Aunque hacer futurología al respecto tienta,
el riesgo de error es enorme. De tomar hoy la foto de la “sucesión”, ésta
mostraría un empate técnico entre Nicolás Maduro, el azarado candidato al que
el propio Chávez quiere pasarle el bastón, y Diosdado Cabello, el chavista más
conectado de todos, tanto en el aparato civil del Estado, como en el PSUV y en
las Fuerzas Armadas. Hay un par de terceros en discordia: el sentimental Elías
Jagua, muy pordebajeado últimamente por el presidente, y el duro Adán Chávez,
quien quizá preferiría asegurar primero el “bienestar” de su familia antes de
lanzarse a aventuras políticas inciertas. Sí, incluso a los arrogantes les
llega la ocasión de jubilarse.
El legado de Chávez podría causar problemas
urgentes y de largo plazo en Venezuela. En el corto plazo, el riesgo mayor es
la fragmentación agresiva de cualquiera de los dos bandos que hoy tiene la
ecuación, sobre todo el chavismo, con el riesgo de que se desate la violencia,
hasta ahora relativamente contenida. Viendo uno las imágenes recientes recuerda
que la atadura del pueblo chavista con su líder es visceral, de suerte que la
orfandad bien podría conducir a la acción intrépida. Tampoco es imposible que
la oposición, luego de desaparecido el enemigo malo de estos años, opte por
fragmentarse. Capriles es un líder fuerte al que tendrían que apostarle para
las eventuales elecciones presidenciales posteriores a Chávez, pero casos de
suicidio político se han visto en Venezuela y en Cafarnaúm.
A largo plazo, el peligro es que se afiance
el legado populista, como sucedió con Perón en Argentina. Esta suerte de fiebre
política constante hace espantadiza y frágil a la clase empresarial, corrupta,
indolente y arbitraria a la clase política, y pedigüeños y alérgicos al trabajo
a amplios sectores de la población. Dije por ahí en Twitter que uno de los factores
que conspiraba contra Capriles en octubre era que su programa presumía que el
grueso de la población tendría que volver a trabajar duro, algo bastante más
difícil de vender que salir a las manifestaciones y luego pasar por la
ventanilla a cobrar los beneficios.
La geopolítica de la región se vería muy
trastornada con la desaparición de Chávez. Cuba —aun en el caso de que el
chavismo siga en el poder— perdería un aliado firme y adquiriría uno incierto,
lo que quizás acelere la evolución del régimen y el descongelamiento de las
relaciones con Estados Unidos. Allá, en cualquier caso, prefieren a Maduro.
Aunque en menor grado, Argentina, Ecuador, Bolivia y Nicaragua también
perderían un aliado. Para Colombia, el lío es más delicado. Se dice que Chávez ha
estado muy insistente con las Farc para que negocien. Alguien incluso sugiere
que eso se debe a que el mercurial caudillo venezolano quiere que su nombre
quede históricamente atado a un hecho contundente de paz. En cuanto a las Farc,
dependería de cómo están las relaciones con este o aquel sector del chavismo.
Eso, claro, mientras la oposición no gane las elecciones presidenciales.
Existe por último la posibilidad de que todo
sea una pantomima de cara a las disputadas elecciones regionales del domingo.
Admito que ahora esta versión me parece menos probable, pero no es descartable
del todo dada la increíble opacidad comunicativa del Estado venezolano en lo
que ha tenido que ver con la salud del histriónico e impredecible excoronel.
andreshoyos@elmalpensante.com
http://www.elespectador.com/opinion/columna-391951-parca4
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