Un “progre” no es un progresista sino todo lo contrario:
es un condenado al fracaso, y no me
refiero al fracaso personal ya que actualmente pueden verse muchos personajes
de este sesgo que han tenido unos éxitos personales “descomunales”. Me refiero
al fracaso de lo que alguna vez dijeron sostener con convicciones, con
“compromiso” y… con todas esas palabras al viejo uso.
Un “progre” es un tipo con complejos varios y el más
grande de ellos es una muy alta autoestima. De ahí su duro sufrimiento interior
pues no busca ni se conforma con alcanzar en la vida la felicidad, la máxima
aspiración de cualquier hombre en general. En lugar de eso el “progre” busca el
reconocimiento de los demás, pero a un grado que le confirme esa sensación
interior de ser distinto a los hombres comunes, es decir, a la mayoría del
género humano, ya que cree tener ciertos caracteres que por eso mismo lo
tornarían un ser especial.
Este tipo de reconocimiento se expresa, para él, en
alcanzar la gloria. La glorificación es un pasaje que lo hará vivir en una
dimensión superior a la del común de los mortales. Luego, la gloria se
encarnará en su nombre, y éste se volverá emblemático como ocurrió con sus
admirados ídolos. Fuera de esto, nada le importaría, llegado el caso, que luego no tuviera qué comer y
tuviera que subsistir de la caridad pública ya que el “progre” sólo necesita
alimentar su ego. Como es un ególatra su yo es más grande que su persona, por
eso siempre está insatisfecho con sus merecimientos.
Como está ávido de figuración va dejando deliberadamente
sus pequeños detritus en el camino, para armarse una trayectoria y una
historia. De ahí que con frecuencia deje por escrito, o flotando en los
círculos que frecuenta, su “pensamiento vivo” para que el día de mañana otros
recienvenidos del mismo tipo lo rescaten y procedan a “llevar su nombre hasta
la victoria siempre”.
Bueno, tampoco es para tanto. Si bien lo máximo sería
alcanzar en vida la apoteosis, él sabe que para eso hay que romper los moldes,
por eso va rumiando toda su vida el rencor que le brinda el saber en carne
propia que para ser héroe no se estudia ni alcanza con disfrazarse. Por eso,
íntimamente se conforma con un poco de fama, con ver alguna vez su nombre en
letras de molde en algún lugarcito del improbable relato escrito de las luchas
por la emancipación que él asume haber integrado.
El progresista, en cambio, piensa, calcula, razona, mide
los obstáculos y llama, convoca, pregunta, escucha y organiza cuanto le es
posible los empeños de otras personas pues sabe que la empresa es larga y es de
todos. Éste es el verdadero progresista, lo mismo que los que lo siguen, por
más que sus aportes puedan ser modestos o que no lleguen a la abnegación, o a
la ofrenda de sus vidas. Y gracias a Dios que no hacen esto último pues para el
verdadero progresista lo más importante es llevar al triunfo su propósito, y no
el de convertirse en íconos ni símbolos de ninguna clase.
De modo que los progresistas son auténticamente
solidarios respecto a alcanzar entre todos el progreso de la condición humana y
de las condiciones de existencia de los humanos. Dicho de otro modo, el
progresista piensa en la sustentabilidad del progreso, en su continuidad, en su
alcance evolutivamente.
Un “progre”, en cambio, no piensa en el desarrollo a
futuro de su causa sino en su propia instalación como referente histórico de la
misma. Es decir, ¡quedar en la historia!... aunque haya fracasado en sus luchas.
El “progre” es un falso humanista pues su verdadero
rostro es el de un egoísta que sueña con su cuarto de hora de fama, con el
registro de su cara y sus palabras en el archivo de las vanidades románticas
aunque todo lo demás se venga abajo y se descalabre, pues el “progre” no ama,
sino que “se ama”.
Todo “progre” es un narcisista. Llegó a serlo a partir de
admirar a otros en sus ideas y en su estética, y de soñar ser y parecerse a ellos.
