“Hay dos cosas aparentemente infinitas: el
Universo y la estupidez humana. Respecto al Universo no estoy seguro”
(Einstein).
“Todos los que parecen estúpidos, lo son. Así como la mitad de los
que no lo parecen” (Voltaire).
“¿Estupidez humana? Lo de humana sobra,
realmente los únicos estúpidos son los hombres” (Goethe).
Tal
como afirmó Goethe, es redundante hablar de la ESTUPIDEZ HUMANA. Y la gente que
mejor la representa es la que primero salta en defensa de la inteligencia
humana, cuando se la cuestiona. Pero no existe la estupidez fuera de nuestra
especie. ¿Quién puede tildar de estúpido a un animal, un vegetal, un mineral,
un astro, un alienígena o un dios? Nada más necio que negar o minimizar la estupidez
humana, o considerarse totalmente libre de ella. El mal uso del inteligentísimo
avance tecnológico, ¿no tiene al planeta al borde del desastre? Y pasando de lo
colectivo a lo personal, ¿quién, incluyéndome, no ha hecho algo increíblemente
tonto en su vida, o incluso repetido esa acción a pesar de sus consecuencias?
Es verdad que hacer una idiotez o dos no nos convierte en personas estúpidas, y
que la vida parece ser un aprendizaje basado en cometer errores para aprender
de ellos, entre otras cosas, a perdonar y a perdonarnos por no ser perfectos.
Pero no es menos cierto que la estupidez se manifiesta abundante y
repetidamente a lo largo de nuestra historia. De hecho, el tema ha preocupado a
la población más inteligente (incluyendo a los tres personajes citados al
inicio), a causa de los altos costos que la estupidez representa para la
humanidad. Voy a obviar la definición de estupidez -cada quien tiene la suya-
pero sí formularé cinco postulados fundamentales planteados por investigadores
del tema:
I.
Es inevitable subestimar la cantidad de personas estúpidas: La actividad de la
población inteligente y proactiva es entorpecida a diario y en el peor momento
por la gente estúpida que ocupa lugares claves en el trabajo, en la calle o en
la vida. Ocurre también que alguien que siempre hemos considerado inteligente,
pasa de repente a cometer errores frecuentes y graves que cambian negativamente
su existencia o la de otros, aumentando el número de las personas estúpidas,
sin que valgan arrepentimientos tardíos. Ese factor variable del inteligente
que de pronto actúa como imbécil o irracional impide cuantificar la población
de estúpidos y asignarle un porcentaje fijo dentro de la humanidad. También
puede darse, aunque con menos frecuencia, que una persona habitualmente necia
pase a pensar y actuar de manera inteligente. Da y quita esperanza esta
fluctuación entre inteligencia y estupidez. Pareciera que vivimos una
existencia formada por dualidades, sueño-vigilia, bien-mal, negro-blanco,
rico-pobre, creyente-ateo, estúpido-inteligente. ¿Sería estúpido dudar de
nuestra realidad y pasar a considerarla como una ilusión o un sueño, tipo
pesadilla?
II.
La probabilidad de que alguien cometa una estupidez es independiente de su
grado de inteligencia o de cualquier otra característica de esa persona. Nadie
se considera a sí mismo realmente estúpido, y si se da cuenta de que lo es,
resulta que ya lo está pensando desde su parte sana o inteligente. En su
conocido libro Rebelión en la Granja (1945), Orwell dice que todos los humanos
son iguales, aunque algunos son más iguales que otros en cuanto a su grado de
estupidez. Tras prolongados estudios demográficos, el investigador Cipolla
sostiene en su obra Alegro ma non troppo (1988) que la estupidez es genética y
aprendida, pero que no está asociada a raza, sexo, nacionalidad, edad,
profesión o nivel cultural. Curiosamente no menciona a la religión, la cual
considero que no puede obviarse dentro del análisis de los factores que
producen muchos casos concretos de la estupidez más elevada. Tampoco habla
específicamente del militarismo o de las guerras, pero ¿puede existir algo más
peligroso y estúpido que alguien armado y lleno de miedo o de ira, es decir,
emocionalmente perturbado? Bueno, sí: las corridas de toros, el boxeo o el fanatismo
de cualquier tipo, como otras tres muestras de los extremos a los que puede
llegar la estupidez de nuestra especie.
III.
La estupidez de la persona es proporcional al costo, pérdida o perjuicio que
causa a sí misma y/o a otras. En tal sentido, el individuo estúpido admite
cuatro clasificaciones que se interrelacionan, pudiendo la persona pasar de una
a otra u ocupar varias, según el caso:
· Estúpido Infeliz: aquel que se causa
un perjuicio a sí mismo, mientras beneficia a los demás.
· Estúpido Conveniente: aquel que se
beneficia a sí mismo de manera pírrica, beneficiando a otros. Casi siempre esta
clase de estupidez está sujeta a las circunstancias.
