El movimiento del tren era el acostumbrado vaivén de vagones que iban alternando con frenazos súbitos y convulsivas aceleradas, propio de aprendices conductores de masas de hierro y aluminio, acostumbrados a transportar multitudes taciturnas de venezolanos, resignados a lo malo de un servicio de transporte subterráneo, que envejece con la rapidez con que avanza en los sótanos de una ciudad como Caracas, roída y maltrecha por culpa de gobernantes inescrupulosos que miran hacia los lados cuando de responsabilidades con los ciudadanos se trata.
En el medio del trayecto de una estación a otra, con la velocidad con que se desarrollan los malos acontecimientos ante las sufridas pupilas humanas, cuatro hombres en forma repentina se colocaron capuchas y desenfundaron potentes armas de fuegos, anunciando voz alta el inicio de un atraco en pleno vagón en movimiento del Metro de Caracas. La voz de asalto desencadenó el pánico inmediato en hombres, mujeres y niños que buscaron resguardo en los extremos de la cabina, ante la presencia de armas empuñadas por seres desalmados que iniciaron la expropiación de carteras, prendas, celulares y dinero de gente humilde, que son justamente los que usan los trenes bajo tierra para ir a sus trabajos y ganarse el pan de cada día.
Por instinto mujeres y hombres hicieron un escudo humano para proteger con sus vidas a los niños, que entre gritos y sollozos no alcanzaban a entender el colmo de las miserias humanas donde el hampa atracaba a los más pobres y desvalidos de la sociedad, y apuntaba con armas de gran potencia a aquellos que solo tienen como protección sus propios cuerpos inermes, ante un Estado cómplice, indiferente y boyante en poder y riquezas, que es incapaz de defender a los ciudadanos de la delincuencia desatada y estimulada poderosamente por la impunidad.
No faltó quien apretara los botones rojos de alarma del tren en medio del pandemónium en que se convirtió el asalto a la dignidad de más de cien almas que fueron requisadas por delincuentes que actuaban seguros de sí mismos, sin remordimientos y que llenaban sus morrales como bolsas de mercado, colmándolos del esfuerzo diario y colectivo de quienes vieron desvanecer sus pequeñas y preciadas cosas, en manos de unos malvivientes enseñoreados que ya no solo son dueños de las calles sino ahora son dueños de la vida subyacente.
Exfoliados los presentes y llegado el tren a su inmediato destino, al abrirse las puertas del vagón, raudos y veloces los hampones se bajaron casi atropellando a tres trabajadores del Metro que esperaban en el andén a la multitud desesperada que había activado las alarmas minutos antes. La gente gritando se bajó pidiendo auxilio en forma aireada, haciendo reclamos de manera impotente ante empleados del servicio subterráneo que solo alcanzaron a balbucear: "estamos en Venezuela señores y señoras y no podemos hacer nada".
Al otro día el Metro de Caracas desmintió el asalto, echando por tierra lo ocurrido y dando a entender que se trataba de una calumnia contra esa empresa pública. Para infortunio de los usuarios del Metro, dos días más tarde se repitieron estos hechos como para corroborar y dejar constancia de que en la vida de las calles como en la subterránea, manda el hampa.
@jcajias
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