“Hay tiempo y
esperanza si combinamos paciencia y valentía. Todos los elementos de disuasión
mejorarán y ganarán autoridad… Para entonces, el arma disuasoria puede alcanzar
el súmmun y cosechar la recompensa final”. Winston Churchill, 1 marzo 1955)
PARA
QUE NO SE OLVIDE…
El deterioro de la institucionalidad democrática del
país no es reciente, ni tampoco data de hace trece años –con la
institucionalidad republicana siempre hemos estado en deuda. Tampoco es
reciente, el deterioro de la calidad y cantidad de los bienes y servicios
públicos; solamente que en la última década ha sufrido su peor declinación en
los últimos cuarenta años. El resultado fundamental de décadas de descomposición
generalizada fue la posibilidad de que, por las rendijas o grietas de la
historia, se colara en Venezuela un proyecto político como el castro-chavismo,
dispuesto a sustituir las maltrechas formas de la democracia que existían, por
la pretensión de un Estado totalitario, justificado con la reivindicación
socio-económica de los más pobres. Si hay algún responsable de crear esta
lamentable grieta en la historia contemporánea de la Nación, son las elites
políticas socialdemócratas y las económicas previas a 1998. Las mismas que hoy
se esconden detrás de caras “nuevas” que quieren hacernos creer que no son
“hijos” de ese “vientre político”, que por varias décadas desangró a la Nación
y se olvido del pueblo, el cual despertó y reaccionó enardecido con el
“Caracazo” de 1989. De ese lamentable evento no se dice nada.
Las mismas que han desplegado una campaña basada en el
“puro optimismo” sin reconocer los riesgos y complejidades implícitos en este
proceso electoral, dada la propensión histórica de los Castro, Chávez y
secuaces a no seguir las reglas del juego democrático, como no lo han hecho
desde 1992, hasta el presente. Mientras se generan ingentes cantidades de
líneas en los diarios, bites en la red, y minutos en radio y televisión para
pedir que Chávez diga realmente de qué está enfermo, o para que deje a Jagua
“encargado” mientras el vacaciona en La Habana, no se ha hecho el más mínimo
esfuerzo por crear las condiciones de transparencia e imparcialidad electoral
de las cuales carece, absolutamente, el sistema político actual. Sólo se confía
en la “avalancha” de votos opositores que hará “imposible” cualquier
subterfugio del comandante-presidente. Pareciera que la sociedad democrática
venezolana se resignó a que el perro del vecino –y enemigo de paso- nos “cuide
las salchichas”. Como el Concejo Nacional Electoral (CNE) se portó como “manso
cordero” el 12 de febrero, y se le dio ampliamente las gracias, ya se olvidaron
de todas las marramuncias que hizo, durante dos años, para garantizarle al
chavismo la mayoría en la Asamblea Nacional en 2010.
Más aún, el CNE emitió una resolución a principios del
año 2011, con la cual, de un plumazo, se voló del mapa electoral unas
doscientas organizaciones políticas, regionales y nacionales. La señalada
resolución es violatoria de la Constitución, de la Ley de Simplificación de
Trámites Administrativos y, por ende, violatoria de los derechos políticos de
los venezolanos, en tanto y cuanto, crea todos los condicionamientos posibles
para dificultar la renovación de la legalidad partidista y la creación de
nuevas organizaciones. ¿Qué dijo al respecto la socialdemocracia agrupada en la
Mesa de la Unidad Democrática (MUD)? Lo diré: NADA. ¿Será por qué todos los
partidos allí apiñados cumplían con las exigencias del CNE -a pesar de lo
aberrado de éstas- y en poco les interesó que al resto de los venezolanos,
agrupados en organizaciones minoritarias,
se les obstaculizará la supervivencia política? ¿O será que continúa
predominando el “credo” socialdemócrata del punto fijismo: “sálvese quien
pueda”? Así como a ninguno de los partidos agrupados en la MUD le ha interesado
el tema de las condiciones que rigen para las organizaciones políticas y las
reglas para competir democráticamente por el poder, tampoco le ha interesado
como se violan abiertamente los derechos políticos de todos los venezolanos.
DEL
HEDONISMO PUNTO FIJISTA A LA FARSA SOCIALISTA
Por otra parte, lo más lamentable del experimento de
la “nueva” izquierda revolucionaria es que (paradójicamente), en vez de sacar a
los pobres de la miseria, ha logrado aumentarla por su dedicación a concentrar
y mantener a toda costa y evento el poder político, a dominar al ciudadano con
el disfraz de la “socialización” de todo, y el control sobre la renta petrolera
de la Nación, así como también por dedicarse a financiar la exportación de las
ideas comunistas y castristas en el continente. Todo ello, en vez de dedicar
semejante esfuerzo –y gasto de recursos-, a crear las condiciones materiales e
institucionales que (concretamente), permitieran a la sociedad venezolana
disfrutar de mayor calidad de vida: seguridad de personas y bienes, empleo de
calidad y mejor remunerado, equidad social, libre y regulada empresa,
emprendimiento, innovación, ciencia y tecnología, cuido del medio ambiente e
inversión de la renta petrolera, bajo esquemas contemporáneos, que permitieran
salvaguardar la seguridad social de los venezolanos y las generaciones no
nacidas.
