica, solidaria, libre, fraterna.
coroconcert@hotmail.com
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