· Estúpido Bandido: aquel que obtiene
beneficios para sí mismo, perjudicando a los demás. Muchas veces tiene una
relación fluctuante con el caso anterior y pasa a ser bandido después de
convencer a otros de que es conveniente y beneficiarlos hasta un punto
cuidadosamente controlado.
· Estúpido Estúpido: aquel que causa pérdidas
a otros, perjudicándose a la vez seriamente a sí mismo.
Si
todos los integrantes de la sociedad perteneciesen por igual a una de estas
categorías, la situación podría estancarse sin generar grandes daños para
nadie; pasaría a ser una forma normal de vivir en sociedad sin que nadie se dé
cuenta del mal común, al no contar con patrones comparativos. Sabemos por
experiencia que nos podemos adaptar a una situación negativa, la cual pasa a
ser considerada como algo normal o tolerable después de un tiempo prolongado.
De igual manera, resulta sencillo habituarse a la estupidez. Pero cuidado:
resulta nociva para la salud propia y ajena. Incluso, puede matar.
IV.
El que no es habitualmente estúpido subestima el costoso error de relacionarse
con uno que sí lo es. La falta de previsión del primero se ve acentuada por el
hecho de que el comportamiento del estúpido es irracional e inesperado, y al
inteligente le resulta difícil prevenirlo o entenderlo. Alguien completamente
estúpido no sabe que lo es, y cree actuar adecuadamente a pesar de las
consecuencias evidentes de su estupidez, que no puede o no quiere reconocer.
Para él, el estúpido siempre es el otro. Por otra parte, el inteligente que se
regodea creyéndose superior al estúpido, se le asemeja mucho. Y si trata de
usar la idiotez ajena en provecho propio, comete un grave error, porque muestra
un desconocimiento total de la naturaleza de la estupidez, que tarde o temprano
pasará factura al supuesto inteligente. Éste, además, cuando usa al estúpido,
le da la oportunidad de actuar más allá de sus límites y capacidades
destructivas, sobre todo cuando lo coloca en posiciones de liderazgo o poder.
V.
El estúpido, sea que mande u obedezca, generalmente representa el mayor peligro
para la supervivencia de su sociedad. No deja ni se permite ver, oír, hablar y
actuar con plena libertad y raciocinio. Eso explica por qué naciones con
abundantes recursos materiales se hunden en la mediocridad y en la violencia,
perdiendo valores fundamentales, mientras otros países menos ricos prosperan
gracias a que su población inteligente sabe mantener a raya a la población
estúpida, viciosa, codiciosa, facilista o ignorante, cuyos actos terminan
perjudicando a la totalidad. En casos como éstos, el bandido-estúpido y sus
similares manipulan a la incauta masa de los estúpidos-estúpidos, terminando
por arruinar el país y su futuro, en su empeño de alcanzar beneficios a corto
plazo. El afán del inteligente por denunciar la incongruencia o la
irracionalidad de ese proceso de destrucción se estrella contra la estupidez
general y contra la propia ingenuidad, al creer que con tales denuncias va a
despertar la conciencia del estúpido para que deje de ser y de actuar como tal.
Pensar que la persona estúpida sólo es peligrosa para sí misma o que actuará
con mayor inteligencia si se le cuestiona con el “deber ser” equivale a rozar
la candidez, muchas veces cercana a la estupidez misma. La adicción al poder,
al placer o a la emocionalidad, cuando es exagerada y estúpida, se constituye
en la base de todo el sufrimiento humano. De ahí que muchas filosofías de vida
recomienden sustituir las adicciones por preferencias, los deseos por desapegos
y la estupidez congénita o aprendida por la inacción, sea forzada o voluntaria.
Tal
es el poder de la estupidez, motivo que justifica incluir el tema dentro de
este blog para reflexión de sus lectores, estén o no a favor del planteamiento
tácito del presente artículo: nos hace estúpidos el esperar resultados
diferentes, cuando: 1- tratamos con alguien pertinazmente estúpido, y 2- nos
empeñamos en seguir haciendo todo el tiempo lo mismo.
Termino
recordando que, en provecho propio, resulta más conveniente apoyar la sagacidad
que supone trabajar por el bien común, que caer en la estupidez del egoísmo.
Por una razón elemental, aunque no siempre evidente: cada quien es una parte
del Todo. Por ende, cuando beneficia a otro, se beneficia; al perjudicarlo, se
daña a sí mismo. Finalmente, como lo que se resiste persiste, y es inútil
negarla, procede que aceptemos la estupidez como algo real dentro del mundo y
del ser humano, y que nuestro esfuerzo se encamine a erradicarla de nosotros
antes que de los demás. Y tú, ¿qué opinas al respecto?
soyotuel@hotmail.com
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