Winston Churchil, un ferviente anticomunista y una de
las mentes políticas más preclaras y brillantes del siglo XX, señaló con
claridad meridiana:
“Les declaro, desde el fondo de
mi corazón, que ningún sistema socialista puede establecerse sin una policía
política […] Ningún gobierno socialista que dirija toda la vida y la industria
del país podría permitir expresiones de descontento público libres, agudas o
expresadas con determinación. Tendrían que recurrir a alguna forma de Gestapo
[…]”
Mientras en el mismo periodo -de unos cuarenta años-,
Noruega –por ejemplo-, alcanzaba las mayores cotas posibles de calidad de vida
-apuntalada por una renta petrolera mucho menor que la venezolana-, el país
descendía paulatinamente al foso de los “pobres ricos petroleros”, alejándose,
cada vez más, del primer lugar del Índice de Desarrollo Humano de Naciones
Unidas.
Hasta diciembre de 1998 el esfuerzo era de cada quien
por salvarse a sí mismo (crecía la pobreza exponencialmente y a nadie le
preocupaba, escasas compañías se esforzaban por la responsabilidad social
empresarial), y la socialdemocracia creyó que la fama latinoamericana de
Venezuela, como ejemplo de “estabilidad democrática”, era suficiente para
mantenerse eternamente en el poder político “compitiendo” siempre entre ellos
mismos (caimanes de un mismo pozo).
Pero el peor error que se comete, en casi todos los
ámbitos de la vida, es dar cualquier cosa por segura. Cuando eso sucede,
normalmente pasa todo lo contrario y lo que se creía más estable y duradero,
colapsa.
LA
“RENDIJA” HISTÓRICA
Las profundas distorsiones en las cuales incurrió la
socialdemocracia en la conducción de los asuntos del Estado y el gobierno, su
envilecimiento en el poder, y su
manifiesta incapacidad de generar mejoras en las condiciones materiales de vida
de los ciudadanos creó la situación ideal para que el esperpento político de
Chávez y secuaces aflorara y la población –de todos los estratos sociales en
ese momento-, creyeran el cuento de que “freír adecos” resolvería todos los
dramas de la Nación. Ya casi todos olvidamos que una línea discursiva de tipo
revanchista y reivindicativa -parecida a la de Chávez, pero menos virulenta-,
fue la que empleó Andrés Velásquez cinco años antes de 1998, ganando las
elecciones presidenciales que luego negoció con Rafael Caldera. Ello demuestra
que el país, fundamentalmente, en ese momento, quería una revancha política
sobre el establishment imperante. Lo que no se sabía, era que la “revancha” que
traía Chávez consigo no se trataba de liberarnos de la dominación no
declarada de las élites políticas y
económicas, sino la de “democratizar” la dominación.
Así, la historia venezolana le abrió una puerta a
Chávez y acólitos, con sus incompletas lecturas bolivarianas, y luego, con su
“pasticho socialista” –producto de mezclar el pensamiento republicano (a la
romana) y liberal de Bolívar-, con los ya fallidos experimentos socialistas del
siglo XX.
El resultado de más cuarenta años continuados de
diseños “institucionales” socialdemócratas y “bolivariano-socialistas”
-precarios y personalistas-, está a la vista: 1) un país que contó con la
bendición de un recurso tan extraordinario como los hidrocarburos e ingentes
cantidades de dólares producto de su explotación, pero empobrecido y endeudado
por varias generaciones; 2) unos recursos naturales distintos al petróleo y al
gas natural que son la envidia de la mayoría de las naciones del mundo, pero
que no han servido para generar riqueza ni, menos todavía, calidad de vida; 3)
una socialdemocracia que alcanzó el poder político –continuado y razonablemente
estable en 1959 y tuvo cuatro décadas de oportunidad para guiar a Venezuela en
la transición de los diseños institucionales positivistas, de principios del
siglo XX, a una sociedad republicana y democrática… y no lo logró. Tuvo un buen
inicio, pero un pésimo final; y, más lamentablemente, 4) una farsa bolivariana
que ha creado más pobres, desvalidos institucionales y pérdida de soberanía
como jamás se había visto desde tiempos del gomecismo y del periodo dictatorial
1948-1958. Si durante los cuarenta años de gobiernos socialdemócratas el
stablishment se preocupaba por hacer de los venezolanos de a pie unos “buenos
empleados” –públicos y privados-; Chávez y secuaces nos quieren convertir en
“buenos súbditos”. En fin, dos expresiones distintas de dominación.
¿Y
AHORA QUÉ?