El “progre” siente que su ídolo es ante todo un artista,
pero no un artista en cualquier campo sino un artista del mito de la Revolución, por eso lee las vidas de santos de aquellos
héroes-poetas y los admira y sueña con ser una nueva versión local para estos
tiempos. Así fue como él se convirtió en una persona ilustrada o relativamente
cultivada que recordará y repetirá los versos, las estrofas o los pensamientos
de aquellos contribuyendo inconscientemente a la reedición de sus obras,
inicialmente escritas para otras realidades
lejanas, pero ocurre que el “progre” cree saber tocar los botones de la
sensibilidad universal… por lo menos así suele justificarse.
Pero en la realidad el “progre” no es nadie, es un simple imitador, un fan,
un repetidor, ¡un cacatúa que sueña con la pinta de Carlos Gardel! (metafóricamente
hablando). Por cierto, ya no recurre a la biaba de gomina, al traje, al chambergo,
al pañuelo al cuello o al
bigotito en espinel pues tiene otros modelos actualmente, pero todos incluyen
cabelleras y pilosidades faciales diferencialmente tratadas y combinadas que
exigen su mantenimiento con shampoo
especial, recorte, marcado, cepillado, peinado, modelado y hasta teñido para el
registro fotográfico inminente o
eventual; o bien el estilo negligee
(cuidadosamente descuidado) para connotar su condición de “superado”, de tipo
que está más allá de las frivolidades mundanas tan comunes a la mayoría de los
hombres comunes.
Ocurre que el “progre” sabe, y lo sabe por experiencia,
que lo suyo es una cuestión de apetencia de identidad, pero de identidad externa,
de imagen. Por eso también se mira de soslayo en las vidrieras -¡con mucho
disimulo, por cierto-!, ensayando torvas miradas y sonrisas melifluas para
destinatarios y ocasiones diversos mientras se mide imaginariamente con los referentes que venera o adora en los ámbitos
propios de su tarea cotidiana o en los de los sueños más íntimos, pero no para
ser original o independiente, ¡sino para parecérseles!
El “progre” abunda entre los llamados “pequeños
burgueses”, categoría que él desprecia para no ser tenido por tal y para
exorcizar su conciencia culposa de complicidad con la burguesía a la cual
transitivamente sirve según sus meditadas lecturas.
Esto marca una gran diferencia con el obrero que lucha
por sus reivindicaciones laborales en torno al sindicato buscando un cambio
concreto en sus condiciones presentes.
El futuro, para el obrero que lucha, no es una abstracción egocéntrica pues
incluye a sus hermanos, sus amigos, sus hijos, y a la lucha que
es inminente: la próxima. Por eso mismo, no sólo no busca ni tiene
figuración sino que toda su militancia es básicamente anónima al no tener
apetencias de gloria, ni soñar con quedar en la memoria de los demás.
Precisamente por eso los militantes “progres” de
cualquier ámbito han subestimado siempre las luchas obreras argumentando su
falta de estrategia, sus obstáculos intelectuales, étnicos o religiosos, etc.
En cambio, ellos sí creían poseer un
pensamiento, el mejor pensamiento para la lucha, el único pensamiento
para ello, alcanzado tras largo training intelectual en la agrupación
correspondiente y en el hogar leyendo los evangelios canónicos del Partido, de la Corriente o de
la Tendencia Tal o Cual. Por lo tanto, ellos se consideraban “cuadros
políticos”, que es lo mismo que decir -en sus inflamadas jerigonzas
autocomplacientes-: mojones en el desierto, hitos en la frontera, puntales para
enmarcar el camino, faroles para despejar las tinieblas, etc, etc, etc.
Últimamente, como pequeño burgueses que son y por aquello
de que la cabra al monte tira, estos “progres” y “luchadores” llenos de
resentimiento cada vez que se miden en sus ídolos (o en sus competidores) se
cotizan y le ponen precio a su presencia, a su referencia, a su encarnación.
Ellos ofrecen su “mercancía”. ¡Y siempre hay interesados
en comprar mierda!… sobre todo cuando la plata que usan para esos fines no es
la de ellos.
Lo que más asco da es que cada vez lo hacen más
cínicamente, sin que ni por casualidad se les caiga la cara de vergüenza.
Carlos Schulmaister carlos@schulmaister.com
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