viernes, 23 de noviembre de 2012

GERMÁN CABRERA TRAVERSONI, LA REVOLUCION DETIENE LA HISTORIA

Es común en el pensamiento político suponer que Las Revoluciones  constituyen una suerte de atajo en los complejos senderos de la historia y que este permite ahorrar tediosos años en busca de la felicidad social. Que cual mutaciones positivas sacuden las sociedades descompuestas y abren de un golpe el acceso a la justicia y la inclusión.

En cualquier terreno de la actividad humana, bien sea  en la música, las artes plásticas y hasta en la moda es frecuente utilizar el término Revolución para referirse a todo cambio radical, trascendente y renovador.

Es tal la magia del vocablo Revolución que, en los círculos de la izquierda tradicional, se sigue considerando verdad revelada que “Hacer La Revolución” es una tarea insoslayable, pócima contra todo mal.

 De hecho La Revolución ha dejado de ser una herramienta transformadora y se ha trocado en objetivo per se  aunque no se tenga bien claro qué es lo que va a suceder después de hacerla. El asunto es hacerla y luego se verá, habrá mucho tiempo por delante para ir solucionando problemas.

Yo mismo pensaba así hace muchos años.

El verdadero shock o más bien el aterrizaje final en la realidad llega cuando a uno le toca vivir dentro de una autodenominada Revolución, y por extensión corrobora lo que ya pensaba: que todas son un fracaso, un despelote, una farsa.

Porque resulta que el capitalismo es malo, pero bajo la protección de La Sacrosanta surge una nueva burguesía rapaz, chabacana y consumista que prospera sin trabas a expensas de los bienes del Estado.

Se habla de organizar al pueblo pero después de instaurar y desechar, primero los Círculos Bolivarianos, luego las Cooperativas, después los Grupos Endógenos y los Consejos Comunales, se plantea ahora como novedad milagrosa la fundación de Las Comunas que resultarán también estructuras clientelares ávidas de facilismo y de dinero sin control tan frustrantes como las anteriores.

 Se dice que ese pueblo debe empoderarse, pero las organizaciones populares no pasan de constituir una maquinaria electoral muy bien aceitada donde a  la dádiva se une la amenaza de quitarla, como método perverso para obtener el apoyo incondicional al Mesías.

Resulta que hay que acabar con la burocracia pero se construye un Estado macrocéfalo y se multiplica hasta el infinito la nómina oficial coaccionando a sus empleados con el fin de transformarlos en millones de  votos para el régimen.

Sin importarle la quiebra moral, social e industrial del país, la mentira se perpetúa gracias al dinero fácil del negocio petrolero, que aún pesimamente manejado da enormes dividendos.

Es cierto que alguno de esos defectos florecían también bajo la democracia. Pero también es verdad que aquella aggiornaba su contenido, avanzaba hacia el futuro promoviendo la descentralización, construía infraestructura, la  mantenía y una autoridad electoral equilibrada permitía la alterabilidad del poder.

Paradójicamente, en lugar de actuar como un atajo hacia el bienestar del pueblo La Revolución, mientras vocifera radicalismos, detiene la historia del país, empantanándole en una oprobiosa pérdida de tiempo.




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