sábado, 10 de noviembre de 2012

GABRIELA CALDERON DE BURGOS, ¿CREACION DE EMPLEOS O DE RIQUEZA?, CATO INSTITUTE,

Las políticas públicas suelen ser evaluadas en base a cuántos empleos generan. Puede que difieran sus propuestas en cómo lograr ese incremento en el empleo, pero todos los candidatos presidenciales comparten el mismo objetivo y son muy dados a repetir eslóganes como ‘No hay mejor política social que el empleo’. 

Los gremios empresariales también suelen argumentar sus posturas en base a empleos creados o destruidos. Sin embargo, ¿debería ser el trabajo el objetivo de la actividad económica?

El economista Dwight R. Lee indica que “es fácil olvidarse de que crear más riqueza es lo que en realidad queremos lograr, y los empleos son simplemente un medio para obtener ese fin”. Lee explica que tanto políticos como empresarios tienden a promover sus intereses personales a expensas de la creación de riqueza, si pueden hacerle creer a la gente que la creación de empleos es el objetivo. Por ejemplo, los políticos y ciertos productores locales suelen aliarse para promover las restricciones a las importaciones como una medida que protege y promueve el empleo.
Hay una anécdota que va así: A Milton Friedman lo llevaron a ver un masivo proyecto de infraestructura en China. Miles de trabajadores con palas estaban construyendo un canal. Friedman asombrado preguntó por qué no había ni una sola excavadora o equipo mecanizado para mover la tierra y un funcionario público respondió: “Las palas crean más trabajo”. Friedman respondió: “Entonces, ¿por qué no usar cucharas en vez de palas?”. Esto sería hacer menos con más trabajadores, crearía más empleo pero destruiría riqueza.
Russell Roberts, de George Mason University, explica que el camino a la prosperidad es “hacer más con menos”, esto es, aumentando la productividad, algo que inicialmente puede que no resulte en más empleos. Roberts toma como ejemplo lo que ha sucedido con la banca luego de que se adoptó la tecnología de los cajeros automáticos, o con la industria de textiles que ahora es 120 veces más productiva que hace medio siglo.
Esto implica que inicialmente se da lo que Joseph Schumpeter denominó como “la destrucción creativa”: se destruyen empleos, empresas y procesos de producción existentes y se los reemplaza con empleos, empresas, máquinas y procesos más productivos. Todo esto resulta en que los productos y servicios sean cada vez más baratos y los consumidores cada vez tengan que trabajar menos horas para obtener un ingreso que les permita consumir lo que desean. De esta manera, estos trabajadores tendrán un mayor ingreso disponible para demandar otros productos y servicios que antes ni se concebían. Y cada uno de esos nuevos productos y servicios genera una cadena de productos y servicios complementarios. Solo imagínense que además de los 43.000 empleos que Steve Jobs creó en EE.UU. y los 700.000 que creó en el extranjero, él generó muchísimos más empleos en programación, diseño de páginas web, diseño de aplicaciones, mantenimiento de equipos y demás servicios que se complementan con cada una de sus invenciones (iPod, iPad, iPhone, etcétera).
Por supuesto que los empleos no tienen nada malo per se. El problema es que cuando se considera a la creación de trabajos como el fin de una política pública podemos llegar a respaldar toda clase de iniciativas que destruyen la riqueza en lugar de crearla.

gcalderon@cato.org

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