El 7 de octubre podría considerarse, por lo pronto,
como una encrucijada para la Nación. El punto es que se le ha hecho creer al
país que es una “encrucijada” con sólo dos caminos posibles, lo cual es
absolutamente falso. El asunto está en que el establishment político actual
–con la complicidad interesada de algunos actores-ha sido oligopolizado por el
izquierdismo totalitario y la socialdemocracia decadente, la cual cobra una
especial atención signada por el antichavismo, no por ser genuinamente una alternativa.
El chavismo llevó a la prepolítica al sistema político
venezolano con su aspiración totalitaria y el maniqueísmo “amigo o enemigo,
conmigo o contra mí, etc.”. Por su parte, la socialdemocracia –con el cuento de
la lucha contra la “tiranía”-, ha monetarizado, del otro lado, la política. Si
no tenías una “bola” de plata para inscribir candidaturas en la MUD, no había
posibilidad alguna de ejercer el derecho político a aspirar a ser elegido en
votación popular. Con el cuento de que “hicimos una vaca” para la campaña, la
supuesta democracia opositora queda reservada a los “patricios venezolanos” que
tienen los fondos suficientes –propios, puestos por la familia, tomados del
erario público, etc. -, para mostrarse al electorado como opción política posible.
Todos los demás, a hacerles campaña a ellos en nombre de la “unidad”; como
borreguitos porque si no, según algunos, se es “traidor a la patria” (¡por
favor!).
El punto, finalmente, es que primero si existimos un
significativo grupo de venezolanos que –sin querer ser más papistas que el
Papa-, amamos nuestra Nación, que hemos estudiado y reflexionado largamente
sobre la realidad del país, así como respecto a la realidad de otros países y
regiones y vemos con convicción que el establishment político del país se
quedó, hace mucho rato, a la saga del conocimiento propio y necesario para
reequilibrar a la Nación y para igualarla, ante todo, a los adelantos
institucionales y que en materia de libertades han alcanzado otras sociedades.
El punto, finalmente, es que si existen alternativas
políticas consistentes, coherentes e innovadoras para crear un nuevo diseño
institucional sin pretender destruir todo lo bueno que hemos alcanzado y sacar
a la Nación de la nueva década pérdida en la cual nos metieron los Castro, sus
secuaces y Chávez, Pero también para que nos permita dar el salto cuántico
necesario para superar la mediocridad de posturas anacrónicas –como la
socialdemocracia-, que todavía se expresa a través de “liderazgos” apuntalados
con plata y balurdos eslóganes de la
segunda mitad del siglo XX.
El Republicanismo Democrático –aunque es una doctrina
política de muy larga data, que tiene sus orígenes en la primera expresión de
la República Romana-, ha evolucionado constantemente en su interacción con las
demás formas de pensamiento político occidental (especialmente el liberalismo).
Es en el presente la doctrina política que mejor recoge y expresa la tradición
del pensamiento político y filosófico occidental de intentar establecer límites
al poder político, a favor de las libertades ciudadanas. Pero en la
contemporaneidad, reconoce que el ejercicio de la dominación dentro de las
sociedades puede emanar, no solamente de las instancias políticas, sino también
de las dinámicas económicas. Por ende, el Republicanismo Democrático se atreve
también a proponer el diseño institucional necesario para que surja, en todos
los ámbitos de la vida en sociedad, la libertad como no-dominación, así como
los procedimientos que permitan la eficiencia del Estado y los gobiernos en la
generación de bienes y servicios públicos (genuinamente públicos).
El Republicanismo Democrático plantea, en síntesis, un
modelo de cómo reorganizar las instituciones (reglas de juego), que permitirán
el funcionamiento del Estado y los gobiernos a favor del ejercicio pleno de las
libertades políticas y económicas, mejorar la equidad en la distribución de la
riqueza nacional sin apelar a la “igualación hacia abajo” que pretende el
comunismo, ni apelar a las “fuerzas del mercado” y a hacernos “buenos
empleados”, como pretenden los liberales, en sus distintas versiones.
El Republicanismo Democrático, también contempla la
manera de como generar bienes y servicios públicos en la cantidad y calidad
necesarios, al ritmo de la evolución de las sociedades contemporáneas, de la
ciencia y tecnología, de la necesidad de preservar el medio ambiente y del
inevitable crecimiento demográfico.
La sociedad venezolana está, francamente, alienada por
dos fuerzas ideológicas que pugnan –aparentemente-, en sentido contrario, pero
que contiene la misma perversidad implícita de estar al servicio de intereses
que representa, a fin de cuentas, formas implícitas o explícitas de dominación.
La Nación requiere un nuevo liderazgo para poder
entrar al siglo XXI, necesitamos un nuevo diseño institucional y una nueva
independencia, no solamente de aspiraciones extranjeras de dominarnos y de
usufructuar nuestros recursos, sino también con respecto al Estado venezolano y
algunos de nuestros propios conciudadanos con graves patologías sobre el
ejercicio del poder.
Un cambio real, de ciento ochenta grados, es
absolutamente posible, pero hay que permitirse superar la miopía política.
Alcides Gamardo
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