Las
negociaciones entre el gobierno colombiano, liderado por el presidente Juan Manuel Santos, y la
organización terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), van
por buen camino, se sostiene desde Bogotá. Desde luego para la guerrilla más
antigua de América Latina, que no oculta su ideología comunista y "combina
todas las formas de lucha" para llegar al poder, el actual escenario era
inimaginable hace apenas dos años y medio, cuando gobernaba con mano dura y buen
tino el presidente Alvaro Uribe.
La
exposición mediática de los líderes de las FARC les ha dado una victoria
añadida a su sola presencia ya en la mesa de negociaciones. Mejor no les podía
haber ido a los jefes terroristas, mientras que los aburridos negociadores del
ejecutivo colombiano -¿no había algo mejor?-tan sólo provocan el bostezo
generalizado y el hastío, lo que suele ocurrir cuando alguien que no tiene
credibilidad y se sienta al lado de unos vulgares criminales. Los terroristas
de las FARC muestran una retórica convincente y moderna, mientras que el equipo
del presidente Santos da lástima, casi llegando a la pena. ¡Qué pobreza de
recursos, Dios mío!
Pero
el problema radica en que no se están
tratando las cuestiones fundamentales para los colombianos, es decir, el
verdadero problema que atañe a este país: el narcotráfico. La banda criminal,
que mata, asesina, extorsiona y secuestra impunemente sin que hasta el momento
el presidente Santos haya sido capaz de señalarlos con claridad como responsables
de numerosas violaciones de los derechos humanos, es, además, el principal
cartel de la droga de América Latina.Y esta es una cuestión crucial, no
secundaria, en este supuesto proceso de paz. Peor aún: la pretensión del
presidente Santos de convertir en colaboradores activos a los antiguos
terroristas en la lucha contra el narcotráfico es un sarcasmo más a unir a la
larga lista de los proferidos por el máximo líder para herir -aun más-el alma
herida de un pueblo que ha sufrido demasiado en estos años para creer en
líderes desvergonzados.
Según
numerosas fuentes, entre las que se encuentran el director de Acción Andina,
Ricardo Vargas,"las FARC siguen siendo importantes en el comercio de pasta
básica de coca, y siguen usándolo como eje de la economía de guerra; además
controlan los corredores del Putumayo, Nariño y Cauca, para hacer sacar la
droga a Ecuador, y de parte del Catatumbo en su ruta a Venezuela".
También, en plenas negociaciones, el periódico El país de Cali señalaba
atinadamente que "la participación del grupo guerrillero en la producción
y tráfico de drogas está ampliamente documentada en los propios computadores de
‘John 40’ y de abatidos jefes de las Farc como ‘Raúl Reyes’ y ‘Alfonso
Cano’".
Las
acusaciones contra las FARC, en el sentido de ser el principal cartel de la
droga no ya de Colombia, sino de toda América Latina, vienen de lejos y ya la
DEA, principal agencia de los Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico
en el continente, señaló recientemente que las Farc obtienen entre 1000 y 1500
millones de dólares anuales por el narcotráfico. Las mismas fuentes señalan que
esta actividad ilegal representó en los últimos 15 años entre el 50 y el 70 por
ciento de sus ingresos totales.
PROBLEMAS
MENORES
Aunque
no lo parezca, el asunto de los secuestrados en manos de las FARC, que algunos
sitúan en varios centenares, puede ser hasta una cuestión menor al lado de este
asunto. Por ahora, haciendo gala de un cinismo que sobrecoge, los líderes
guerrilleros ya han anunciado que no hay más secuestrados en sus manos, dando a
entender que unos ocho centenares de secuestrados que supuestamente eran
rehenes de esta organización criminal podrían haber muerto e incluso se les
debería dar como desaparecidos, toda vez que sus cadáveres o restos, al día de
hoy, no han aparecido.Qué desfachatez tan inhumana, casi una broma si no
habláramos de vidas humanas.
Incluso
los terroristas presos, que a priori podían ser una rémora previa por parte de
las FARC para negociar, parecen una cuestión también secundaria; los líderes
máximos de esta organización nunca han mostrado ni el más mínimo interés por
sus antiguos camaradas y no son un aspecto fundamental en la negociación que
ahora se desarrolla en La Habana. Excepto pedir la libertad de Simón Trinidad,
detenido por narcotráfico en los Estados Unidos, no han dicho mucho más a este
respecto.
Luego
se insiste mucho en el tema agrario, del cual las FARC hacen bandera señalando
la desigualad en el reparto de la tierra y una estructura social que consideran
absolutamente arcaica, pero realmente tampoco parece ser ese el problema
capital. Si se acepta integrar a las FARC en el sistema político colombiano,
como se intentó fallidamente en la década de los ochenta, ese sería un problema
a tratar en las nuevas instituciones representativas por los electos en sus
filas, todo ello de llegarse a un proceso de reconducción política del problema
de una forma exitosa.
El
verdadero problema -aunque el presidente Juan Manuel Santos ni siquiera lo cita
y los negociadores del ejecutivo colombiano lo eluden- consiste en cómo
desmontar el potente negocio que las FARC han montado y que hoy les aporta el
80% de sus recursos económicos para mantener la guerra. Y las cifras cantan,
como señala el ya citado Vargas: "Las Farc siguen siendo importantes en el
comercio de pasta básica de coca, y siguen usándolo como eje de la economía de
guerra; además controlan los corredores del Putumayo, Nariño y Cauca, para
hacer sacar la droga a Ecuador, y de parte del Catatumbo en su ruta a Venezuela".
La ONG local Fedesarrollo señala, además, que las FARC ya controlan el 60% del
negocio de la coca en Colombia.
Pero,
yendo más allá, el dilema consiste en saber si realmente las FARC ha dejado de
ser una fuerza guerrillera al uso para convertirse en una vulgar banda criminal
que recurre a la violencia y a la extorsión para preservar su modus vivendi o,
al contrario, todavía prevalece su antiguo y auténtico espíritu político de
carácter marxista que les llevaría a abandonar el negocio de la droga para llevar
a buen término el actual proceso de negociación en ciernes. ¿Serán capaces de
afrontar ese reto y abandonar el narcotráfico? Difícil pregunta, compleja
respuesta. El tiempo nos dirá cuáles son sus verdaderas intenciones.
Ricardo Angoso
rangoso@hotelquintadebolivar.com
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