La batalla cultural de la que alguna vez
habló Cristina Kirchner, es en última instancia una batalla que se libra en la
dimensión del lenguaje. La lógica subyacente es bastante simple: se pueden
obtener iguales e incluso mejores resultados cambiando el significado de las
cosas, de los que se obtendrían mediante el uso de la fuerza directa y
desembozada.
Para entender lo anterior, antes debemos
considerar dos características fundamentales que guarda el lenguaje. En primer
lugar, las palabras (los “significantes”) no tienen significado en sí mismas.
No tienen esencia. El significado es, por el contrario, el resultado de
diferencias. El propio abecedario es un sistema de diferencias, en tanto que
nuestra comprensión de cada letra particular, se establece por la diferencia
que ella tiene con las demás.
En segundo lugar, así como existen palabras
que están despojadas de contenido valorativo, las sociedades suelen adjudicar a
muchos de sus vocablos contenido moral. Las palabras “democracia” o
“totalitarismo”, por ejemplo, provocan en nosotros sensaciones y juicios de
valor específicos, que no generan palabras moralmente neutras como “silla” o
“puerta”.
De estas dos consideraciones básicas, puede
deducirse que si las palabras no tienen significado intrínseco, el lenguaje es
altamente inestable y lo que cada cosa significa puede ser alterado. Tal
alteración puede ser el resultado inconsciente de cambios sociales en sentido
amplio, o puede ser el resultado de una estrategia deliberada de un grupo
determinado. Por otra parte, si existen palabras que pueden albergar en su seno
contenido moral, la política es, en última instancia, una puja por apropiarse
de esas palabras, o por legitimar moralmente otras.
Todo esto que suena tan abstracto y lejano a
los problemas políticos de Argentina, se vuelve relevante, concreto y actual si
tenemos en cuenta que mantiene estrecha relación con el pensamiento de Ernesto
Laclau, intelectual estrella del régimen. En efecto, Laclau sostiene que los
“significantes vacíos” son palabras que, si bien han perdido significado (ya no
significan realmente nada concreto), incrementan su fuerza política, deviniendo
imprescindibles para la construcción hegemónica del poder.
Así pues, el kirchnerismo ha ido imponiendo
sus “significantes vacíos” desde que hace de la política un conflicto de amigos
y enemigos al estilo de Carl Schmitt. En sus inicios, cuando su enemigo máximo
eran las Fuerzas Armadas, la “memoria” fue el significante vacío que se impulsó
contra “los genocidas”, “la derecha”, entre otros “demonios”. En 2008, ya
diezmadas moral y materialmente las FF.AA., el lugar del mal absoluto pasó al
campo y esa “oligarquía” a la que se opuso el significante vacío de lo
“nacional y popular”. Con el cese de ese conflicto, le tocó a los medios de
comunicación independientes del gobierno, calificados como “monopólicos” y
“corporativos”, en cuyas antípodas se ubicó el significante vacío de lo
“democrático”, con el auxilio de lo “nacional y popular” por supuesto.
Ahora le llegó el turno a la Justicia que,
tras algunas insubordinaciones y muestras de republicanismo aisladas en el
marco de la puja por la “ley de medios”, le hizo sentir al kirchnerismo que no
está aún del todo subordinada a sus caprichos como en verdad aquellos
quisieran. Es cierto que fue un Juez (Alfonso) el que declaró constitucional el
desguace de Clarín; pero no menos cierto es que aún existen otros jueces que no
han caído en las garras de la dominación kirchnersita. El estropeo de la fiesta
del 7D fue muestra (imperdonable) de ello.
Que no nos sorprenda, por todo esto, que la
próxima “batalla cultural” se emprenda contra la Justicia. El kirchnerismo ya
la ha vinculado a supuestos “resabios de la dictadura” y empieza instalar la
idea de que “necesita democratizarse”. De ahora en más, insistirán con esto en
cada oportunidad que se les presente; y si no tienen oportunidades, las crearán
a esos efectos. Después de todo, con el fin de Clarín necesitan de un nuevo
enemigo. Todo el peso de las palabras o, más concretamente de los
“significantes vacíos”, estarán ahora dirigidos, como si se trataran de
proyectiles que tuercen su dirección, contra el Poder Judicial. La aniquilación
de la República, en orden a hacer total e incontrolable el poder del Ejecutivo,
es la meta final.
¿Pero qué significa en concreto
“democratizar”? Un significante vacío no tiene significado concreto; significa
aquello que quieren significar quienes tienen poder sobre él. Por lo tanto, la
pregunta debe ser: ¿Qué significa en particular, para el kirchnerismo,
“democratizar”? Significa, en la práctica, concentrar la suma del poder público
en un solo grupo que busca establecer una relación supuestamente directa, a
través de su líder, con “el pueblo”. Y ello implica destrozar toda intermediación
molesta. Democratizar, para el kirchnerismo, significa totalizar. Un trágico
contrasentido que anuncia la muerte de nuestra República.
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